La trama conduce a Copenhague (3)

31 Ago La trama conduce a Copenhague (3)

 

El martes 20 comenzamos visitando el puerto de Nyhavn, una de las imágenes más recurrentes de la ciudad. Un pequeño y animado muelle en el que vivió durante casi veinte años el escritor Hans Christian Andersen, el autor más popular de Dinamarca, que cuenta con varias estatuas en las calles de Copenhague. Ambos márgenes del puerto lucen una serie de bonitos edificios con las fachadas de nuevo pintadas con colores pastel y uno de ellos con todos los bajos ocupados por populares restaurantes de un precio relativamente razonable a la vista del calado turístico del lugar.


Pero este lugar era, además, el punto de partida de una buena caminata hasta el gran icono de la ciudad de Copenhague, La Sirenita. Un paseo muy agradable junto al mar, a lo largo del cual nos encontramos con unas vistas de la conocida como Isla de Papel, antaño lugar de cita para comidas populares y actualmente ocupada por pequeños bloques de simpáticos apartamentos. Y un poco a mitad camino tenemos que hacer un alto para echarle un vistazo a otra monumental iglesia, la Marmoriken, visiblemente inspirada en la basílica de San Pedro en Roma. Es conocida con ese nombre porque comenzó a construirse en mármol, pero los costes se dispararon y se terminó en piedra.


Aún nos cruzamos con otra curiosa escultura antes de llegar a nuestro destino, una suerte de hombre, entre abatido y pensativo, que estaba construido con piezas de chatarra. Y, finalmente, llegamos a la popular Sirenita, una estatua en bronce de mediano tamaño que está inspirada en el personaje de un cuento de Andersen y fue realizada a principios del siglo XX. La figura ha sido objeto de varios ataques vandálicos a lo largo de los años, ha sido decapitada dos veces, pero siempre se ha podido reponer gracias a que se conservan los moldes originales. El lugar es de esos que se dicen visita obligada y, realmente, es una figura muy bonita que está situada en la orilla aunque ya dentro del mar, pero el lugar es un auténtico enjambre de turistas que pugnan (pugnamos) por encontrar un punto en el que poder hacerse una foto, un selfie o lo que sea con ella. Nuestra pareja de intrépidas fotógrafas se las ingenió para sacar unas cuantas fotos, una de ellas la que acompaña estas líneas.


El regreso lo hicimos a través del Parque Churchill, que alberga en su interior una construcción conocida como el Kastellet (ciudadela, sería su traducción), una fortificación en forma de estrella, muy bien conservada, con varios edificios en su interior, entre ellos una iglesia y un molino de viento también en un estupendo estado de conservación. Esta vuelta tenía un objetivo preciso, regresar al puerto de Nyhavn para comer en uno de sus restaurantes. El elegido fue el Cap Horn, un recomendable local que ofrece una buena selección de smorrebrod. La tarde de ese día ya tuvo poca historia, un poco de deambular por los alrededores del hotel, Copenhague sin rumbo fijo, tras la larga caminata y la surtida comida que nos regalamos.


El miércoles 21 amaneció con lluvia intermitente, pero eso no alteró los planes que nos habíamos marcado. Tocaba cambiar de país y visitar Malmoe, la tercera ciudad por número de habitantes de Suecia, tras la capital Estocolmo y Goteborg. Hay que coger un tren, el billete cuesta unos 20 euros, en la propia Estación Central, sale cada veinte minutos, que viaja a través de una increíble obra de ingeniería, un puente sobre el océano, por el que también circulan los coches, que se hunde bajo tierra en su último tramo para llegar, en unos cuarenta minutos de trayecto, a la Estación Central de Malmoe, también en pleno centro de la ciudad. Malmoe es una ciudad muy agradable, con un casco antiguo relativamente pequeño que se puede recorrer con facilidad. Hay una escultura callejera conocida como la Orquesta optimista, con cuatro músicos que siguen a un supuesto director que blande un mazo , y un puente en el que están los moldes en bronce de desaparecidos personajes de la historia de Suecia, entre ellos la actriz Anita Ekberg y el director Bo Widerberg. Y hablando de los que ya no están, de nuevo un cementerio, esta vez en pleno centro de la ciudad, que es utilizado como parque por los habitantes de Malmoe. La muerte, un momento más de la vida, con la que estos pueblos escandinavos conviven con una naturalidad tan sana como complicada de trasladar a nuestras latitudes físicas y morales.


La tarde de ese día, el miércoles 21, la ocupamos en una pequeña peregrinación a la que arrastré a mis compañeros de viaje, con buen talante por su parte he de reconocer. Se trataba de llegar al Instituto Niels Bohr, que está situado en una de las esquinas del Faelledparken, al otro lado del último de los lagos con forma de estanque a los que hacíamos referencia en nuestra visita al barrio de Norrebro, esta vez ya en el de Osterbro, un barrio que está un poco más alejado. O sea una buena caminata. Pero en ese instituto, en 1927, cundo todavía se le conocía como el Instituto de Física Teórica de Copenhague, el físico Niels Bohr, que entonces era su director, estableció las primeras bases de la física cuántica: Solo podemos conocer el mundo microscópico a través de sus manifestaciones en el mundo macroscópico. Y estas manifestaciones se rigen por el Principio de Complementariedad: un fotón se comportará como onda o partícula según la elección del dispositivo experimental que permita observarlo. Las certezas de la física clásica (la continuidad de los fenómenos en el espacio y en el tiempo, la distinción entre onda y partícula o las propiedades que poseen los objetos independientemente de la forma de medirlos) desaparecen en la física cuántica. Esta formulación se conoce como la Interpretación de Copenhague porque el también físico Heisenberg se refirió a ella en estos términos y yo me he permitido utilizarla como título de este thriller cuántico que estoy pretendiendo escribir.


El último día de nuestra estancia en Copenhague, el jueves 22, también con una lluvia intermitente que complicaba un poco las cosas, lo dedicamos a la asignatura obligada que todavía teníamos pendiente, los impresionantes Jardines del Tivoli, un encantador parque de atracciones inaugurado a mediados del XIX, con abundante naturaleza y una amplia oferta de ocio que incluye atracciones de máximo riesgo, como una caída libre desde una muy respetable altura, una sillas voladoras que alcanzan los 70 kilómetros por hora y un diabólico artilugio llamado El Demonio en el que los vagones ejecutan tirabuzones a toda velocidad. Nosotros no nos subimos a ninguno de estos artefactos —al contrario de nuestros compañeros de viaje que se subieron a todos—, pero no van a correr la misma suerte los protagonistas de mi novela, que van a aprovechar el incógnito que estas atracciones ofrecen para intercambiar unas informaciones. Aunque lo van a hacer a bordo de una de las atracciones más suaves, la Rutschebanen, una montaña rusa instalada en 1914 que pasa por ser la más antigua de las construidas en madera. Los Jardines del Tivoli ofrecen, además, diversos eventos culturales a lo largo del año, tengo un buen amigo que asegura haber asistido en ellos a una actuación de Chick Corea, y disponen de una buena oferta de restauración. Nosotros nos decidimos por el Fru Nimb, con unos smorrebrod con un punto de diseño que estaban estupendos. Y esta ha sido nuestra experiencia en Copenhague, ahora le toca a los personajes de mi novela, «La Interpretación de Copenhague», vivir la suya. (Fin)
Fotos: Inma Fernández y Susana Ballesteros.

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