Sufragistas

12 Ene Sufragistas

 

Hay películas que parten con ventaja porque tratan un tema que sólo puede provocar adhesiones y simpatías. “Sufragistas” es una de esas películas, ya que relata el calvario sufrido por las mujeres para obtener algo tan obvio como el derecho al voto en igualdad con sus vecinos masculinos. Utiliza para ello un suceso ocurrido en la Gran Bretaña de principios del siglo pasado, la muerte de una activista arrollada por un caballo en un popular Derby, al que había acudido para reivindicar, aprovechando la presencia del rey, el derecho al voto femenino, y a partir de ese hecho crea una historia de ficción protagonizada por una joven obrera que toma conciencia de clase y de género.
Sin embargo, muchas veces esta ventaja de salida se termina volviendo en su contra, ya que lo incuestionable del mensaje empuja hacia planteamientos más simples, incluso considerando la complejidad como enemiga del mensaje que se pretende transmitir. Este peligro también acecha a una película como “Sufragistas”, aunque lo logra esquivar en la mayoría de las ocasiones.
Primero por elegir a la parte más violenta del movimiento sufragista, con unos métodos directamente asimilables al terrorismo, algo que, sobre todo en los tiempos que corren, puede generar cierta incomodidad en el espectador. A continuación por el énfasis que pone en el componente obrero de su protagonista y la vinculación que existe entre la explotación de clase y la explotación que se añade en función del género, ya que las mujeres no sólo cobran bastante menos que los hombres, sino que, además, se encuentran expuestas a un acoso que muchas veces “deben” consentir y cargan con los extras de recaderas que se suman a la jornada laboral.

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Una voluntad de complejidad que se encuentra, igualmente, presente en la figura del esposo del protagonista, excelentemente interpretado por Ben Whishaw, uno de los mejores actores de esta joven generación, un tipo que, a pesar de su despreciable comportamiento, no termina de hacerse antipático gracias a unas razones que podemos “comprender”, como parte de esa cadena de explotación que los propios explotados asumen como propia, aunque en ningún caso podamos compartir.
Una complejidad que parece, no obstante, resultarle incómoda en el caso de la víctima femenina del atentado que nuestras mujeres cometen en la mansión del ministro, una circunstancia que podría haber abierto una ventana a diversas dudas y reflexiones, pero que la película cierra rápidamente para ocuparse de las lacrimógenas relaciones de nuestra protagonista con el hijo que le han arrebatado a causa de su implicación en la lucha por el voto femenino, un registro melodramático mucho más sencillo de asimilar por audiencias poco exigentes.

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Una película, con un impresionante diseño de producción y bien equilibrada en sus componentes humanos y de denuncia, que incluye un estupendo personaje, el policía que interpreta el gran Brendan Gleeson, un tipo implacable, que sólo piensa en hacer cumplir la ley al margen de sus opiniones personales, con una insólita y extraña relación de complicidad con la protagonista, que se resuelve en un sensacional plano final en la pista de carreras, el mejor momento de esta estimable obra.

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