Una semana en Dublín… y alrededores (y III)

03 Sep Una semana en Dublín… y alrededores (y III)

 

El domingo 20 de agosto utilizamos la mañana en una excursión por nuestra cuenta, aprovechando la línea de cercanías (DART) cuya estación teníamos a pocos metros del apartamento. El destino elegido fue el pueblo pesquero de Howth (no llegaba a los 3 euros la ida y vuelta), un trayecto de unos veinte minutos y una alta frecuencia de paso. Se trata de un pequeño pueblo, muy animado ese día por ser domingo, del que parte un sendero que recorre un acantilado y nos regala bonitas vistas. Por la tarde estuvimos por la catedral de Saint Patrick, otra impresionante construcción, con una amplia explanada verde que estaba llena de gente disfrutando del sol y de la buena temperatura que tuvimos durante toda nuestra estancia en la capital irlandesa.


La excursión del día siguiente volvió a ser contratada, de nuevo con Civitatis, y la distancia creció exponencialmente respecto a la anterior, ya que nos recorrimos toda la isla —a lo ancho— para llegar hasta los acantilados de Moher. Se trata de una excursión de unas doce horas que vale la pena, pero hay que tener en cuenta que la mayor parte de ese tiempo nos la pasamos en el autobús, así que cada cual saque sus propias conclusiones. La primera parada fue en Galway, una de las ciudades importantes de Irlanda, unos 80.000 habitantes, en la que apenas tuvimos tiempo de recorrer algunas de las bonitas, comerciales y turísticas calles del centro de la ciudad.


Para llegar a los acantilados de Moher tuvimos que abandonar la autovía e incorporarnos a una ruta que recorre toda la costa de Irlanda y que es conocida como la Wild Atlantic Way, ya se figurarán el motivo. Una carretera estrecha y muy sinuosa (en Irlanda hay infinidad de muritos de piedra centenarios que delimitan propiedades y que no se pueden expropiar ni derribar, es la carretera la que debe acomodarse a esas piedras y propiedades ancestrales) que el conductor debe conocer bien para tomar los desvíos oportunos, pues hay tramos en los que podría quedarse atascado, sin poder ir ni hacia delante ni hacia atrás. Nada esto nos sucedió y llegamos sin novedad a los acantilados de Moher, toda una atracción turística, con un ticket de entrada que te permite una estancia de dos horas y una serie de tiendas y locales de restauración instalados en unas cuevas abiertas en el propio acantilado.


El lugar es espectacular, aunque la masificación del turismo —nosotros incluidos, por supuesto— resta algo de encanto a la visita. Pero toda esta belleza también encierra un lado trágico, pues, según nos dijeron, es uno de los lugares predilectos de los suicidas: un salto desde los doscientos metros de altura de estos acantilados para poner fin a sus vidas. Y debe ser cierto porque vimos más de un cartel con un número de teléfono que instaba a estos futuros suicidas a efectuar una llamada y hablar con ellos antes de cometer lo irremediable.


Y al día siguiente, el último de nuestra estancia en Dublín, volvimos a realizar una excursión por la mañana, esta vez a nuestro aire y con una distancia mucho menor. De nuevo con el cercanías de Dublín, pero en esta ocasión, rumbo al sur, hasta el pueblo costero de Greystones. Unos 45 minutos de trayecto, una frecuencia de media hora y unos 7 euros la ida y vuelta. Otro bonito pueblo cuyo nombre hace referencia al color gris de las piedras que hay en su costa y en el que nos cogió un buen chubasco irlandés. Y por la tarde, la despedida deambulando por las calles que ya conocíamos —hasta se nos olvidó coger el mapa de la ciudad— y rematando en uno de nuestros pubs con una pinta de Guinness en la mano.


Fotos: Inma Fernández.

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1Comment
  • Esther
    Publicado a las 23:14h, 03 septiembre Responder

    Pues ya he estado en Dublin! Genial Pedro.
    Se lo paso a mi hija Eva que ha estado viviendo allí y seguro que le gusta recorrer de nuevo esos lugares de tu mano..

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