26 Ene Rapito: Bajo el peso de la religión
En apenas unos meses han llegado a nuestras salas varios estrenos realizados por cineastas de prestigio que ya superan con holgura los ochenta años de edad: Ken Loach con «The Old Oak», Martin Scorsese con «The killers of the Flower Moon», Víctor Erice con «Cerrar los ojos» y no sé si me dejo alguno. A esa (asombrosa) lista se une ahora Marco Bellocchio, joven airado del nuevo cine italiano de los sesenta («I pugni in tasca», en 1965) y autor de más de un film acompañado de ruido y escándalo («El diablo en el cuerpo», en 1986), que en sus últimos y excelentes trabajos adopta una narración de tono clásico y tremendamente sólida (aunque la película que nos ocupa no creo que haya gustado mucho en el Vaticano, ni tampoco en un país tan católico como Italia), con contadas o nulas salidas a los modos de sus inicios (en la que estamos comentando se pueden rastrear en la concepción de la primera escena del asalto al palacio papal en Bolonia, con los novicios corriendo desorientados por la amplia y majestuosa estancia y siendo sustituidos por unos soldados igual de correntones): «El traidor» (2019) y la miniserie «Exterior noche» (2022), ambas basadas en hechos reales, lo mismo que sucede con «Il rapito» que, además, repite el tema del secuestro que ya había tratado con el caso Aldo Moro.
«Il rapito» sitúa su acción en los últimos años del estado pontificio, en la Bolonia de mediados del XIX bajo la autoridad de Pio IX, el último (y especialmente longevo) Papa Rey. La trama, el secuestro de un niño judío que había sido bautizado en secreto por una sirvienta y es arrebatado a su (numerosa) familia para ser educado en la fe cristiana. Un hecho intolerable, el Santo Oficio en sus últimos coletazos, que la película describe con rigor, pero sin olvidar por ello unas claves de género, el thriller y el melodrama, que la hagan accesible a un público más amplio. Impecable como producto, ambientación, interpretación, realización…, y con una brillante recreación de unas dolorosas realidades narradas con complejidad, sin abandonar nunca la diana de las culpas y responsabilidades, pero también respetando las posiciones de los personajes, por más odiosas que sean, y contemplando a las víctimas con esa complejidad de la que no les exime su condición de humillados y expoliados.
Sobre esa trama y esos personajes exquisitamente atendidos, la película traza un pequeño boceto de esos agitados años que condujeron a la reunificación de Italia y acabaron con el poder militar y político del pontificado. Seguimos sumando, pues, aunque la suma definitiva, la que le proporciona al film mayor alcance y singularidad, es la mirada que nos propone sobre el poder de la religión —la que sea, porque en el bando judío no le andan a la zaga, aunque al no disponer del poder político solo pueden imponer sus ritos, normas y creencias en la intimidad— y su efecto devastador sobre las personas, con un magnífico trabajo con el personaje del niño primero y joven más tarde, que desemboca en unas escenas finales magistrales por su precisión, sinceridad y complejidad (incluido ese momento de «desconexión» cuando un grupo de manifestantes pretende lanzar al río Tiber el ataúd de Pío IX), especialmente el encuentro final con su madre. Escalofriante. Su lectura llega hasta nuestros días, las razones, o las sinrazones sin posibilidad de retorno, de un terrorista suicida al amparo de cualquier religión. El mejor cine.
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