Vice: Un carrusel de sorpresas

27 Ene Vice: Un carrusel de sorpresas

 

El estreno de la película El vicio del poder / Vice sumerge al aficionado en un pequeño carrusel de sorpresas. La primera por su propia condición de (militante) cine político en una sociedad, la de la presidencia de Donald Trump, y en una industria, la fucking boss del cine mundial, que, sin embargo, se muestra capaz de manifestaciones tan radicales como la presente. La película disecciona la vida y la moral de un personaje de alcance, el vicepresidente (con Bush hijo) Dick Cheney, que encima todavía está vivo. Algo inimaginable con alguno de nuestros políticos, aunque ya llevara un tiempo fallecido, y eso que tenemos unos cuantos que darían tanto juego como nuestro protagonista.


La segunda se refiere a la propia trayectoria de su director, Adam McKay, aunque se trata de un pasmo atenuado a causa del alcance de su anterior trabajo, La gran apuesta (2015), una demoledora disección de la crisis de principios de siglo, al tratarse de un cineasta con una serie de comedias de muy dudoso gusto en sus inicios: Pasado de vueltas (2006), Hermanos por pelotas (2008) y Los otros dos (2010).


La tercera, también en grado estupefacción atenuada si recordamos su esquelética composición en El maquinista (Brad Anderson, 2004), es el trabajo de su actor protagonista Christian Bale, manejando a la perfección esa frontera entre imitación e interpretación que exigen los personajes reales tan cercanos al espectador como este Dick Cheney, y asumiendo un asombroso proceso de transformación que le permite interpretar al personaje en diversas etapas de su vida haciendo desaparecer de todas ellas el físico del propio Christian Bale. Impresionante.


Y todavía podríamos añadir una cuarta sorpresa derivada de la propia estructura de la película, toda una exhibición de propuestas y miradas diversas y de intencionado manejo de la línea del tiempo, con mención especial para ese narrador que se saca de la manga y que finalmente vincula con la historia con un brillante recurso que no vamos a desvelar.


Claro que la mayor sorpresa llega de la mano de ese aliento trascendente que posee la película y que logra superar la anécdota concreta de su personaje —con ser una «anécdota» de muchos quilates— para dibujarnos un certero panorama de las miserias de la alta política —esas decisiones en un despacho cerrado que causan miles de muertos en el otro extremo del mundo— y de lo atrapados que andamos todos en esa maraña de intereses, influencias y manipulaciones que llamamos democracia y que es el mejor sistema que hemos encontrado hasta el momento.

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