Fallen leaves: Todo con menos

12 Ene Fallen leaves: Todo con menos

 

El (gran) cine de Aki Kaurismaki es muy reconocible, no solo en sus rasgos externos —el minimalismo de sus escenarios y diálogos o ese gesto imperturbable de sus personajes, siempre divididos en dos bandos, los de buenos sentimientos con expresión de pasmo y los de malos sentimientos con un rictus hosco—, o en sus componentes temáticos, con esos personajes pertenecientes a las clases más bajas de la sociedad y esos ambientes del trabajo de la peor calidad —unos y otros tradicionalmente expulsados de las pantallas—, sino también en su aliento más profundo, pues, a pesar de todas las dificultades e infortunios, ese ejército de antihéroes de libro, de parias y perdedores, terminará «salvando la vida» gracias al amor y a un instinto de solidaridad que nunca expresarán con palabras —con las pocas que gastan no están para desaprovecharlas en reflexiones morales—, pero que siempre guiarán sus actos, ya sea de manera explícita, como en la escena del despido de la protagonista, o desde una lectura más oculta, como la relación del amigo del protagonista. Las historias de Kaurismaki reivindican un espacio para todos estos desheredados de la sociedad y les conceden un destello de triunfo en la vida, aunque muchas veces apenas tenga el aliento de una estrella fugaz.


Se podría decir que nos está contando muchas veces la misma película, incluso que se trata de mínimas variaciones de la eterna fórmula «chico busca chica». Y no nos faltaría razón, pues la película que ahora se estrena participa de ambas afirmaciones. Sin embargo se trata de otra historia, de otra película, en la que, de nuevo y por primera vez, en ese universo de derrota y falta de esperanza surge, sin que nada cambie en el entorno, ni en el presente ni en el futuro, casi milagrosamente, la chispa de la ternura, el humor, el cariño y la redención. Como apuntaba un sabio compañero en una web en la que participo, «no se sabe cómo lo hace, pero lo hace». Efectivamente, el bueno de Kaurismaki lo ha vuelto a hacer, ha vuelto a contarnos algo más que una bella historia de amor, nos ha regalado una película sobre el sentimiento amoroso —casi sobre su esencia misma—, la única salida para unos seres condenados a unas vidas tan crueles como monótonas y carentes de esperanza.


La relativa novedad de esta película, al margen de esas habituales influencias que los expertos puedan rastrear de cineastas como Dreyer, Ozu o Bresson, es su vinculación con ese universo del cine en el que ha vivido su autor, con diversas citas y referencias a autores y películas. Unas veces de modo explícito, como el film de Jarmusch (no precisamente de sus mejores, en mi opinión) que los protagonistas ven en una sala de cine —sin un anclaje temporal, ya que programan títulos de todos los tiempos— de la que, más tarde, saldrán acompañados de un par de espectadores que efectúan unas divertidas comparaciones cinéfilas. O ese final mágico que reproduce tal cual la última escena de la inolvidable «Modern Times» (Charles Chaplin, 1936). Y otras veces, situadas en un reconocible segundo plano, rindiendo homenaje a dos grandes clásicos del melodrama —en realidad, ese es el género en que, desde su particular mirada, se mueve Kaurismaki, lo mismo que hizo, desde la suya propia, otro autor igualmente inclasificable como Rainer W. Fassbinder—, a «Tú y yo / An affair to remember» (1957), de Leo McCarey, en la circunstancia que impide el reencuentro de los enamorados, y a «Solo el cielo lo sabe / All that heaven allows» (1955), del maestro Douglas Sirk, en su resolución, con un despertar del protagonista prácticamente calcado.


Una película triste y luminosa al mismo tiempo en la que Aki Kaurismaki nos reitera su propuesta de siempre: el amor por la vida, por el otro y por el cine es lo único que puede salvarnos.

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