19 Jun De Jaca a Copenhague: Primera etapa de un viaje (y II)
Los alrededores de Jaca dejan margen para muchas excursiones, con múltiples paisajes y pequeños pueblos. Nosotros seleccionamos unos cuantos destinos que os vamos a recomendar. Pero vamos a comenzar continuando dentro de la ficción, ya que, por circunstancias que el lector descubrirá en su momento, uno de nuestros policías protagonistas, el hombre, purga sus tormentos en esa comisaría de provincias y ha fijado su domicilio en una pequeña casa de piedra, abandonada desde hace muchos años, situada en algún pequeño pueblo de montaña a escasos kilómetros de Jaca. Una aldea casi deshabitada en la que encontrará la compañía de un perro que aparecerá por allí tan pronto se haya instalado. Llevábamos preparados algunos pueblos «candidatos», pero acertamos en el primero de ellos, Sinués.
Se encuentra en una salida de la carretera que finaliza en Aisa y hasta allí nos dirigimos, recorriendo el mismo camino que, posteriormente, recorrería en la ficción el otro policía protagonista, la mujer: «Una carretera estrecha, aunque bien conservada y de suficiente amplitud, que atravesaba montañas y prados sembrados de forraje y que, en su parte final tenía un desvío a la izquierda que conducía hasta Sinués, una localidad que pertenecía al municipio de Aisa y que apenas tendría 50 habitantes. Gela nunca había tomado ese desvío y esa mañana lo hacía por primera vez. La carretera cambiaba drásticamente en estos dos kilómetros finales que conducían hasta Sinués. La vía apenas tenía el ancho de un vehículo, serpenteaba por la ladera de la montaña y tenía el firme en un estado más que dudoso. El inspector jefe Carlos Durán siempre le había parecido un tipo un poco raro, pero esa decisión de irse a vivir a esa casa situada al final de una carretera de esta clase despejaba cualquier duda al respecto». Una vez allí, llegamos hasta Aisa y luego regresamos por Borau, en ambos casos unos pueblitos dignos de visitar. En el primero de estos dos pueblos, Aisa, encontramos al perro que acompañará a nuestro policía, aunque el animal no parecía muy conforme con este destino y nos recibió a ladridos.
Visita obligada es la estación de Canfranc, de un vigoroso estilo modernista, inaugurada en 1928 y en servicio hasta 1970, cuando el descarrilamiento de un tren de mercancías en la parte francesa destruyó un puente que nunca fue reconstruido y la estación dejó de operar. Actualmente está perfectamente rehabilitada, acoge un selecto hotel e incluso mantiene una línea en servicio que llega hasta Zaragoza.
En el camino conviene detenerse en Villanúa, en su tiempo uno de los principales focos de la brujería en esta zona de los Pirineos. Desde allí se llega fácilmente a la Cueva de las Güixas, un entramado de galerías subterráneas en las que estas desdichadas celebraban sus ritos y aquelarres (hay que contratar la visita si se quiere entrar, algo que, desgraciadamente, no pudimos hacer pues ese día estaban completas). Una escultura en el centro del pueblo recuerda la barbarie a la que fueron sometidas estas mujeres. Y también conviene detenerse en el pueblo de Canfranc, frontera histórica entre Aragón y Francia, una localidad que prácticamente quedó arrasada en un incendio en 1944 y que hoy está reducida a una calle en la que, según parece, queda muy poco del Canfranc anterior.
Visita obligada es el Monasterio de San Juan de la Peña, una sorprendente construcción que comenzó a levantarse a principios del siglo XI y que está literalmente incrustada en la roca. Pasear por allí es sobrecogedor y si, además, hay afición por contemplar y distinguir las diversas influencias que tiene su arquitectura, el gozo es completo. Incluye una cripta en la que están sepultados nobles y reyes aragoneses y navarros, pues ambas coronas permanecieron unidas durante un tiempo. Continuando carretera arriba (y con mucho mejores condiciones de aparcamiento en destino) se llega al Monasterio Nuevo de San Juan de la Peña, construido a finales del XVII, tras un incendio en el primer monasterio. Lleva mucho tiempo sin orden monástica y hoy alberga un Centro de Interpretación. Vale la pena acercarse, aunque ni de lejos alcanza la magia del genuino monasterio de San Juan de la Peña.
Otros pueblos que visitamos —y que creemos vale la pena hacerlo— fueron Berdún, sobre un pequeño cerro que domina el valle conocido como la Canal de Berdún y con un núcleo urbano con recias casas nobles construidas con piedra. Y un poco más al norte, la localidad de Hecho, donde podemos observar las típicas chimenea del Alto Aragón, con forma de troncocono y un remate, en ocasiones directamente una cruz, pero la mayoría de las veces imposible de identificar desde abajo, que incluye algún objeto extraño o terrorífico que impide que las brujas que sobrevuelan el lugar con sus escobas se puedan colar en el hogar por la única abertura existente: las chimeneas. Y, en tercer lugar, Larres, un pequeño pueblo con una fortaleza levantada en el siglo XI y ampliada en el siglo XV.
Fotos: Inma Fernández
Eva Maria Gasent
Publicado a las 19:25h, 19 junioMe encanta vuestro recorrido. Hace años estuve en Hecho y Anso y tengo gratos recuerdos..
Hecho de menos que hables algo más de la estación de Canfranc, de su interesante historia.. y me fascina el tema de las cuevas de brujas.