Liquid Sky: la quintaesencia de la cult movie

05 Jun Liquid Sky: la quintaesencia de la cult movie

 

El término «cult movie» designa, en el imaginario profundo de los cinéfilos, una clase de producto cargado de imperfecciones y limitaciones que, sin embargo, alcanza ese cielo cinematográfico que está reservado exclusivamente a los iniciados gracias a la singularidad de unas propuestas que, en sus mejores momentos, navegan en la confluencia de lo insólito y lo improbable. «Liquid sky» (1982) es una de esas películas, casi la quintaesencia de las mismas.


Una excepcionalidad que alcanza a sus máximos responsables, su realizador, Slava Tsukerman, y su doble protagonista, Anne Carlisle (ambos en la foto anterior fechada en 2017). El primero, un ciudadano soviético de origen judío que emigró a Israel en 1973 y que, unos años más tarde, se instaló en New York, con una filmografía muy corta en títulos y muy espaciada en el tiempo, en la que abundan los trabajos de corte documental y en la que este título, «Liquid sky», aparece casi como su única obra de ficción, en cualquier caso la que le proporciona un puesto en la historia del cine, aunque sea en el inframundo de los fanáticos.


La segunda, Anne Carlisle, que también ejerce de coguionista e interpreta a los dos personajes protagonistas, uno femenino y el otro masculino, es una actriz sin prácticamente carrera posterior (un personaje secundario en «Buscando a Susan desesperadamente» y un travesti en «Cocodrilo Dundee»), a pesar del magnetismo que transmite en esta película y de unas capacidades interpretativas que se intuyen de largo recorrido. Sin embargo, ambos, el realizador y su estrella, quedaron como «atrapados» en esta sorprendente película tan imperfecta como sugestiva y, desde luego, irrepetible.


El argumento ya nos deja claro lo delirante del proyecto, aunque solo sea una excusa para sumergirse en unos ambientes: una nave extraterrestre —apenas un disco del tamaño de un plato decorativo— se posa en el tejado de un edificio neoyorquino y su tripulante, que carece de cuerpo, se alimenta de una droga que se produce en el cerebro humano cuando se alcanza el orgasmo (aunque tenga que acabar con la vida de su propietario, del cerebro y del orgasmo) y utiliza para ello a una joven que, al contrario que sus partenaires, nunca llega a alcanzar este éxtasis sexual. Para flipar, lo mismo que les sucede a todos los personajes de la película.


Pero, como he apuntado, este motivo argumental carece de importancia, lo relevante es el retrato que nos proporciona de un significativo segmento social de ese momento en la vanguardista ciudad de New York: una autocomplaciente élite «intelectual» marcada por la apariencia, el egoísmo, la crueldad, las drogas y la psicodelia. Un retrato muy eficaz en lo visual y muy incisivo en lo individual y social que constituye el principal y más que suficiente activo de esta película, de maneras independientes, casi amateurs por momentos, que cautiva e irrita a partes iguales, pero con un saldo final más que estimable. En cualquier caso, una película irrepetible…

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