Islandia: Nueve días y diez noches de hielo y fuego (II)

01 Oct Islandia: Nueve días y diez noches de hielo y fuego (II)

 

DÍA 2 (sábado 15)
El segundo de los nueve días de recorrido lo comenzamos con una espectacular ruta de las cascadas: En primer lugar, la cascada de Seljalandfoss, de 57 metros de altura y con la particularidad de poder recorrerla tras la cortina de agua. En segundo, la cascada de Glufrafross, más conocida como la cascada escondida por estar oculta en una especie de cueva, en la que para entrar tienes que saltar de piedra en piedra o directamente meter las botas en el agua.


Y en tercer lugar, la cascada Skogafoss, ésta con cinco metros más de altura y un caudal impresionante, que se puede contemplar desde un mirador en lo alto de una escalera con mil peldaños… bueno, seguramente unos cuantos menos, pero a mí me parecieron ésos. La ruta se completó con un recorrido por el río Skogar que nos deparó un par de cascadas de menor tamaño en apenas unos pocos metros de distancia.


El día se completó con una visita a Dyrholaey, una zona de acantilados que alberga el faro más antiguo de Islandia y a cuyos pies hay una playa de origen volcánico y arenas negras, que incluye varias formaciones rocosas, especialmente una en forma de arco que se interna en el mar y otra que está plantada en medio de la playa y que me recordó la imagen final de la película «El planeta de los simios», con Charlton Heston maldiciendo a la humanidad ante los restos de la Estatua de la Libertad.


Unas llamativas circunstancias, las rocas en el mar y las arenas negras, que se multiplicaron exponencialmente en la siguiente parada, la última de este segundo día, las playas de Vik, situadas a escasa distancia de la anterior, con unos sorprendentes pilares marinos de origen volcánico (si no recuerdo mal, el guía nos dijo que son las chimeneas de unos volcanes extinguidos) y unas formaciones de basalto tremendamente expresivas. A estas alturas del viaje el buen tiempo del que habíamos gozado —en Islandia eso significa que hace frío pero no llueve o hace viento— se nos esfumó hasta casi el final del viaje y en las playas de Vik nos cogió un chaparrón que nos obligó a refugiarnos en una cueva tallada en esas curiosas formaciones de basalto.


DÍA 3 (domingo 16)
Comenzamos el día atravesando uno de los mayores campos de lava de la isla hasta llegar al Parque Nacional de Skaftafell, para realizar un paseo sobre una de las 32 lenguas del Vatnajokull, el glaciar más grande de Europa. Un pequeño trayecto salpicado de espectaculares grietas en el hielo para el que tuvimos que equiparnos con diversos artilugios que nos convirtieron, al menos de aspecto, en un aguerrido grupo de montañeros.


En el mismo Parque Nacional de Skaftafell, realizamos un trekking de algo más de una hora de duración que nos condujo hasta la cascada de Svartifoss, que con sus columnas de basalto inspiró las formas arquitectónicas de la iglesia de Hallgrimskikja —más conocida como la catedral de Reikjavik, aunque en realidad no lo es—, que visitaríamos el último día.


El recorrido se completó con la visita, por la tarde y en medio de una lluvia de respetable intensidad, a otra de las lenguas del glaciar Vatnajokull, la que alimenta el lago glaciar más importante de Islandia, el Jokulsarlon, en el que flotan respetables trozos de hielo, muchos con esos reflejos azules tan característicos de los glaciares. Desde allí, directos al alojamiento en la ciudad de Hofn, un pequeño puerto pesquero de unos 2.000 habitantes.


DÍA 4 (lunes 17)
El cuarto día amaneció con la intensa lluvia y el fuerte viento con que nos había despedido el día anterior, con lo que la primera actividad, un trekking por el cañón del río Jokulsa i Loni, en el que era necesario vadear en diversas ocasiones el curso del agua, resultó especialmente dificultosa. En la zona en la que aparcamos la furgoneta había una especie de paisaje entre río y marisma que nos permitió un breve paseo entre rocas y cenizas volcánicas.


Más agradable resultó la segunda parte del día, que nos desplazamos a los fiordos del Este, mucho más suaves que los del Oeste (más parecidos a los noruegos), y visitamos el pequeño pueblo pesquero de Djupivogur, unos 350 habitantes, que alberga dos curiosidades, ambas situadas a unos 900 metros del casco urbano: la primera, el conocido como el paseo de los huevos —ya sé que en español esto no suena demasiado bien—, por situar en su vereda una serie de esculturas que reproducen los huevos de las distintas aves que anidan en la isla.


La segunda curiosidad es todavía más «curiosa», un artista local de aromas hippies, que trabaja con piedras, maderas y huesos marinos y cuya casa acoge una exposición permanente titulada «Monsters and men». Dispone de un amplio muestrario de obras a la venta y resultó el único caso que encontramos en toda la isla que no admitiera tarjetas de crédito, sólo cash, coronas islandesas, euros o dólares. Nos trajimos una simpática obra creada sobre un palo de madera carcomido por el tiempo.


DÍA 5 (martes 18)
El quinto día, de nuevo con cielos nublados y chaparrones intermitentes, recuperamos la costumbre de las cascadas y, tras un recorrido de una hora de duración, en el que ya nos encontramos con el anticipo de dos saltos de agua de menor tamaño, llegamos a la cascada de Hengifoss, de 118 metros de altura, con un fondo de formaciones de basalto atravesadas por unas líneas horizontales de color rojizo, que corresponden a las sucesivas erupciones volcánicas que la han ido formando. Los materiales menos pesados se quedan en la parte superior y se oxidan; y después, sobre ellos, cae otra colada de lava.


A continuación carretera, primero asfalto y luego pista de tierra, una pequeña parada en la granja Fjallkaffi para ver unas casas construidas, literalmente, con turba, rollos de tierra arrancados al suelo, y rematadas por un tejado de hierba, y a por la siguiente cascada que, tras avistar una «menor», fue la de Detifoss, considerada la más caudalosa de Europa y que es, sencillamente, una brutalidad precipitándose en un cañón tallado en basalto.


Otra vieja costumbre reaparece este día, la de las aguas termales, con la parada en el célebre Blue Lagoon, el del norte, una laguna termal de fundamentos similares al arroyo caliente del primer día —agua calentada directamente por las bolsas de magma del subsuelo— pero, en esta ocasión, con unas mínimas instalaciones que te permitían ponerte el bañador al refugio de la intemperie y darte una ducha bien caliente antes de entrar en esa pequeña laguna permanentemente caliente. Las instalaciones incluían también una sauna de la que dimos cumplida cuenta.
El día concluyó en un albergue al lado del lago Myvant, que significa lago de las moscas pequeñas, que no de mosquitos según nos aseguró nuestro guía, aunque lo cierto es que nosotros no vimos ni a las unas ni a los otros.

(Continuará)

Fotos: Inma Fernández

1Comment
  • M.Carmen Cortés Martinez
    Publicado a las 16:34h, 03 octubre Responder

    Me encanta ver la foto de la cascada de Hengifoss.

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