Roma: el cine que ya está aquí

07 Ene Roma: el cine que ya está aquí

 

Roma, la última película del realizador mexicano Alfonso Cuarón, ha alcanzado bastante popularidad por circunstancias ajenas, en principio, a sus propias prestaciones como obra. Se trata de una producción de Netflix, otro de los nombres de moda en el audiovisual que viene, que está pensada para distribuirse, prácticamente, en exclusiva, a través de sus abonados, de modo que éstos —y sólo éstos— la pueden ver en pantallas de diversos tamaños, aunque todas ellas domésticas, desde un plasma gigante hasta la miniatura del móvil.


Esto, aunque novedoso, no resulta una «novedad» porque ya hay mucha producción con este destino firmada por cineastas tan prestigiosos como el mexicano. La polémica llega cuando esta película se presenta en un festival de tanto calado como el de Venecia y encima gana el León de Oro —mientras escribo estas líneas, escucho por la radio que también acaba de obtener el prestigioso Globo de Oro que concede la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood—. Una producción que, sin embargo, no va a tener una exhibición normalizada en salas, en Valencia ni siquiera se ha estrenado y, según creo, en Madrid y Barcelona lo ha hecho con un número de proyecciones topado.


Todo esto podrá gustarnos más o menos, pero es el cine que viene y la sociedad que ya está. Me recuerda un poco a esa polémica que hubo —o que todavía hay— entre el libro de papel y el electrónico, con esa legión de irreductibles para los que el tacto del papel resulta imprescindible en la lectura. Nunca he pertenecido a este grupo porque a mí lo que me interesa de un libro es la historia y lo mismo la encuentro en una hoja que en una pantalla.


Se podría que decir que en el cine —o el audiovisual, que no sé ya cómo llamarle— pasa lo mismo, pero eso no es del todo exacto. El cine utiliza un componente visual, de espectáculo, del que carece la literatura, y su expresión no parece ser la misma en una gran pantalla que en la de un móvil. Además, la lectura ya era una actividad individual y solitaria antes de la era digital, lo mismo que ahora puede suceder con una tablet o un móvil, pero el cine siempre ha sido una actividad social, que obligaba a salir de casa y, por lo general, a compartir la proyección —la película, la historia— con otras personas.


Iniciativas como la de Netflix refuerzan ese cambio de modelo que ya había introducido la televisión a la carta de muchas plataformas. Nos podrá gustar más o menos esta nueva realidad y los estudiosos de las conductas humanas le adjudicarán más o menos riesgos y bondades, pero lo cierto es que está aquí para quedarse. El mundo cambia, nuestros mayores cuentan que antes se jugaba en la calle —yo incluso he llegado a hacerlo, más o menos, en mis primeros años de niño— y hoy resulta completamente inimaginable. ¿Era mejor una cosa que otra? No creo que se trate de comparar ni de hacer juicios morales, simplemente se trata de nuevos modelos de vida y de relaciones.


Y pasando a la película, tengo que apuntar, en primer lugar, que Alfonso Cuarón me ha parecido y me parece un cineasta interesante, pero nunca me ha entusiasmado. Y tu mamá también (2001), el film que le proyectó internacionalmente, es su trabajo con el que más conecto, pero las reconocidas Hijos de los hombres (2006) y Gravity (2013) no me parecen grandes películas, y menos todavía su incursión en la serie Harry Potter en 2004.
Algo parecido me pasa con esta película, reconozco que es un trabajo interesante, muy interesante en determinados momentos y aspectos, y que, sin duda, merece ser conocido. Imprescindible, incluso, para el cinéfilo, pero no comparto el entusiasmo que está generando. Cuando concluye —y se encienden las luces de la sala… perdón, que estamos en los nuevos tiempos… y se apaga la tablet— es cierto que la película nos deja un buen poso de emoción y de reflexión, pero por el camino me ha aburrido en demasiadas ocasiones, y uno —o sea, yo— se aburre cuando no le interesa lo que le cuentan… o cuando ya lo ha pillado y se lo siguen contando… o cuando ya se lo han contado y se lo vuelven a contar…


La película posee un profundo y reconocido aliento autobiográfico, ya que el cineasta creció en ese barrio de la capital mexicana que da título a la película, Roma, en el que estaba instalada la case alta de la sociedad mexicana (incluso hay un plano con la placa de la calle Tepeji en la que se encontraba su domicilio) en esos años setenta en los que sucede la acción de la película, y tuvo una niñera de origen indígena —la Libo a la que, en el plano final, está dedicada la película— como la protagonista del film. Incluso recrea la exhibición de películas como Atrapados en el espacio / Marooned (John Sturges, 1964), que, según parece, le impresionó en su niñez y de la que encontramos ecos en la reconocida Gravity.


La premisa inicial de la película nos dice que esas personas anónimas, las criadas indígenas de tantas y tantas casas de clase alta de raíces europeas, también tenían una vida privada y todo el derecho del mundo a ser protagonistas de su propia historia. Un objetivo que la película cumple con creces y de manera sobresaliente. En segundo plano —o en primero, según se mire— la película nos propone una radiografía de la sociedad mexicana de esa época, con su inevitable proyección en el presente, incluyendo dramáticos sucesos de ese tiempo, como la conocida como matanza del Corpus Christi, un suceso ocurrido en 1971 —tres años más tarde de la matanza de la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco—, cuando una manifestación de estudiantes fue disuelta a tiros y palos por el ejército y bandas paramilitares de civiles, dejando más de cien muertos sobre el asfalto. Una segunda lectura en la que la película sigue dando satisfacciones.


Lo mismo sucede, y seguimos en el apartado de las satisfacciones, con su formato, fotografía en blanco y negro y un majestuoso 2:35 —lo más incompatible que se pueda pensar con una pantalla de plasma, tablet o móvil, dicho sea de paso—, y con una muy acertada elección de la posición de cámara, tanto que muchas veces adquiere dimensiones de lección magistral. Como verán, todo lo que vengo diciendo son cosas positivas, y es que se trata de una buena película, muy buena en algunos momentos, pero sus dos horas largas de metraje no me resultan del todo justificadas y en ocasiones me asalta la duda de que algunas escenas y sucesos se incluyan, simplemente, porque son vivencias que le pasaron al cineasta en su niñez (como la escena en la azotea con el hermano mayor y la niñera). Y, lógicamente, a él le parecerán muy interesantes, pero puede que a mí me interesen algo menos y, en algunos casos, hasta mucho menos.

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