Fonoescena 5: El primer cineasta, Alice Guy (II)

12 Abr Fonoescena 5: El primer cineasta, Alice Guy (II)

 

«El hada de las coles» tuvo tanto éxito que Leon Gaumont, descubriendo otra aplicación comercial del nuevo invento, encargó a Alice Guy la producción de cortometrajes y ya en la Exposición Universal de 1900, celebrada en París, se proyectaron varias películas de la marca Gaumont y se otorgó un premio a Alice Guy.
En 1905 se crearon los Estudios Gaumont en La Villette, una localidad cercana a París, que eran los más importantes del momento. El rodaje se efectuaba en el piso superior mientras que en el inferior se construían los fondos y los decorados, que luego se subían por una trampilla. Alice Guy dirigió la primera película del estudio, «Esmeralda», una versión de «El jorobado de Notre Dame», de Victor Hugo.


Pronto asumió el cargo de directora del estudio y continuó realizando películas de lo más diverso, lo mismo una comedia que un drama. Su film más ambicioso de esta etapa francesa es «La vie de Christ» (1905), de algo más de media hora de duración, que constaba de 25 episodios y en el que se utilizaron más de 300 extras.
En 1906 conoció al británico Herbert Blaché, que había sido contratado como cameraman en la Gaumont. Se casaron ese mismo año, cuando ella tenía 33 años y él 24, pero Leon Gaumont decidió enviar a Herbert Blaché a los USA como emisario de la empresa y Alice, cumpliendo su papel de esposa y aunque ocupaba un cargo superior en la compañía, le acompañó y dejó de trabajar para la Gaumont. Su puesto sería ocupado por Louis Feuillade, uno de los grandes nombres del primer cine francés, al que había contratado la propia Alice.


Durante esos primeros años en New York, Alice se dedicó a sus hijos, tuvo dos, pero no tardaría en ponerse de nuevo en marcha. En 1910, alquiló una parte de los estudios que Leon Gaumont había abierto en New York, fundó la compañía Solax y volvió a hacer películas que serían distribuidas por Gaumont fuera de los USA.
Más tarde, Alice y su marido compraron un terreno en Fort Lee, una localidad cercana a New York, y trasladaron allí la marca Solax. En ese lugar ya se encontraban instalados los productores que luego fundarían Hollywood, aunque ella permanecerá en New York, lejos del foco en el que iba a nacer la industria del cine más potente del mundo. Pero esta historia la contaremos otro día.


En las películas norteamericanas de Alice Guy la mujer adquiere protagonismo y realiza actividades físicas tradicionalmente reservadas a los hombres. También realizó la primera película con actores de raza negra, «A fool and his money» (1912), que, inicialmente, iba a rodarse con actores de ambas razas, pero los actores blancos se negaron a compartir escenas con actores de raza negra y al final tuvo un reparto exclusivamente de actores de raza negra.


En esos tres años, Alice Guy realizará unas 50 películas, hasta que la crisis económica provocada por el inicio de la Primera Guerra Mundial la obligó a comenzar a trabajar para otras compañías. Su última película norteamericana, que se convertirá en la última de su carrera, es «Reputaciones dañadas» (1920). Su marido se arruina con sus operaciones financieras y la marca Solax está cada día más endeudada. Un incendio destruye los estudios y, finalmente, lo que queda de la Solax es subastado.


Alice, divorciada, vuelve a Francia con sus hijos. Ya nunca volverá a trabajar en el cine, la gente «no contrata a mujeres con el pelo blanco», cuenta en una entrevista de los años sesenta. Había realizado más de 600 películas. Su figura ha quedado tan oculta que, incluso, en documentadas historias del cine ha sido víctima de significativos errores: Georges Sadoul, el gran historiador francés, en la primera edición de su historia del cine le atribuye películas que no eran suyas y, en cambio, adjudica algunas propias a otros realizadores, entre ellas la decisiva «El hada de las coles».


La mujer iría perdiendo protagonismo en la industria del cine conforme esta se fuera afirmando como un negocio cada vez más rentable. Hasta 1950, en medio siglo de cine, los diccionarios especializados apenas recogen poco más de 40 realizadoras. No sería hasta principios de los sesenta cuando, con la aparición de Agnes Varda, la mujer comenzaría lentamente a recuperar el terreno que le habían arrebatado. Francia había borrado del cine el nombre de mujer y ahora era la propia Francia la que lo restituía.

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