15 Feb Parpadeo
Una crónica en Babelia, el suplemento literario del periódico El País, me hizo interesarme por Parpadeo / Flicker, una novela escrita en 1991 y ahora publicada en España, veintiséis años más tarde, por la editorial Pálido Fuego. El motivo del interés no fue otro que mi vieja alma cinéfila, pues el protagonista era otro cinéfilo que iba tras la figura de un oscuro cineasta de origen centroeuropeo que, tras su experiencia con la UFA alemana, había acabado trabajando en Hollywood dentro de los imposibles presupuestos de las series B y Z, aunque consiguiendo, a pesar de ello, alguna que otra obra notable. El nombre que, enseguida, me vino a la mente fue el de Edgar G. Ulmer, el maestro de este modo de producción y autor de una cult movie titulada Detour (1945), un film absolutamente fuera de serie al que corresponde la imagen publicada a continuación.
No me equivocaba y, si bien el cineasta que persigue el protagonista se llama Max Castle —pronto se advierte que no se trata de William Castle, otro de los mitos de la serie B—, nuestro amigo Ulmer aparece al poco como alguien con el que aquél colaboró frecuentemente. Y éste es uno de los atractivos que tiene la novela para los cinéfilos impenitentes, que enlaza nombres ficticios de cineastas y de películas con otros que sí que existieron y lo hace sin el más mínimo complejo: el maestro Orson Welles se cuela en una escena y prácticamente la monopoliza como, a buen seguro, hubiera hecho en la vida real; John Huston se permite admitir alguna influencia de nuestro misterioso cineasta en la película con la que debutó como realizador, The Maltese Falcon (1941); y entre los supuestos materiales desechados en la escritura de la novela, que se relacionan al final, se incluye una carta enviada por el propio Edgar G. Ulmer para puntualizar algunas cosas de su relación con Max Castle. Una delicia… para los cinéfilos, claro está.
Su autor es Theodore Roszak, un profesor de historia en la Universidad de California, natural de Chicago y fallecido en 2011, con una amplia producción como novelista y ensayista, al que se le atribuye la creación de un término hoy tan popular como el de contracultura —en su obra «El nacimiento de una contracultura» (1969)—, como expresión del rechazo a buena parte de los valores dominantes por parte de la juventud urbana de los países desarrollados en las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo.
Flicker es una novela de culto que se pretende como una suerte de «historia secreta» del cine y que debe su intencionado título —parpadeo— a un fenómeno visual, descubierto en 1824 por el (multi) científico inglés Peter Mark Roget, conocido como la persistencia de la visión —una imagen permanece en la retina humana una décima de segundo antes de desaparecer por completo— y que se encuentra en la base misma de la imagen cinematográfica. Una interminable secuencia entre la luz y la oscuridad a 24 imágenes por segundo, que la novela trasciende en un juego diabólico, que nos provoca la ilusión de vivir en mundos que no existen, que termina señalando como una moderna manifestación de ese dualismo gnóstico que se remonta a épocas anteriores a la aparición del cristianismo.
La novela abarca casi 20 años de la vida de un estudioso del cine, desde los sesenta hasta los ochenta, y en su amplia primera parte realiza un ácido y significativo repaso de los cambios en las preferencias de los espectadores, reservando otro tanto de vitriolo para los críticos y estudiosos del séptimo arte, ya procedan de los USA o de la particular Francia de la época. Todo este apartado resulta muy interesante y de agradable lectura para todos los que hemos vivido entre fotogramas por segundo desde que éramos muy jóvenes.
Una primera parte que, no obstante, ya aparece sembrada de inquietantes apuntes que abren la puerta a la sorprendente deriva que termina tomando el argumento, un complot milenario que se remonta a los cátaros y los templarios y que el autor logra vincular con la trama cinéfila de un modo particularmente gráfico —y mágico— a través de la Cruz de Malta de aquéllos que, en la edad moderna, se traviste en mecanismo esencial e imprescindible de la proyección cinematográfica, tal como lo recogía Wenders en su magnífica película En el curso del tiempo (1976).
Es cierto que, a partir de ese momento, la novela puede generar alguna duda en el lector, especialmente la parte final en la isla casi desierta. Depende de la capacidad de adaptación de cada cual a esa especie de multigénero que nos propone el autor. Pero es indudable que éste mantiene intacto el ingenio para continuar sorprendiéndonos, aunque nos parezca que hayamos cambiado de historia… Bueno, en realidad no lo hemos hecho tanto… más bien casi nada, porque el cine nunca abandona este noir que, sin bajarse de la pantalla, suma y sigue con la fantasía, el terror, la religión, el sexo y el inevitable apocalipsis del género humano.
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