El fin de la historia, de Luis Sepúlveda

22 Ago El fin de la historia, de Luis Sepúlveda

 

Una novela que se lee con mucho interés o mucha expectación —cuesta poner el marcapáginas y cerrar el libro—, en clave de thriller político y con unos personajes y unos conflictos de alto voltaje. Pertenece a un apartado de la ficción que incorpora sucesos reales e incluso personajes reales en su trama inventada. En esta ocasión con una atractiva y poco conocida historia de fondo: los cosacos, el pueblo o la nación cosaca, como se prefiera, que batallaron primero contra los bolcheviques, colaboraron luego con los nazis y en su diáspora acabaron trabajando para las dictaduras latinoamericanas, en este caso la chilena al lado de las fuerzas represoras de Pinochet.
Un recurso perfectamente válido que ha servido de soporte a grandes obras de la ficción. Pero en esta ocasión su autor, el chileno Luis Sepúlveda, va un paso más allá e integra a esos personajes reales con la misma categoría y recursos que los dispuestos para los de pura ficción. Con decirles que aparece Putin hablando en la intimidad con su más estrecho colaborador comprenderán hasta dónde llega el atrevimiento del escritor. A mí esto no me convence, aunque he de reconocer que la novela los integra con gran habilidad y que, en general, no abusa de saber lo que sienten y lo que dicen unos personajes que no solo existieron sino que algunos todavía continúan con vida. En cualquier caso, lo cierto es que Sepúlveda apuesta con descaro por la opción de convertir a algunos personajes reales en personajes de ficción.


Eso sucede con el «antagonista» de esta novela —uno de los antagonistas, porque no sólo hay varios, sino que ninguno de ellos se queda en exclusiva con este apetecible papel—, Miguel Krasnoff, un descendiente de una ilustre saga cosaca —su abuelo y su padre fueron ejecutados en la horca por el poder soviético al final de la II Guerra Mundial— que ejerció de capo de torturadores en la tristemente célebre Villa Grimaldi y que, según creo, en la actualidad cumple cadena perpetua. Y a su lado su particular corte de los canallas como el miserable Osvaldo Romo y la cruel dama de los perros Ingrid Olderock.


Junto a ellos los guerrilleros de todas las causas y guerras perdidas que fueron acogidos y manipulados por la URSS, encabezados por el personaje de Juan Belmonte y su permanente aroma de derrota asumida como parte de su propia naturaleza. Ellos constituyen el nervio profundo de esta novela y le proporcionan el aliento humano y moral que la hace sugestiva e interesante. En su contra, al menos en mi opinión, un desenlace que me parece apresurado, con algunos agujeros de personajes y motivaciones, y con un «deus ex machina» muy difícil de aceptar.

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