19 Ago La memoria del agua
Este nuevo encuentro con el joven realizador chileno Matías Bize, tras la sorprendente En la cama (2005), nos sigue revelando a un cineasta especialmente interesado en los sentimientos y las relaciones entre los personajes, tanto que en ambos casos —y por lo que parece también en La vida de los peces (2010), que obtuvo el Goya a la mejor película hispanoamericana y que desconozco— estos constituyen los elementos que mueven la trama y la mínima anécdota apenas funciona como marco necesario para que se manifiesten.
En esta ocasión el recurso que pone en marcha la historia interior del relato es la muerte del hijo de corta edad, menos de cuatro años, de la pareja protagonista al ahogarse en la propia piscina del domicilio. A partir de ese suceso la película narra la desintegración de la pareja, a pesar del cariño mutuo que se siguen teniendo, a causa del rechazo de la mujer a encontrar felicidad en un entorno, su hogar, en el que sólo puede existir tristeza. Más aún, por el temor a que esa felicidad le robe para siempre una presencia del hijo desaparecido que sólo puede materializarse en un dolor eterno y sin límites. Una compleja y desoladora meditación que la película va aflorando lentamente y que finalmente concreta en la excelente e intensa escena situada en el complejo de apartamentos en la montaña.
Puede que alguno de los recursos que utiliza no sean demasiado originales —la compra del regalo para el cumpleaños de un niño, hijo de una pareja amiga, que tiene la misma edad que el suyo desparecido— y que otros estén un tanto metidos con calzador —la traducción de los síntomas de asfixia por ahogamiento—, pero hay que agradecerle a la película esa férrea voluntad de contar la verdad sin plegarse a las exigencias o conveniencias de un relato más amable con el espectador —ejemplar, al respecto, el desenlace de la historia— y la capacidad que muestra para trascender los poliédricos sentimientos —particulares— de sus personajes para propiciar una reflexión acerca del dolor por la pérdida de un hijo que posee un alcance universal. Una buena película, con una Elena Anaya sencillamente extraordinaria.
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