Unos días en La Rioja

27 Mar Unos días en La Rioja

 

Anualmente, una web en la que participo, noirestyle.org, que, inicialmente, está dedicada al cine negro y a las series B y Z (aunque sus tentáculos son mucho más largos) y cuya principal aportación es la generación desinteresada de subtítulos para películas que permanecen ocultas para el aficionado, organiza un encuentro que nos reúne a algunos de sus miembros desde diversos puntos de la geografía nacional. Este año, por tercera vez, la convención —en realidad un combinado de abrazos, chanzas y viandas— se ha celebrado en Logroño, domicilio actual del máximo gestor de esta web, que, además, es mi hermano pequeño.


Esta circunstancia nos animó a completar el viaje con un breve trayecto —apenas un par de intensas jornadas— por esa hermosa tierra que es La Rioja y esta es la experiencia que pretendemos contaros en esta entrada. La Rioja está recorrida por siete afluentes del Ebro, con sus correspondiente siete valles. Nosotros estuvimos en el norte de la comunidad, entre el rio Oja, en la zona de Santo Domingo de la Calzada, nuestro primer destino, y el Najerilla, cerca del monasterio de la Valvanera, nuestro segundo destino.


Antes de llegar a Santo Domingo, un viaje de unas cinco horas desde Valencia, nos detuvimos en Nájera, un pueblo medio, unos 10.000 habitantes, con callejuelas angostas y el imponente monasterio de Santa María la Real. De allí, directamente, a Santo Domingo de la Calzada, con algo menos de habitantes y dos puntos de interés, además de algunas fachadas blasonadas en el casco antiguo, su Catedral y la adyacente plaza de España. Pernoctamos en el parador de Santo Domingo de la Calzada —parece que hay otro en la misma localidad—, un antiguo hospital de peregrinos reconvertido en un recomendable parador nacional de turismo. Se puede llegar hasta la puerta, pero es algo complicado por tratarse de una zona peatonal, así que lo mejor es tratar de dejar el coche en la ronda que rodea el casco antiguo, ya que estamos a tiro de piedra. Para cenar teníamos buenas referencias del restaurante Los Caballeros, aunque preferimos hacerlo en el propio parador que cuenta con un restaurante igual de recomendable. Irse de La Rioja sin haber tastado unas chuletillas al sarmiento es un pecado.


El objetivo principal del día siguiente estaba marcado en rojo en la agenda, Ezcaray, uno de los pueblos más bonitos de toda La Rioja, situado al oeste de la comunidad y con poco más de 2.000 habitantes. Su topónimo es de ascendencia vasca —significa peña alta, en referencia a un monumental peñasco que se alza a la entrada del valle—, ya que esa zona fue repoblada desde Navarra una vez expulsados los musulmanes de ella. Y no sé si influenciados por ese topónimo, creímos identificar rasgos vascos en alguno de los vecinos con los que nos cruzamos. Puntos de interés son la iglesia Santa María la Mayor, la plaza de la Verdura, la calle Mayor… y en general callejear por sus rincones y callejuelas, que tampoco son tantas y merece la pena conocerlas todas. Envidiable resulta también su oferta gastronómica y, prácticamente, en cualquier local se va a comer bien. Para los muy sibaritas —y también muy derrochadores—, que no es nuestro caso en ninguno de ambos supuestos, hay un dos estrellas Michelin, el Portal del Echaurren. Para el resto, tenemos su hermano pequeño el Echaurren Tradición y otros igual de recomendables, según las muy fiables referencias de las que dispongo, como El rincón del vino, Casa Masip o Lladito.


De allí, y tras una breve parada en Berceo, la cuna de la lengua castellana, rumbo a San Millán de la Cogolla, un pueblo muy pequeño que resulta conocido por albergar en su término municipal los monasterios de Yuso, el que está abajo, y de Suso, el que está arriba en las montañas. El primero se puede visitar sin ninguna limitación, pero el acceso al segundo está restringido y sólo se puede acceder con el autobús autorizado. Hay diversos horarios de salida, pero muchos de ellos están copados por excursiones contratadas con anterioridad y la opción más segura es el primer turno que sale a las 9.30 horas. Nosotros lo perdimos por los pelos y, a la vista de la organización del viaje, tuvimos que dejar esta visita para la siguiente ocasión que acudamos a La Rioja.


La noche de este segundo día la teníamos contratada en el Monasterio de Nuestra Señora de Valvanera, situado en plena naturaleza, un enclave privilegiado de esos que se describen como en medio de la nada. Para llegar hasta allí hay que dejar atrás el pueblo de Anguiano y después tomar un desvío en esa misma carretera comarcal. En mitad del camino nos encontraremos con una cruz que, en el siglo XI, marcaba la frontera que ninguna mujer podía cruzar bajo pena de una fuerte multa. El complejo sigue funcionando como monasterio y tiene una parte reservada para los escasos monjes de clausura que lo habitan, hasta hace poco pertenecientes a la Orden Benedictina y en la actualidad ocupado por una orden que tiene su origen en Argentina y cuyo (desconocido) nombre no sabría precisar, pues no tomé nota en el momento que me lo mencionaron.


Además de su faceta religiosa, con todos los oficios que se le suponen, el monasterio funciona como hotel, con unas acogedoras habitaciones, heredadas según parece de su antigua hospedería, y un restaurante que ofrece una comida casera de buena calidad. Como lugar de retiro —con todas las acepciones del espíritu que se quieran— es el no va más y resulta especialmente apropiado para los amantes del senderismo de montaña, pues desde allí parten diversas rutas que se internan en un envidiable entorno de naturaleza pura y dura. Nosotros no teníamos ni tiempo ni forma física para tales excesos (la cuesta ya comenzaba con la entrada del sendero), pero estoy seguro de que hará las delicias de aquellos aficionados a la naturaleza y el senderismo que dispongan de ambas cosas.


El tercer día de nuestro viaje ya tenía como destino marcado nuestra pequeña convención de frikis cinéfilos, algunos ya en edad venerable, pero aún tuvimos tiempo de hacer un pequeño alto en Navarrete, un pequeño pueblo a unos diez kilómetros de Logroño, de gran tradición alfarera y con una singularidad: sus vasijas solo disponen de un asa. Cuenta con una bonita y tradicional calle Mayor que está dividida en dos partes, la alta y la baja, con la iglesia parroquial de la localidad como frontera entre ambas. Y de allí, directamente, al destino final de nuestro breve viaje a la Rioja, la ciudad de Logroño, con múltiples puntos de interés, dos de ellos imprescindibles para nosotros, la céntrica calle Portales en la que Juan Antonio Bardem rodó una inolvidable secuencia de su excelente película Calle Mayor, y ese paraíso de la ruta del tapeo que es la calle Laurel.


A partir de aquí, el resto es material clasificado dentro del noirestyle —lo que sucede en Las Vegas se queda en Las Vegas— y para acceder a ello hay que registrarse en nuestra cofradía, no somos nada exigentes, y, quién sabe, puede que acompañarnos en la convención del próximo año cuyo destino todavía está por decidir. Sólo apuntar que una de nuestras actividades fue una visita a las bodegas de Marqués de Riscal en Elciego —topónimo impagable para un pueblo rodeado de bodegas—, el impresionante edificio concebido por el arquitecto Frank O. Gehry.

Fotos: Inma Fernández

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