20 Dic Kursk: Nos sabemos el final
Las películas que están basadas en unos hechos reales suficientemente conocidos por el público tienen un grave problema: el espectador ya conoce el final. Esto es lo que sucede con esta película que recrea el drama del submarino nuclear soviético de ese nombre, que, en el verano del año 2000 y tras una explosión en la sala de torpedos, se fue al fondo del mar y vivió un angustioso rescate que, finalmente, concluyó con la muerte de la veintena de marineros que habían logrado sobrevivir a la explosión inicial.
Esto obliga a sus autores a situar el punto dramático en otra dirección, ya que no pueden mantener en tensión al espectador con el clásico recurso de… ¿se salvarán? A este problema se suma otro, en esta película, el hecho de tener que especular con lo que sucedió en el interior del submarino con los supervivientes —de hecho, la autopsia de los cadáveres reveló que murieron mucho antes de lo que «dramáticamente» le conviene a la película, que alarga los plazos de supervivencia hasta ajustarlos a sus intereses «dramáticos»— y sentirse obligada a adoptar una mirada heroica, aunque no rehúya mostrar debilidades y miedos. El hecho de que, cuando escuchamos la canción de los marineros en la fiesta de boda inicial, «sepamos» que la volveremos a escuchar en los momentos finales —como realmente sucede— ilustra perfectamente las debilidades de este apartado del film.
Mucho más interesante es, en cambio, lo que sucede en el exterior del submarino, al menos a partir del accidente, porque las escenas iniciales de los marinos y sus familias son demasiado instrumentales. Aquí es donde la película encuentra su verdadera dimensión, tanto en la descripción del sufrimiento y las incertidumbres de los familiares como, sobre todo, en el retrato que efectúa del estado de descomposición que atravesaba en aquellos momentos, los primeros días de la era Putin, el derruido imperio soviético, con un gran personaje en la figura del almirante ruso que dirige las maniobras y que, en su evolución, muestra la propia trayectoria de una sociedad soviética obligada a enfrentarse a su propia decadencia y al descrédito de los mitos que la habían sostenido.
La intensidad que muestra este segundo apartado de la película le concede, además, ese aliento trascendente que distingue a las buenas historias, ya que propicia una sugestiva lectura acerca de unas motivaciones políticas que acaban primando sobre la vida de las personas, consintiendo (ejecutando) su sacrificio con la excusa de unos intereses nacionales que se revelan más huecos y vacíos que nunca. En definitiva, una película desigual pero bien realizada y con algunos apuntes dignos de las mejores obras.
No hay comentarios