15 May Film río
El reciente estreno de Z. La ciudad perdida, una película interesante aunque con algunas limitaciones, me ha hecho recordar un concepto, el de film río, que ya no encuentro, desde hace mucho tiempo, en reseñas o comentarios críticos de películas. Y eso que hubo una época en que, al menos en la publicación de referencia en la ciudad de Valencia, la Cartelera Turia, a la que pertenezco desde hace más de treinta años, era un calificativo que se usaba con cierta frecuencia.
Hacía, y hace, referencia a esas películas cuya historia se dilata a lo largo del tiempo y cuya estructura consiste en una aplicada sucesión de episodios que siguen linealmente el desarrollo de los hechos. Siempre han existido —aunque puede que en el pasado fueran más frecuentes— y en la actualidad siguen apareciendo ejemplos como la mencionada película.
El motivo de esta entrada no es tanto la película de James Gray que ahora se estrena, como reflexionar acerca de este modelo narrativo que, en sí mismo, constituye una trampa narrativa de la que pocos autores han conseguido escapar (un ejemplo magistral de cómo burlar las zancadillas sería el Citizen Kane de Orson Welles). La primera de las dificultades que nos plantea es la brevedad con la que hemos de atender cada anécdota, con la consiguiente sombra del esquematismo y la superficialidad asomando en cada plano. Es aquello de “habla de demasiadas cosas y no profundiza en ninguna”, como le sucede a nuestra película, que pone en pantalla conflictos familiares, conflictos académicos, conflictos bélicos, conflictos con la selva y sus habitantes, quimeras y obsesiones de diverso cuño… Es casi imposible atenderlos a todos como es debido con la limitación de metraje que impone la propia extensión temporal de la historia que se pretende contar.
La segunda de estas trampas es algo más sutil pero no por ello menos peligrosa. Se trata de la práctica imposibilidad de mantener oculta la trama (de nuevo el film de Orson Welles funcionaría como excepción). Entendemos por trama la relación causal que existe entre los hechos y los comportamientos de los personajes en una historia. Eso que vamos descubriendo a lo largo de la visión de la película —o de la lectura de un libro— y que finalmente nos ofrece una mirada (comprensión) global sobre la historia. En un film río, la propia concatenación temporal —y en general causal— de los hechos hace que la trama quede al descubierto en todo momento. Como, también, le sucede a Z. La ciudad perdida.
La tercera y última de estas dificultades —podría citar alguna más, pero éstas me parecen las más visibles— se refiere a la frecuente reiteración de situaciones que se produce en estos films, ya sean batallas, bailes de salón, escenas de amor o de pelea entre los protagonistas… o, como sucede en nuestra película ejemplo, de expediciones al corazón de la selva.
Hasta tres veces se interna nuestro protagonista en territorios inexplorados de la Amazonia, sufriendo todas las dificultades y penalidades asociados al concepto de aventura extrema. Una película no puede repetir tres veces las mismas escenas, así que se impone elegir en cuál de ellas se narra con detalle la situación, de modo que las otras funcionen al abrigo de las imágenes de aquella. En cualquier caso hay dos que se quedan cojas, si son las iniciales porque no transmiten el suficiente dramatismo al espectador y si son las finales porque el relato se desinfla. Eso también le pasa a nuestra película y es que esto de los films río es un auténtico campo de minas del que solo saben salir ilesos los grandes maestros.
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