El cine de Jonás Trueba

13 Ene El cine de Jonás Trueba

 

El reciente estreno de «Volveréis» —última película del ya «veterano» cineasta Jonás Trueba (Madrid, 1981), nueve largometrajes con poco más de cuarenta años de edad, todos ellos realizados dentro de una condiciones de producción independientes, en el sentido más positivo que tiene este término— ha propiciado que varias referencias críticas asimilen al cineasta a los modos y maneras de Woody Allen. Nunca me han gustado demasiado estas «comparaciones» entre cineastas, pero ya puestos a hacerlas, no me parece el referente más certero, aunque desde luego es el más fácil de establecer.


Veo su cine más próximo al de Eric Rohmer, por el contenido ético que planea en su obra y la formación intelectual de sus personajes —son gente que leen y citan libros, algo que casi les convierte en extraterrestres de las pantallas—, aunque los ambientes que maneja Jonás Trueba son más populares, más a ras de suelo, y sus personajes carecen de ese aliento de burguesitos —hasta un punto asexuados— que muchas veces destilan los del francés.


Aunque todavía me parece más próximo a otro cineasta francés más contemporáneo, Robert Guédiguian, por ese equipo humano invariable que, hasta el momento, acompaña al cineasta —entre ellos mi antiguo compañero de Cartelera Turia, el también cineasta Sigfrid Monleón—, una especie de «familia» como la del francés; y también por la ambientación de sus historias, sus vidas, en una misma ciudad, la de cada uno, Madrid en el caso de Jonás Trueba y Marsella en el caso de Robert Guédiguian. Este último con unos ambientes más vinculados a la vida de barrio y a la clase obrera; y nuestro cineasta con unos universos menos marcados social y políticamente (son cineastas de generaciones muy distintas), que tienen como referente a la cultura en sus diversas manifestaciones, el propio cine en muchas ocasiones.


Toda su filmografía respira una gran sinceridad y una gran capacidad para trascender los conflictos y dilemas de los personajes y pasar la pelota al espectador, para que reflexione sobre ellos o los aplique sobre experiencias propias (los personajes de Rohmer eran más explícitos a la hora de filosofar y por ello menos cálidos como personajes). Pero, sobre todo, su filmografía —y he visto los nueve largometrajes mencionados— se me aparece como una aventajada crónica de una reconocible parte de una generación que es la del propio cineasta. Unos personajes que parecen ir creciendo en edad conforme lo hacen su autor y sus intérpretes, como si fueran escribiendo esa crónica al compás de su propia vida y sus propias experiencias. Admirable.


La dificultad de pasar página de un amor primerizo de su opera prima, «Todas las canciones hablan de mí» (2010), para mí la menos vinculada con el conjunto de su obra. Los soñadores que pretenden hacer cine de «Los ilusos» (2013), título que servirá de marca a su productora y en el que aparece por primera vez ese grupo de técnicos —el fotógrafo Santiago Racaj— y actores —Francesco Carril, Vito Sanz, Isabelle Stoffel…— que van a componer su familia. Los viajeros que buscan y no encuentran o que encuentran lo que no sabían que estaban buscando de «Los exiliados románticos» (2015). Los personajes siguen creciendo en edad en «La reconquista» (2016), una mirada sobre el primer amor, el adolescente, de una extraordinaria intensidad y emoción, con la incorporación a la «familia» de la estupenda Itsaso Arana. Ella protagoniza «La virgen de agosto» (2019) —con una extraordinaria presencia de la ciudad de Madrid como un personaje más—, una mujer que ya ha superado la treintena y comienza a pensar que el mundo de los proyectos debe dejar paso al de las concreciones, al de las realidades; sus personajes se siguen haciendo mayores.

Una pequeña isla en esta progresión puede ser «Quién lo impide» (2021), uno de esos modernos documentales ficción, cuyos protagonistas son los jóvenes nacidos en el siglo XXI, de modo que Jonás Trueba se convierte, prácticamente, en un hermano mayor o en un padre prematuro, aunque me pareció que andaba tratando de buscar en estos jóvenes las huellas o los ecos de su propia juventud. En «Tenéis que venir a verla» (2022), rodada a continuación de la pandemia, los personajes ya se acercan a la cuarentena y los recuentos, desconciertos y decepciones andan revueltos sobre la mesa.


Finalmente, en la película que ha originado estas líneas, «Volveréis» (2024), los personajes ya llevan tantos años juntos que se pueden permitir separarse. Una pareja que puede haber surgido de cualquiera de las relaciones narradas en películas anteriores: la vida sigue su curso y el cineasta sigue siendo cronista de las emociones y situaciones de su generación. Una historia de amor muy hermosa que está contada a través del cine con gran sensibilidad e inteligencia, logrando introducir al espectador en la vida íntima de sus protagonistas y haciéndole exclamar al final la misma profecía que, a lo largo del metraje, han ido haciendo sus familiares y amigos: Volveréis. Gran cine.

1Comment
  • Ricardo Quintana
    Publicado a las 18:50h, 13 enero Responder

    En todas sus películas Jonás Trueba nos ofrece un crisol de retratos pequeños de una comunidad de gente joven, treinta/cuarentañeros que hablan de sus cosas, nimias para la mayoría de espectadores, grandes para ellos. Todo ello mediante un tono ligero, aparentemente intrascendente, pero que, como el chirimiri vasco, va calando en el ánimo del espectador. Todas sus películas parecen iguales porque son idénticas en sus estructuras: gente joven que se reúne o se encuentra en cualquier rincón de un acogedor Madrid y hablan de sus cosas.

    Excepto sus 5 títulos experimentales que conforman el Quien lo impide, he visto todas las películas de Jonás Trueba porque sin gustarme absolutamente nada la primera, Todas las canciones hablan de mí del 2010, intuía que ahí había alguien distinto, un cineasta en potencia. He tenido paciencia porque ni Los ilusos en el 2013, ni Los exiliados románticos en el 2015 (excepcionalmente acontecida fuera de Madrid; en Francia), ni La reconquista del 2016, me gustaron, es más, me aburrieron soberanamente. Todas eran un calco de lo mismo, conversaciones entre jóvenes que me interesaban bien poco, aunque a todas las salvaba en parte una excelente dirección de actores, una escritura fluida y un buen conocimiento del oficio de rodar. Y algo que valoro muchísimo: una humildad impropia de los jóvenes realizadores.Todo ello suficiente como para seguir teniendo fe en las posibilidades del hijo de Fernando Trueba y Cristina Huete.

    Pero llegó el 2019, rodó La virgen de agosto y con ella llegó la sorpresa. Jonás se debió dar cuenta de que en cine la historia es importante, que de alguna manera hay que captar la atención del espectador con una historia que interese, que le ate, posiblemente porque tiene a su lado, como coguionista, a su actual actriz fetiche, Itsaso Arana, y sea ella la que le alumbró el camino. Para mi gusto, una buena película de Jonás Trueba, un canto a Madrid y a su gente y a la juventud que busca, se inquieta y encuentra su camino. En el 2022 con Tenéis que volver a verla volvió a ofrecernos una película más parecida a las de sus comienzos, aunque mejorando el entretenimiento. Afortunadamente solo dura 64′

    Acaba de estrenarse Volveréis, en plan proyecto ambicioso, otra vez colaborando en el guión no solo Itsaso Arana sino su actor fetiche, Vito Sanz. Nada más finalizar la sesión matinal en el cine Verdi intuí que sobre esta película iban a llover las mismas críticas por parte del público que las que llovieron sobre la que Ale (Itsaso Arana) acababa de rodar y muestra en primicia a un grupo de amigos: Es demasiado larga, reiterativa, repetitiva, dice uno de ellos. Esta especie de crítica sobre la película rodada y aún sin nombre no es otra cosa que una autocrítica sobre Volveréis hecha por los tres guionistas del filme. Cine dentro del cine. Pues bien, tanto una pareja que salió del Verdi diciendo que la película se «repetía demasiado» como el actor/crítico que dice lo mismo sobre la que acaban de visionar, demuestran que o se es un cinéfilo curtido en estas lides o el fondo/fondo del filme no se va a captar fácilmente. Como estimo que lo he captado, aunque lo mismo me lee Trueba y se descojona de lo que digo, voy a intentar explicarlo.

    Volveréis es una película que une el cine con la vida cotidiana. El hecho de que Alex/Ale, la pareja que han decidido separase, se dediquen a hacer cine, actor él, directora ella, es base para el desarrollo del filme. Como vital para comprenderlo es que algunas escenas se desarrollen en la sala de montaje. De la vida cotidiana, tenemos las escenas en las que ambos, juntos o separados, cuentan a sus amigos que van a separarse, pero que están bien. Estas escenas se repiten hasta la saciedad. De la vida profesional tenemos una sala de montaje donde lo rodado se ve una y otra vez, hasta conseguir la escena o secuencia preferida. Por eso puede decirse que Volveréis es una película tanto sobre el montaje de la vida como el montaje de una película. Tanto cuando se cuenta a los amigos cualquier hecho acontecido o pretendido como cuando se está frente a una moviola, lo que se intenta es buscar una forma de explicarlo. A unos se les contará de una manera y a otros de otra, pero en esencia se contará lo pretendido. Se le dará vuelta a lo rodado, se cortará de aquí y de allí, pero la charla o escena será en esencia la que se quiere contar. Parece evidente que lo que nos sucede en la vida no posee forma y en nuestras narraciones le otorgamos una, normalmente distinta por los matices, según el escuchador que tenemos enfrente. Lo que se rueda en el plató, en las calles, es algo informal a lo que necesariamente ha de darse forma. Esta mezcla de vida y cine es, en mi humilde opinión, una parte importante de lo que cuenta esta película. La otra parte trata del amor/desamor.

    El discurso visible de la película, la trama, para que nos entendamos, es que una pareja en desamor decide separarse. Pero este discurso flotante está disfrazado por un discurso hábilmente escondido, puesto que conforme se van desarrollando los hechos vemos que Alex/Ale tratan de buscar la forma de seguir juntos, como si estuvieran en una sala de montaje donde se limpia lo considerado inútil y se logra «salvar» la escena. (No es nada gratuito que se cite The Awful Truth (Leo McCarey, 1937) como película referente) ni el libro El cine ¿puede hacernos mejores? (Stanley Cavel) que acabo de solicitar a mi librero) Evidentemente esto queda a juicio del espectador. La fiesta final ¿es la de separación? ¿es la del cambio de opinión? ¡Qué más da! Esta vez Jonás Trueba ha hecho de lo cotidiano un filme relevante, casi perfecto, aunque a la mayor parte del público le parezca que hay demasiadas repeticiones. Como en la vida cotidiana de cada uno de nosotros ¿o no?

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