The Prom: un musical en el dispositivo

15 Dic The Prom: un musical en el dispositivo

 

Los nuevos modelos de consumo de producciones audiovisuales siguen ampliando sus fronteras y hasta un musical, un género que casi por definición reclama una pantalla cuanto más grande mejor, se acaba de estrenar en España, exclusivamente, a través de dispositivos cuyo máximo horizonte de expansión se sitúa en una Smart TV de muchas pulgadas. Puede que la pandemia con sus restricciones para salas comerciales haya precipitado una reconversión que, de todos modos, resultaba inevitable y que, aunque hiera nostalgias y convicciones, seguro que también esconde sus ventajas.


Se trata de «The Prom», una producción de Netflix que, como ya sucedía en nuestras antiguas pantallas, adapta al audiovisual —no sé si «podemos» seguir utilizando la palabra cine— un musical de éxito en Broadway, otro espacio, la escena teatral, que se ha visto prácticamente reducido a cenizas durante esta pandemia, aunque en su caso la resurrección se adivina imparable, pues no se contempla —de momento— ninguna alternativa de empacarlo en un dispositivo.


Pero regresando a la película, que es lo que al final cuenta, nos encontramos ante un musical que, sin renunciar a los modos y modas de su tiempo, sabe mantener el aliento clásico en su concepción, con unos números bien integrados en la narración, una puesta en escena que atiende a las necesidades coreográficas y un montaje que mantiene los planos y no se zambulle en el delirio vacío del modelo videoclip. Unos números y unas canciones más que correctos —bonitos y bonitas en el peor de los casos—, con mención especial para el que ilustra la pasión / ensoñación que generan las historias de la ficción, que es sencillamente magistral.


La película constituye un alegato contra la intolerancia en materia sexual y efectúa una apuesta sin fisuras por una sociedad inclusiva, en la que todos los afectos y todas sus formas de expresarlos tengan cabida. Irreprochable, pero con las sospechas que siempre se derivan de lo políticamente correcto en estado bruto, ya que todos los conflictos, los sociales y los personales, se acaban solucionando gracias a los buenos sentimientos, dibujando finalmente un mundo que resulta mucho más ilusorio que ilusionado. Pero es la apuesta de la película y hay que reconocer que la saca adelante con nota. Y tampoco está mal ver, de tanto en tanto, una película «bonita» y esta, desde luego, lo es.


A destacar, finalmente, ese aire paródico acerca de las viejas glorias del espectáculo y también de algunos modelos de producción muy norteamericanos, los High School, así como la solvencia de todos los actores y bailarines que participan en la producción, con mención especial para dos de ellas: Nicole Kidman, porque es Nicole Kidman, y Meryl Streep, porque es un auténtico fenómeno.

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