Morea, después del Caos

07 May Morea, después del Caos

 

Hace unos meses intervine como presentador de un libro de poemas que había escrito una buena amiga. Aunque le advertí reiteradamente de mis escasos conocimientos acerca de la escritura poética, ella insistió y, finalmente, no lo pude evitar. Una excepción, me dije entonces tratando de tranquilizar mi conciencia. Pero esa excepción parece que amenaza con convertirse en norma porque ahora me dispongo a prologar una exposición de pintura, una disciplina artística de la que también lo desconozco casi todo. Y esta vez no valen excusas, la culpa ha sido mía.

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Conozco a José Morea desde hace unos pocos años —si bien estoy seguro de que, en un pasado lejano, nos habremos cruzado muchas veces, pues prácticamente tenemos la misma edad y en aquellos años caminamos por los mismos suelos de la Valencia de la transición—, aunque tampoco es que hubiera podido conocerle mucho antes, porque él andaba en Brasil, o en Barcelona, o en Mallorca, o en Italia, o…

Años arriba o años abajo, lo cierto es que su figura y su obra me atrajeron desde el primer momento. Y como uno ha estado toda su vida metido en esto del cine —siempre desde las trincheras o desde las fronteras, pero en el cine—, pronto comencé a darle vueltas a la idea de realizar un documental en torno al personaje. Un trabajo en el que, en este momento, los dos andamos felizmente enredados.

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A estas alturas del texto puede que ustedes comiencen a dudar de mi buen juicio, ya que primero niego mis conocimientos acerca del arte de la pintura, luego me meto a realizar un documental sobre un pintor y más tarde, por si no bastara con esa temeridad, me permito además escribir este prólogo. No les voy a negar la lógica de este razonamiento, pero en el arte la lógica no basta. Por el contrario, puede que hasta sobre. Y ésa es, precisamente, mi puerta de entrada en el universo Morea, la emoción y no la razón. El sentimiento y no el conocimiento.

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Así que no les voy a hablar de las propiedades, características o singularidades de la obra de José Morea, ni tampoco de su encaje dentro del arte contemporáneo, ni de sus influencias o significados, ni de cualquier otra cosa que, en buena lógica, se pudiera esperar de un texto con este destino. Ni sería honesto por mi parte y, además, seguro que decía unas cuantas tonterías. Lo que me interesó  —lo que me sigue interesando mientras escribo estas líneas— fue el personaje en tanto que creador. Su proceso de creación y cómo se encajaba en su vida, en el día a día de los sentimientos y las emociones, dentro de esa especie de continuo interminable que siempre es un autor.

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El título de esta exposición, Big Bang Morea, hace referencia a la conocida teoría cosmológica que afirma que todo comenzó en un punto de energía infinita que, al instante, se expandió mediante un gran estallido. Igual que les sucedió a los integrantes de la generación de los ochenta de la pintura valenciana, cuando el corsé político que condicionaba la creación, ya fuera para limitarla (sometiéndose) o para exigirla (rebelándose), saltó por los aires y se tuvo el espejismo de que la libertad era posible. Que cada cual podía vivir y podía expresarse tal como lo sintiera, sin rendir cuentas ni pagar tributo a nada ni a nadie. Por algo se le llamó la década del entusiasmo.

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Sin embargo, ese nombre ya proclamaba, en cierto modo, su perdición y con el cambio de década llegó la crisis, la económica y la otra, la de siempre, y el Big Crunch, la teoría cosmológica complementaria del Big Bang, hizo su aparición y redujo las ilusiones hasta ese punto que nunca termina de desbordarse y al que algunos llaman vida. El espejismo de la libertad imponía sus reglas. El problema, o la solución, es que Morea no se enteró, o no quiso enterarse, y se creyó que el espejismo de la libertad era la realidad.

Esa es la mejor definición que encuentro para su obra, la libertad. La libertad para vivir y la libertad para pintar. Eso y su consecuencia inevitable, la furia por la vida y la furia por la pintura.

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Mientras estaba preparando el documental consulté diversos textos sobre Morea escritos por críticos y especialistas. En muchos de ellos aparecía, unas veces casi en primer plano y otras muy al fondo, una visión —visionaria— fascinante pero difícil de trasladar al mundo real. Era como si existiera una especie de confluencia entre la vida y la obra de Morea, como si ambas terminaran siendo la misma cosa, o al menos tuvieran una dialéctica entre ellas que hiciera imposible tratar de comprender la una sin la otra: “Morea, por así decir, sigue esperando que su pintura se la destile de alguna manera su propia vida, como parece anhelar que su vida la determine esencialmente su propia pintura.” (Vicente Jarque, Retrato de Morea como artista ausente. Catálogo exposición Animala Est. Xiva, 1997).

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A lo largo del proceso de producción de la película, conforme me he ido adentrando en ese universo Morea, creo haber contemplado por momentos esa fusión. Ahora bien, ser capaz de contarlo con palabras ya es otra cosa. Puede que solo sea posible sentirlo. Esa es la experiencia que nos propone esta exposición, Big Bang Morea, el estallido de una vida y de una obra que han ido recorriendo el mundo juntas.

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Siempre siguiendo el sur de dos dioses griegos: De un lado, Dionisos, la divinidad del éxtasis y la exuberancia, de entender la vida como una continua supresión de límites. Y del otro, Caos, aquello que existe antes del comienzo, justo antes de ese Big Bang, cuando todo estaba junto en un infinito desorden. No es que Morea pretenda ordenar nada, ni en su vida ni en su obra, pero en su generoso desorden de líneas, viajes, sentimientos y colores acabemos intuyendo —contemplando, incluso, si nos esforzamos— una especie de orden errático y frenético que se corresponde con la auténtica libertad.

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ACUDA GALLERY.- Avda. Joan Peset Aleixandre, 16 (Godella) (963904800). “Big Bang Morea”, pinturas de José Morea. Inauguración, viernes 12 a las 20 h. Hasta el 30 de junio. H.: Laborables de 17’30 a 20’30 h.

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