Clint Eastwood: poesía en el crepúsculo

20 Mar Clint Eastwood: poesía en el crepúsculo

 

Hay una regla no escrita en la industria del cine (comercial) que establece una relación inversa entre la edad de un actor y su oportunidad de asumir papeles protagonistas. Cuantos más años, menos protagonismo: una ecuación implacable cuya única incógnita sería señalar con precisión la edad que se corresponde con el cero absoluto.


Pero como en todo hay excepciones, hay alguien que ha conseguido dinamitar esa regla y se llama Clint Eastwood, aunque para ello haya tenido que producir sus propias películas. Claro que las ha seguido produciendo porque continuaban proporcionando un buen rendimiento de taquilla, con lo que la validez de la norma sigue saltando por los aires. Y si se trata de la recién estrenada Mula, realizada e interpretada con la friolera de 88 años de edad, la voladura alcanza unas proporciones de fisión nuclear.


Aunque el actor ha ido acomodando sus personajes a su edad, vamos a situar —y estoy convencido de que los cinéfilos compartirán esta frontera— el inicio de estos personajes crepusculares que traspasan la frontera de lo aceptable para la gran industria del cine en la magistral Sin perdón / Unforgiven (1992), una historia que, según se cuenta, Clint Eastwood compró varios años antes a la espera de tener la edad de poder interpretarla. En ella alcanza la cumbre de este cine de la última etapa de su carrera, interpretando a un asesino sin posibilidad de redención, por mucho que con su matanza final vengue las agresiones sufridas por unas prostitutas y la cruel muerte de su amigo. Poesía maldita en estado puro.


Al año siguiente realiza Un mundo perfecto / A perfect world (1993) —una película de culto entre algunos aficionados, aunque yo no comparto tanto entusiasmo—, en la que interpreta al sheriff que persigue al fugitivo que huye con un niño de seis años al que ha secuestrado. A continuación llega uno de sus mayores éxitos de taquilla, Los puentes de Madison / The bridges of Madison County (1995), un correcto melodrama que sabe manejar muy bien los resortes emocionales del espectador y en la que interpreta a un fotógrafo errante que mantiene una apasionada historia de amor otoñal con otra gran dama de la pantalla, Meryl Streep.


Sus siguientes películas incluyen tres thrillers de correcta factura y similares prestaciones en lo que se refiere a personajes e historias: Poder absoluto / Absolute power (1997), Ejecución inminente / True crime (1999) y Deuda de sangre / Bloods work (2002), interpretando respectivamente a un ladrón de guante blanco que es testigo accidental de un asesinato cometido por el presidente de los Estados Unidos, un periodista en decadencia personal y profesional que cree descubrir que están a punto de ejecutar a un inocente y un veterano agente del FBI que ha tenido un trasplante de corazón y debe ayudar de la hermana de la persona que le donó el corazón. Entre ellas realiza Space cowboys (2000), una aventura espacial con demasiados ecos patrioteros en la que reúne una buena tropa de veteranos de Hollywood: Tommy Lee Jones, Donald Sutherland y James Garner.


Recupera el prestigio de gran cineasta con sus dos siguientes películas como realizador —aunque a mí no me terminan de convencer ninguna de las dos—, Million Dollar Baby (2004) y Gran Torino (2008), la primera como un cascarrabias entrenador de boxeo que acepta ocuparse de la carrera de un púgil femenino y la segunda como un antiguo combatiente de convicciones racistas que, forzado por las circunstancias, termina convertido en el protector de una comunidad asiática acosada por unos pandilleros, en especial de un niño al que trata de salvar de la ley de la calle. No tengo ninguna duda de que, en ambos casos, se trata de buenas películas, aunque la utilización de algunos recursos dramáticos demasiado elementales hacen que, en mi opinión, no lleguen a la altura de Sin perdón.


Ahora se acaba de estrenar Mula / The mule (2018), que sigue casi paso por paso la senda de Gran Torino, aliento clásico en la narración y aliento crepuscular en el personaje y en la historia. Lástima que, de nuevo, las concesiones la dejen a mitad camino de lo que podría haber sido.

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