The searchers

20 Dic The searchers

 

“Un indio persigue algo hasta que piensa que ya lo ha perseguido lo suficiente. Luego lo deja estar. Y lo mismo ocurre cuando huye. Después de un tiempo piensa que debe desistir y comienza a aflojar. Por lo visto, no concibe que exista una criatura que persista en una persecución hasta el final.” (Alan Le May, The searchers).

Los protagonistas de esta historia pertenecen a esta clase de criaturas. Hacía tiempo que iba detrás de esta novela y ahora una exquisita edición de Valdemar / Frontera me ha permitido cumplir este deseo. La causa de esta obsesión hay que buscarla, por supuesto, en la versión que John Ford hizo para el cine y que en España se distribuyó como «Centauros del desierto», el mismo título elegido ahora por la editorial para publicar la novela.

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Se trata de una de las obras maestras de Ford por la que siento una especial debilidad. De hecho, la incluyo entre las diez películas de mi vida. Gran película, pero la novela es mejor, mucho mejor. Esto es algo que suele suceder en las adaptaciones a la pantalla de textos literarios, ya que el papel permite un mejor desarrollo de la historia y los personajes, y además no está sujeto a los códigos de género y de industria que, en mayor o menor medida, asumen las películas con vocación comercial.

Leyendo la novela y viendo la película, uno se da cuenta de lo que puede ganar una historia si la liberamos de esas ataduras. Los personajes de Amos Edwards y Martin Pauley crecen como gigantes despojados de esas cadenas y contemplados en toda la miserable grandeza que posee la condición humana. Y si uno recordaba el plano final de la película, con John Wayne permaneciendo fuera de la casa, casi como si de un personaje de «El ángel exterminador» se tratara, como uno de los grandes momentos de la pantalla, ahora resulta que el desenlace de la novela es todavía más desgarrador.

CENTAUROS

Pero yo quería hablar de la novela y no de la película. Se trata de una de esas grandes historias en la que el empeño humano anda por encima de la razón, la búsqueda interminable en la que empeñan sus vidas los dos protagonistas y que termina destruyendo a sus propios actores. Como en «Moby Dick». Unos paisajes, una época y unos personajes perfectamente atendidos en sus componentes concretos, pero plenos de ese aliento trascendental que convierte a las pequeñas historias en aventuras de toda la humanidad. O al menos de una parte de esa humanidad. Esa parte a la que yo pertenezco.

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