29 Ene Un taller de escritura creativa en L’Eliana.
La presentación, el pasado jueves 26 de febrero y con la sala del Centro Sociocultural de L’Eliana completamente llena, del libro editado con los relatos escritos en el curso del Taller de Escritura Creativa 2015/2016 ha constituido, para mí, una especie de cierre simbólico de la primera etapa de una experiencia que todavía sigue en curso y que espero que lo sea por mucho tiempo.
La cosa comenzó en el verano de 2015 cuando Pepe del Campo, el presidente de la Asociación Salamandra, la entidad que se encarga de organizar los talleres para adultos en L’Eliana, me propuso encargarme de Taller de Escritura Creativa que había quedado vacante tras la jubilación de Amparo Porta, su eficaz e incansable responsable durante muchos años. Acepté enseguida el reto aunque he de reconocer que las dudas me llegaron después, pues nunca había ejercido de monitor de nada, ni de un taller de escritura ni de ninguna otra clase, y además mis credenciales carecían de cualquier aval universitario. Sólo podía ofrecer lo que había aprendido escribiendo a ras de suelo durante muchos años.
Recuerdo que el primer día de clase, cuando les dije, más o menos, a mis nuevos compañeros que el monitor que se habían buscado carecía de cualquier experiencia o titulación, creí adivinar en sus rostros más curiosidad que inquietud y eso me quitó de encima todos los miedos y me puso definitivamente en marcha.
Lo primero era dejar claro que el talento no se aprende, o se tiene o no se tiene. Claro que hay que rebajar un poco (bastante) la importancia que habitualmente se adjudica a esa palabra y limitarse a entenderla como lo que figura en el diccionario de la RAE, algo así como la capacidad para el desempeño de alguna ocupación. Por ejemplo, yo no tengo ninguna aptitud para dibujar y en cambio sí que la tengo para escribir. Pero el “talento” no se agota como simple calificativo, se puede tener más o menos y, sobre todo, se puede tener talento para un determinado género o modelo de escritura y no para otro. Eso es lo primero que debemos hacer todos los que sentimos la pulsión de contar historias. Descubrir nuestro talento y ajustarnos a él. No pretender hacer más pero tampoco malgastarlo haciendo menos.
La segunda cuestión se refiere a la distinción entre realidad y ficción, pues es frecuente entre escritores primerizos recurrir a historias propias para construir sus relatos. No hay ningún problema en trasladar la vida real al papel pero, en ese caso, hay que hacerlo con las reglas de la ficción. Y es que el mundo real es contingente, en el sentido de que puede suceder una cosa u otra, pueden darse todas las alternativas que se quieran, pero en la ficción no es así. En ese territorio debe suceder lo que sea conveniente para el desarrollo de la historia que ha imaginado el autor. Como dice un conocido proverbio de la escritura, si en la primera página de un relato aparece una pistola, alguien debe matarse con ella en la última.
Arropados por estos dos enunciados, en el taller hemos tratado de desarrollar durante este tiempo una serie de herramientas de escritura con las que el autor puede tener un mayor control sobre su obra. Y digo hemos porque este proceso me ha obligado a sistematizar esas herramientas que yo ya utilizaba de forma instintiva tras muchos años de escribir profesionalmente y también porque, en el día a día con mis compañeros de taller, he ido reajustando esos conocimientos que pretendía haber atrapado en los esquemas que me había preparado para cada clase. Siempre he encontrado algo más en esos talleres de los jueves por la tarde, porque muchas veces para poder responder a las dudas de los compañeros tenía que resolver primero mis propias dudas.
Un taller que hemos concebido y desarrollado desde la práctica, porque como también dice otro de esos proverbios que tenemos los escritores, escribir es reescribir. Sólo tropezando con las piedras que nuestra historia pone en el camino, o enderezando el rumbo de nuestro relato cuando nos vamos por senderos que no conducen a ninguna parte, o ajustando líneas de diálogo para que dirijan la acción por dónde nos interesa sin que el lector piense que nuestros interlocutores parecen altavoces del autor, o… es como aprendemos a escribir. No sólo eso, sino que, a través de esta práctica, comenzamos a ver cuáles son los límites de nuestro talento.
El resultado material ha sido este libro con diecisiete relatos escritos a partir de una imagen que se repartió aleatoriamente entre los compañeros del taller. Diecisiete miradas que han servido para ensayar en la práctica las herramientas que hemos trabajado en las clases, para comprobar cómo utilizarlas al servicio del talento particular de cada uno, pero que finalmente son diecisiete historias en las que el lector, ajeno a herramientas y otras zarandajas, encontrará esas emociones y esos personajes con los que, desde siempre, se tejen los hilos de los universos de la ficción.
Fotos: Inma Fernández
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