Yo fui Johnny Thunders: descenso a los infiernos

16 Ago Yo fui Johnny Thunders: descenso a los infiernos

No había leído nada de Carlos Zanón (Barcelona, 1966), el responsable de la reciente novela que recupera el Pepe Carvalho del recordado Vázquez Montalbán. Un escritor polifacético —además de sus novelas posee una reconocida obra poética y una amplia trayectoria como guionista en series televisivas—, al que tenía ganas de conocer, literariamente hablando. La obra que ha supuesto este primer encuentro me la ha facilitado un experimentado lector y buen amigo, «Yo fui Johnny Thunders» (2014).
La novela desarrolla un tema con bastante recorrido en el imaginario de la ficción, el regreso a casa de un artista que se ha destruido a sí mismo y a todos los que se han relacionado con él (especialmente mujeres), con la intención de redimirse. El asunto podrá tener los antecedentes que se quiera, pero el tratamiento es absolutamente personal y no mantiene deudas con ninguna otra historia. Aunque, desde Valencia, me recuerde la obra de dos queridos colegas, uno desaparecido, Raúl Núñez, y el otro todavía en activo, Abelardo Muñoz, se trata, en todos los casos, de autores e historias tremendamente singulares. En esta ocasión, el protagonista es un guitarrista que, en sus años de esplendor, formó parte de la banda Johnny Thunders, un personaje real, una estrella del punk que falleció a principios de los noventa después de un largo proceso de degradación por las drogas y el alcohol.


«Yo fui Johnny Thunders» constituye un auténtico descenso a los infiernos ambientado en la Barcelona de nuestro tiempo, con una peligrosa fauna de perdedores y supuestos triunfadores repartiéndose las migajas del submundo de la ciudad. Lo que resulta admirable de esta novela es su ejemplar ausencia de concesiones, las cosas son y suceden como tienen que ser y suceder. Aquí no hay puertas de salida. Lo que no quiere decir que sus personajes vivan permanentemente en la mierda moral, nada de eso, son miserables pero humanos y, por momentos, aflora esa humanidad, aunque el páramo moral en el que habitan se encargue de marchitarla inmediatamente.


La prosa de Carlos Zanón evidencia su ascendencia poética y utiliza un narrador súper omnisciente que no solo lo sabe todo sino que se permite interpretar en clave de poesía maldita lo que nos está contando. Puede que, de este modo, conduzca demasiado las emociones del lector, pero esa es la apuesta que ha elegido el escritor y el lector, al menos en mi caso, se muestra encantado de que le conduzcan a través de todas las flores del mal que crecen en el asfalto de nuestras ciudades.

 

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