Petit Paris

21 Abr Petit Paris

 

La elección de lecturas, esa pregunta de qué libro voy a leer a continuación, siempre resulta un pequeño problema, al menos en mi caso. Cada uno tendrá su método, aunque, en principio, el más razonable parece ser el pedir consejo a un amigo experto. Yo tengo varios amigos con estos galones y lo he hecho en diversas ocasiones, pero no me ha terminado de funcionar. No hay duda de que sus recomendaciones eran buenos libros, pero a mí me hubiera gustado encontrarme con otra prosa o con otras historias. Esto de la lectura parece ser demasiado personal.
Actualmente utilizo dos varas para decidir la próxima lectura, tan falibles como el sistema anterior, pero al menos el que se equivoca soy yo sólo. La primera es la recuperación de grandes clásicos que no leído —«Madame Bovary», por ejemplo, que dicho sea de paso me pareció impresionante— y la segunda, cuando se trata de autores desconocidos para mí, es algún texto referido a la obra en cuestión, buscando en esas líneas alguna chispa que despierte mi atención o curiosidad. Tiene su margen de error, pero me está funcionado bastante bien. De este modo llegué a la novela de Justo Navarro, «Petit Paris», a través de una reseña en Babelia (según creo recordar) que me anticipaba unas propuestas bastantes sugestivas.
Esta vez la cosa ha funcionado porque me ha parecido una novela, un policial, interesante y, sobre todo, muy singular porque logra sorprender, lo cual siempre es de agradecer en un universo de la ficción en el que los modelos conocidos, o súper conocidos, son moneda corriente. Esta originalidad me hizo informarme sobre su responsable, Justo Navarro, y, como era de esperar, me encontré con un autor bastante singular ya que se trata de un escritor vinculado inicialmente con la poesía que ha publicado varios libros de poemas así como unas cuantas novelas que le han proporcionado diversos y prestigiosos premios literarios (el Herralde, el Andalucía de la Crítica en un par de ocasiones), colaborando incluso, según las referencias, en un montaje de La Fura dels Baus sobre una ópera.
Como buen autor de policíacos, tiene incluso un «personaje», el comisario Polo, que es el protagonista de esta novela y de una anterior titulada «Gran Granada», pero hasta en esto es singular nuestro escritor pues no sólo se trata de un personaje incómodo, es un policía del franquismo, sino que en la primera novela, que sucede en la España de los sesenta, es un octogenario; y en la segunda, en lugar de evolucionar en años y personalidad como es habitual en estas sagas —mucho margen de tiempo no le quedaba, la verdad—, regresa al pasado, a los años cuarenta, con sesenta años de edad, que tampoco es una edad muy habitual de los héroes de ficción.
La novela se sitúa en el Paris de los primeros años cuarenta, en los últimos tiempos de la ocupación alemana, con nuestro comisario cumpliendo una misión que le ha encargado un poderoso industrial del régimen. Un relato de traiciones, de falsas identidades y turbias relaciones que interesa, especialmente, por la estupenda reconstrucción que efectúa de unos ambientes marcados por las oscuras complicidades entre la policía nazi y los servicios españoles allí destacados y siempre interesados en cazar algún republicano que ha escapado de sus garras. La anécdota es sólida y correcta, casi noir en estado puro, pero el paisaje es excelente. Punto y aparte merece la prosa que maneja el autor con un narrador que por momentos irrita y por momentos te sumerge en otra dimensión de la escritura, pero para destriparla haría falta alguien más experimentado que yo. Lo mío con la escritura y con la lectura es simple vocación.

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