Fonoescena 6: La guerra de las patentes

22 Abr Fonoescena 6: La guerra de las patentes

 

Aunque el cine nació formalmente en Francia con los Hermanos Lumière, en los Estados Unidos Edison caminaba apenas unos pasos por detrás y muy pronto tuvo su propio cinematógrafo. El cine ya había nacido también en los USA, en la costa Este, en New York… Sin embargo, el nacimiento del cine norteamericano lo asociamos, con justicia, a Hollywood… ¿Qué sucedió?
Edison, probablemente el inventor que más patentes acumuló a lo largo de su vida, se mostró decidido a terminar con todas aquellas pequeñas compañías o comerciantes individuales que pretendían disponer de su invento y lanzó sobre ellos toda su caballería de abogados. Entre 1897 y 1906 se presentaron más de 500 demandas, un episodio que se conoce en la historia del cine como «la guerra de las patentes».


Esta batalla por ganar la exclusividad en la floreciente industria del cine concluye, a finales de 1908, con la firma de un acuerdo entre las grandes compañías productoras, que crean la M.P.P.C. (Motion Pictures Patents Company). Thomas Alva Edison se situó a la cabeza de este trust que agrupaba a la Biograph, la Vitagraph, la Essanay, la Kalem, el distribuidor George Kleine y los productores franceses Pathé y Méliès.
El monopolio así creado impuso a los productores que estuvieran fuera de la M.P.P.C. el pago de medio centavo por cada centímetro de película impresionada y a los distribuidores la adquisición de una licencia que costaba 5.000 dólares al año. Aquellos que no cumplían eran perseguidos de manera intensa por un numeroso grupo de detectives privados, abogados y funcionarios al mando de Edison.


Muchos de estos productores independientes, que se habían asentado en Fort Lee, una localidad cercana a New York, decidieron no acatar las duras condiciones y se alejaron de las ciudades del este para estar lejos de los detectives y abogados de la Motion. Así llegaron hasta el otro extremo de la nación, hasta Los Ángeles, donde ya en 1907 se ruedan los exteriores de “El conde de Montecristo” (Francis Bogg). Los independientes terminarán instalando sus estudios allí, en la zona conocida como Hollywood, disfrutando además de las ventajas de la buena climatología en unos tiempos en que las películas se rodaban con luz natural.
Había nacido Hollywood… había nacido el cine.

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