Los Fabelman: el nacimiento de un cineasta

20 Feb Los Fabelman: el nacimiento de un cineasta

 

Steven Spielberg siempre ha sido un extraordinario narrador, con una gran capacidad para contarnos una historia sin que desconectemos en ningún momento y con una gran habilidad para meternos dentro de lo que les sucede a los personajes. Aunque, a diferencia de Francis Ford Coppola y Martin Scorsese, los otros dos nombres propios que, junto a Spielberg, renovaron desde dentro la industria de Hollywood en la frontera entre los sesenta y los setenta, siempre me ha parecido que su cine andaba carente de esa «alma» que, en cambio, derrochan estos otros dos cineastas.


Esta película de inequívoca voluntad autobiográfica resulta perfecta muestra de ese gran talento como narrador que atesora el cineasta, con varias escenas construidas y resueltas magistralmente. Pero, de manera involuntaria, también «delata» esa falta de alma que, en general y en mi opinión, afecta a su filmografía, ya que, cuando nuestro joven protagonista comienza, en la ficción del film, a hacer películas, solo pretende imitar el cine de géneros que ha visto en las pantallas, un western y un bélico, y carece de esa voluntad de ofrecernos una visión del mundo, que, tradicionalmente, se asocia al artista que comienza. El joven Spielberg solo parece pretender hacer, mejor que nadie si puede ser, lo que ya hacen los demás.


Y eso es lo que ha hecho el adulto Spielberg en la mayor parte de su filmografía. Un déficit de trascendencia que aqueja a buena parte de su obra, aunque en algunos de sus últimos títulos ya había comenzado a aparecer de manera decidida, como Munich (2005), El puente de los espías (2015) o Los archivos del Pentágono (2017). La película que ahora se estrena suma y sigue en esa mirada más madura o más compleja del cineasta, muy probablemente porque al tratarse de un relato tan personal, tan pegado a su propia vida, era casi imposible dejarse el alma fuera del plató.


No importa el motivo, lo cierto es que esta película desprende una gran humanidad e introduce al espectador en un universo propicio para la reflexión en torno a lo que cada uno quiere, o ha querido, ser en este mundo, porque ese es, en definitiva, el gran dilema al que se enfrentan los personajes. No solo el joven protagonista que quiere trabajar en el cine y no cursar los estudios con «futuro» que le dicta su padre, sino también su propio progenitor y su ascenso social en detrimento de su familia, y muy especialmente en el caso del extraordinario personaje de la madre —una excelente Michelle Williams— y su viaje en busca de su identidad o su felicidad, algo que, en el fondo, viene a ser la misma cosa.


No se agota aquí la capacidad de reflexión de esta película, pues también nos ofrece unas magníficas anotaciones sobre el poder del cine para descubrir la realidad, ya sea en esas imágenes de su madre en segundo plano captadas en las primeras películas de nuestro protagonista (excelente la escena del armario) o en el «descubrimiento» de las debilidades del líder estudiantil en el último de sus trabajos (otra escena de nota). Un alcance humano, un aliento trascendente y una gran narración… la conclusión es sencilla: una película estupenda que se sigue con interés y emoción, y que perdura cuando se encienden las luces de la sala.

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