Demetrio Vert: Relatos en tierra de nadie

20 Oct Demetrio Vert: Relatos en tierra de nadie

 

El próximo viernes, 26 de octubre, a las siete de la tarde, en el Centro Sociocultural de L’Eliana, tres compañeros del Taller de Escritura de la Asociación Salamandra estaremos juntos para presentar el libro de relatos de uno de ellos, Demetrio Vert (una exquisita edición que cuenta con una sugestiva parte gráfica a cargo de César Yudice, algunas de cuyas imágenes podrán disfrutar en la parte final de esta entrada). Le acompañaremos Patricia García, otra escritora tan meticulosa como nuestro autor, y yo mismo, que, además, tuve el placer de redactar el prólogo a esta edición. Creo que las palabras que escribí en esa ocasión constituyen el mejor argumento que puedo encontrar para animaros a venir.


La ficción tiene sus propias reglas y son distintas de las que gobiernan el mundo real. A los que tenemos la pulsión de escribir nos gustan bastante más las primeras que las segundas. Por eso me disculparán si, para escribir estas líneas, me dejo guiar por ellas y les cuento mi relación con Demetrio como si ambos no disfrutáramos de esa libertad asociada al mundo real que, sin embargo, tan mal les sienta a los personajes de la ficción. Como si todo estuviera escrito… como si todo continuara escribiéndose todavía y este prólogo fuera un paso más en nuestra historia… el primer punto de giro, el segundo punto de giro o un suceso irrelevante que el autor eliminará cuando realice la revisión definitiva de su obra.
Es probable que la primera vez que vi a Demetrio, éste ni siquiera me dijera su nombre. Lo que es seguro es que ninguno de los dos mencionamos nuestra pasión por la escritura. Lo que también es cierto es que en ese encuentro, bastante breve, se produjo por mi parte una conexión que hizo que me quedara con el personaje. Aunque nunca hubiera podido imaginar que, unos cuantos años más tarde, le estaría escribiendo el prólogo del libro de relatos que iba a publicar. Este prólogo.

En aquel momento yo estaba trabajando como programador en el Ayuntamiento de L’Eliana y entre las iniciativas que habíamos puesto en marcha desde la Concejalía de Cultura había una, llamada «La película de mi vida», en la que el vecino que lo deseara elegía una de sus películas favoritas y nosotros nos encargábamos de programar una sesión en la que el mencionado vecino presentaría la película y moderaría el posterior coloquio. Se trataba de recuperar la tradición cineclubista, del cine como punto de encuentro, con la excusa de esa película que nos ha marcado como cinéfilos. La propuesta tuvo una buena acogida durante unos años y uno de los vecinos que participaron en ella fue Demetrio. Esa fue la primera vez que le vi.
Acudió al despacho para plantearme una sesión de «La película de mi vida». Podía haberlo hecho por correo pero prefirió hacerlo cara a cara. Estuvimos juntos unos pocos minutos, el tiempo justo para ajustar la fecha y las cuestiones técnicas, y después se marchó. Aunque él no lo supo entonces, entre nosotros se estableció, como he apuntado antes, una conexión. Yo estaba convencido de que nos volveríamos a encontrar porque la película que había elegido era «Johnny Guitar», de Nicholas Ray, que no sólo era una de las películas de mi vida sino que, además, era una elección un tanto insólita, muy personal, por ser un western, al menos en apariencia, y por ser un film menor dentro de la historia del cine, sin el alcance y la trascendencia —de nuevo aparentemente— de los títulos que habitualmente elegían los vecinos que participaban en esta iniciativa cultural.


Asistí a esa sesión —como programador asistía a todos los actos de la Concejalía de Cultura—, que tuvo una aceptable presencia de público, la mayoría allegados a Demetrio, y contó con un atractivo coloquio al finalizar la proyección. Después ya no volvería a verle en bastante tiempo, aunque ahora sé que esa ausencia no podía ser para siempre porque las leyes de la ficción nos obligaban a que se produjera un nuevo encuentro. Así fue.
La siguiente vez que vi a Demetrio también fue en mi despacho del Centro Sociocultural de L’Eliana, pocos meses antes de que yo dejara el puesto. Me pareció que él no se acordaba de nuestro anterior encuentro —era normal, ya habían pasado unos años— y, para ser completamente sincero, a mí me costó identificarlo al principio y puede que sólo lo hiciera cuando mencionó su nombre —estoy seguro de que ninguno de ustedes habrá conocido muchos «demetrios» en su vida—. Entonces me di cuenta de que aquel visitante era Johnny Guitar.


El motivo de esta segunda visita era un tanto más airado. Venía en representación de los compañeros de un taller de escritura que, en la EPA de L’Eliana, impartía Amparo Porta… otra vieja conocida mía… ya saben, estamos en la ficción y no se puede dejar ningún personaje «desconectado». La mujer se había jubilado y se habían quedado sin monitora y, lo que puede que fuera más grave, sin espacio para reunirse. Ahora pretendían que el Ayuntamiento les facilitara una sala en la que poder continuar con el taller aunque fuera sin monitora. Eso no dependía de mí, yo no tenía —ni debía tener— esa facultad. Si la hubiera tenido, lo más probable es que les hubiera concedido esa sala con las salvaguardas que fuera preciso para mantener la igualdad de oportunidades entre los vecinos. Pero no podía hacerlo y además sabía que, casi con toda seguridad, no se la iban a conceder. Le remití, de todos modos, a los servicios administrativos que estaban en el despacho contiguo y desde allí me llegaron los ecos de una conversación que cada vez se iba convirtiendo en menos amistosa. Lo sentí por ellos, un grupo de entusiastas de la escritura que se habían quedado sin monitor y no encontraban el modo de continuar con sus encuentros literarios. Lo que yo no sabía en ese momento es que ese monitor que ahora les faltaba iba a ser yo. La ficción continuaba escribiendo la realidad.


Al poco de dejar el puesto de programador, que durante doce años había desempeñado en el Ayuntamiento de L’Eliana, los compañeros de la Asociación Salamandra, responsable de todos los talleres no reglados que se imparten en nuestro pueblo, me ofrecieron el puesto de monitor en un taller de escritura creativa que pretendían poner en marcha atendiendo la demanda de un grupo de vecinos interesados. Acepté enseguida, era una experiencia nueva y desconocida que me atrajo desde el principio, pero no sabría precisar en qué momento relacioné ambos sucesos y fui consciente de que me iba a volver a encontrar con Demetrio. Si estuviera escribiendo un relato buscaría un punto de giro potente pero como —supuestamente— estamos dentro de la realidad voy a abstenerme de hacer conjeturas. El caso es que el día que abrimos la inscripción del taller había mucha gente a la entrada de la EPA —la matrícula estaba abierta para varios talleres— y entre ellos se encontraba Demetrio.


Ya hace más de tres años de eso. Estuvimos juntos durante dos cursos y, desde el primer momento, fui consciente de que no había mucho que yo le pudiera descubrir y estoy convencido de que él también lo sabía. Pero, a pesar de ello, repitió al año siguiente. Participando con generosidad y escribiendo con entusiasmo. Durante este tiempo hemos ido estrechando nuestras relaciones y nos hemos hecho amigos. Es desde esa amistad cómo entiendo su ofrecimiento de que le escribiera este prólogo. Las primeras páginas de su primera publicación. Aunque también puede que Demetrio, consciente como yo de que caminábamos dentro de las normas de la ficción, pretendiera con ello cerrar el relato que habíamos ido escribiendo a lo largo de estos años.
Probablemente a estas alturas del texto, quizás incluso bastante antes, se estén preguntando cuándo voy a hablar del libro y dejarme de fabular historias que tal vez sucedieron de otro modo. No es mi intención hablar de los casi veinte relatos que se van a encontrar a continuación, algunos de los cuales ya conocía, porque creo que deben enfrentarse a ellos completamente desnudos de juicios y prejuicios. Como se debe hacer con cualquier texto. Pero, de todos modos, voy a tratar de proporcionar al lector dos puntos de apoyo: una seguridad y una hipótesis.
Comenzando por el primero, el lector puede estar seguro de que se va a encontrar con un texto elaborado con precisión y esmero, ejemplar en su manejo del lenguaje y en la construcción de las historias. Y concluyendo por el segundo, la hipótesis, a mí me parece que es completamente imposible dejar de leer un libro que comienza así: Mi víctima está en el asiento de delante. El tren es cómodo y veloz. Ella no lo sabe, pero le queda poca vida…

 

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