Islandia: Nueve días y diez noches de hielo y fuego (y III)

04 Oct Islandia: Nueve días y diez noches de hielo y fuego (y III)

 

DÍA 6 (miércoles 19)
La primera parada del día fue un recorrido por los campos de lava de la zona fisural de Krafla, un paisaje absolutamente lunar lleno de charcos hirviendo, fumarolas y una lagunilla negra borboteando. Una jornada marcada por el viento, el frío y la lluvia, que redujeron las unidades de una marcha propuesta por nuestro guía a través de esos campos de lava en busca del cráter de un volcán.


La siguiente parada fue realmente espectacular por lo insólita, el bosque de lava de Dimmuborgir, un laberinto punteado por caprichosas formaciones rocosas de colada volcánica, que permiten al visitante imaginar cualquier fantasía de trolles que se le ocurra. Todo ello para cerrar la jornada en otra cascada, la conocida como Godafoss, o cascada de los dioses, a causa de una leyenda que cuenta como un rey pagano arrojó sus dioses al fondo de la cascada para evitar un conflicto armado con las huestes cristianas.


Y de ahí a Akureyri, la capital del norte, una ciudad de unos 20.000 habitantes situada en el interior del fiordo Eyjaffjordur, el más largo de toda Islandia, y muy cercana al Círculo Polar Ártico, en la que tuvimos la tarde libre para callejear. Aproveché para efectuar las localizaciones de un par de capítulos de la novela que llevo entre manos, y que suceden en un lugar del «fin del mundo» en el que anda refugiado un personaje secundario. El día era bastante inhóspito, con viento y chaparrones intermitentes, y aunque tenía una de las localizaciones señalada en un plano de la ciudad nos costó encontrarla —y eso que la teníamos cerca y el guía nos había encaminado correctamente— hasta que nos situó definitivamente un amable transeúnte, con el que nos puso en contacto una no menos solícita islandesa cuando observó que hablábamos en español, un hombre que, al despedirnos, nos dijo que era de Utah pero había vivido muchos años en Honduras y ahora andaba por allá arriba… el mundo es muy grande y hay personas que caminan mucho por él.


Y al caer la noche, cena con el grupo en un local de cocina islandesa, el Bautinn (Hafnarstraeti, 92), con buenos platos de pescado, raciones abundantes y mejores precios que el primer día en Reikjavik.


DÍA 7 (jueves 20)
El pico del temporal que estaba sobre la isla llegó, precisamente, este día —con temperaturas cayendo a los cero grados y copos de nieve en muchos momentos— en que el programa tenía previsto las salidas en barco para avistar ballenas, primero, y focas, después, de modo que las condiciones del mar obligaron a cancelar todas las salidas y nuestro guía hubo de improvisar un par de actividades para llenar el día.


La primera fue la visita a la Granja Museo de Glaumbaer, un espacio muy bien conservado en el que pudimos entrar en una de esas casas de turba con tejado cubierto de hierba que ya habíamos visto uno de los días anteriores y comprobar, habitación por habitación, cómo se vivía allí en el siglo XIX, una vida extremadamente dura, más todavía si tenemos en cuenta las largas y frías noches de invierno que se producen en esas latitudes. Impresionante.


La segunda parada no fue menos impresionante, Borgarvirki, el único castillo vikingo del que quedan restos. Esta vez sólo salimos de la furgoneta unos pocos «irresponsables», dispuestos a coronar los pedruscos del castillo en medio del temporal que había en ese momento. Y lo hicimos.


Y ya por la noche, alojamiento en la pequeña población pesquera de Hvammstangi, que no llega a los 1.000 habitantes, que era desde dónde teníamos que haber salido para ver las focas, y con algunas singulares formaciones rocosas de origen volcánico en sus playas.


DÍA 8 (viernes 21)
Este día, el penúltimo del viaje, lo dedicamos a la península de Snaefellnes, situada en el oeste de Islandia y con unos recios acantilados, en la que se encuentra el volcán Snaefellsjökull (inactivo), célebre por haber sido el escenario en el que Jules Verne situó la acción de su novela «Viaje al centro de la Tierra». Punto de parada obligada que ofrece la posibilidad de subir hasta el cráter de un volcán extinguido; realizar una visita de 45 minutos, con un guía en inglés, por una cueva de lava (30 euros la entrada), sumergiéndose en la más absoluta oscuridad; y de echar un paseo por la playa que se encuentra a pocos metros de allí y luce un bonito faro.


Antes de eso habíamos «callejeado» un poco por los escenarios de esta hermosa península hasta llegar a las cascadas de Kirkjufellsfoss y al volcán más fotografiado de la isla, el Kirkjuffel, con su cima en forma de tejado.


Y después un trekking recorriendo los acantilados entre las localidades de Arnastapi y Hellnar, un paseo de lo más impresionante que incluye otra espectacular formación rocosa plantada en medio del mar.


DÍA 9 (sábado 22)
El último día concluía con el regreso a Reykjavik y la tarde libre para recorrer la ciudad, pero antes aún tuvimos tiempo de visitar Deildartunga, el mayor manantial de agua termal de Europa y base de una central geotérmica que abastece a las localidades cercanas.


La última parada, antes de recalar en la capital islandesa, fue la cascada de Barnafoss, también conocida como la cascada de los niños, por una leyenda protagonizada por una pareja de niños ahogados que resurgieron en forma de pedrusco, y los manantiales de Hraunfossar, justo al lado y con el agua brotando directamente de las rocas.


Al llegar a Reikjavik, la organización de Tierras Polares nos regaló un avistamiento de ballenas en compensación por el que habíamos perdido a causa del mal tiempo, algo a lo que no tenía ninguna obligación. Así que un bravo por ellos, pero la travesía, que costaba 88 euros el pasaje, resultó un completo fiasco… puede que en el norte hubiera ballenas pero allí sólo pudimos ver una pareja de delfines y una cola que, tengo que reconocer, se parecía bastante a la que se le supone a una ballena.


Y finalmente acabamos donde empezamos, en Reikjavic, en la larga y animada calle Laugavegur y con la visita obligada al espectacular edificio acristalado Harpa, auditorio y palacio de congresos, y la iglesia de Hallgrimskirkja, ésa que pasa por ser la catedral y no lo es, cuyas formas están inspiradas en esas formaciones basálticas que hemos admirado en más de una cascada durante nuestro recorrido.


Diversas circunstancias fortuitas hicieron que el grupo se disgregara un poco para cenar y nosotros acabamos en el restaurante Staff, en el 74 de la mencionada calle Laugavegur, donde dimos buena cuenta de un par de platos de pescado, bien surtidos y de precio razonable en esas latitudes.


Y cuando ya nos encontrábamos en el albergue dispuestos a preparar las mochilas para la vuelta llegó una alerta de auroras boreales, por parte de compañeros del grupo que andaban de expedición, que nos hizo calzarnos de nuevo las botas y bajar hasta el puerto donde, a pesar de la luminosidad propia de una ciudad, aún pudimos pillar alguna cosa. Justo lo que nos faltaba para echar un broche de oro a un viaje inolvidable.

Fotos: Inma Fernández (excepto el selfie, que vuelve a ser de Elena, y la que cierra esta crónica, que es de Ana)

No hay comentarios

Publica un comentario