Viaje a Roncesvalles

12 Jun Viaje a Roncesvalles

 

Viaje relámpago —seis noches, cinco días— a esta frondosa zona de Navarra lindante con Francia, un poco como complemento o prolongación del viaje que hicimos hace un par de años al valle de Baztan, otro espacio absolutamente recomendable para los amantes de la naturaleza, que se encuentra situado un poco más al norte.

PAMPLONA PLAZA

La primera nota para el viajero está compartida con el mencionado valle de Baztan: estamos en Euzkadi, es la zona vasca de Navarra y eso se nota un montón, por los símbolos, el idioma y unos cuantos flequillos femeninos cortados con hacha. La segunda es que nos encontramos en el camino de Santiago y, por lo tanto, es habitual tropezarse con grupos de peregrinos que abandonan la carretera para meterse por sendas que conducen al corazón del bosque. Y la tercera, y última, es que no resulta nada fácil pillar un centro comercial, así que a la hora de adquirir las provisiones básicas de vacaciones —me refiero a las cervezas— tenemos que recurrir a pequeños supermercados y después acarrearlas hasta donde tengamos aparcado el coche.

GARRALDA PUEBLO

La zona tiene, en cambio, una amplia oferta de alojamientos y no es difícil encontrar el más adecuado a las circunstancias del bolsillo y el número de acompañantes de cada cual. Nosotros fijamos nuestro centro de operaciones en Garralda, un pueblecito encantador y extremadamente tranquilo, que está casi equidistante de la Selva del Irati y de la frontera francesa, dos de los destinos que teníamos marcados en mayúscula en nuestra hoja de ruta.

GARRALDA APARTAMENTO

En Garralda les recomiendo un restaurante familiar que está ubicado en el propio casco urbano (sólo hay dos y el otro, situado en los bajos del ayuntamiento, es una especie de centro social), y que lleva por nombre Errotaberri, en alusión, supongo, al río Erro que anda por la zona. Un asador informal en el que cenamos de lo más a gusto y a buen precio. Si van en mayo / junio prueben el revuelto de perritxicos, unas setas primerizas que aparecen en el mes de mayo (estamos en el norte y la temporada de setas es muy larga) y que pueden recordar vagamente en textura y sabor, que no en aspecto, a nuestras setas de cardo. Al finalizar la cena vino el cocinero, un chico joven que, cuando le felicitamos por su buena mano en los fogones, nos confesó que en realidad no era cocinero sino electricista. Genial para redondear la noche, justo el reverso del refinamiento de los chefs de nuestras ciudades…

ERROTABERRI

El primer día, sábado, nos fuimos a Pamplona, o Iruña, una ciudad que todavía no conocíamos y que tiene todo su casco antiguo peatonalizado. Un paseo que resultó de lo más agradable ya que todavía faltaban muchos días para que el chupinazo abriera la puerta de las cogorzas y las torturas de toros, una esencia de la fiesta que no es, ni mucho menos, exclusiva de estas tierras sino que constituye, al menos en su segundo apartado, un desdichado patrimonio nacional. Pero como no había ni toros ni cogorzas se estaba de lo más bien, con un tremendo ambientazo que incluía desde corales actuando en plena calle hasta una pequeña feria del libro, pasando por unas mesas redondas, también en plena calle, convocadas por el sindicato LAB para debatir el futuro del sindicalismo.

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A la hora de comer se imponen los pinchos y el azar quiso que fuéramos a parar a un local llamado pomposamente Hostería del Temple, cuya reconocida especialidad —el hombre que atendía la barra nos aseguró que venía gente sólo para degustarla— es una bola que llaman moscovita y que lleva queso fundido, jamón dulce y huevo cocido. Un pelotazo de uranio enriquecido para el estómago, vamos, pero de agradable sabor y, sobre todo, muy consistente a la hora de reponer fuerzas sin pegarse una sentada en un restaurante. A mitad tarde ya de vuelta para Garralda atravesando de nuevo el puerto de Mezkiritz, apenas 900 metros de altitud y con una buena carretera.

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Al día siguiente, domingo, fuimos a cumplir uno de los objetivos centrales del viaje, la Selva del (río) Irati, un enclave situado a pocos kilómetros de nuestra base en Garralda. Un paraje natural con un centro de información —atendido por personal de lo más amable— en el que se cobra una entrada de 5 euros si se quiere pasar con coche. Una decisión de lo más recomendable, pues el parking de entrada al paseo que rodea el embalse se encuentra a una distancia de ocho kilómetros.

SELVA IRATI

Desde allí se proponen dos rutas, ambas contorneando el pantano, una larga y otra corta. Nosotros nos decidimos por la segunda y aún así estuvimos casi tres horas dando vueltas, aunque valieron (mucho) la pena ya que te metes en la naturaleza y no sales hasta el final. Una recomendación, conviene dejar el coche en el primer aparcamiento, ya que así seguimos de manera natural el itinerario recomendado, con el agua a la izquierda, y a la vuelta saldremos por el segundo parking que se encuentra un poco más arriba.

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El lunes fue el día elegido para cruzar la frontera —es un decir, porque esa línea se encuentra tan difusa que no llegas a tener conciencia de atravesarla— y visitar la bonita localidad de Saint Jean Pied de Port. El motivo de esta elección es que ese es el día que hay un mercadito que constituye precisamente uno de sus encantos. Variedad de productos artesanales de todo tipo a unos precios no demasiado “populares”.

MERCADO SAINT JEAN

Saint Jean es una pequeña ciudad amurallada, muy bien conservada, que se convierte en peatonal, la mayor parte del día, entre el 15 de mayo y el 30 de septiembre y que termina dando la sensación de ser una gigantesca tienda travestida de recinto urbano.

SAINT JEAN

El resto del día fue para visitar Roncesvalles, que no es ningún pueblo sino una especie de asentamiento medieval con una gran colegiata y diversos alojamientos para los peregrinos del camino de Santiago. Escaso interés, al menos para nosotros, así que un breve paseo y a otra cosa… al puerto de Ibañeta, de 1.000 metros de altitud y unas maravillosas vistas. Esto ya nos gusta más…

PUENTE OCHAGAVIA

El martes bajamos un poco más al sur para ir al valle del Roncal, con una agradable parada en Ochagavía, un bonito pueblo que tiene unos puentes sobre el río Anduña, que atraviesa la localidad, con todo el sabor que el tiempo proporciona a las piedras. La siguiente parada fue en la localidad que da nombre al valle, Roncal, una ciudad que tiene todas sus calles empedradas, un pavimento que me atrevería a apostar que apenas ha sido restaurado desde el Medievo. Un encanto de lugar.

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Ese día seguimos cambiando de valle, de paisaje y de clima hasta llegar a Lumbier, un pueblo que da entrada a la Foz de Lumbier, un cañón natural labrado por el río Irati —el equivalente a nuestras (mediterráneas) hoces— que se puede recorrer por una módica entrada de 2’5 euros. Un paraje impresionante y con diversas rapaces volando por encima de tu cabeza en dirección a los nidos que tienen montados en las rocas.

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Vale la pena, aunque los imperativos de la ruta nos situó la visita a las 14 horas y con más de 30 grados de temperatura, de modo que, cuando llegabas a los dos túneles excavados en la roca que incluía el trayecto, se te congelaba el sudor que traías de fuera.

TUNEL LUMBIER

Para el último día, el quinto, miércoles, habíamos reservado un destino cercano, la “fábrica de armas” y el alto de Arpegi, un desvío por el que ya habíamos pasado el día que fuimos a la Selva del Irati. La Real Fábrica de Armas y Municiones de Orbaizeta data del siglo XVIII y su visita tampoco despierta muchos entusiasmos más allá de ese peso que siempre tienen los lugares marcados por la historia.

Lo mejor es que de allí parte una estrecha carretera de tres kilómetros que conduce —y nunca mejor empleado el verbo pues es conveniente hacer este trayecto en coche— hasta el alto de Arpegi. Otro lugar maravilloso, con un aire que ya lo quisieras para toda la vida, una estación megalítica, un pequeño círculo de piedras, y una comunidad de vacas y caballos que, con la estampa que dibujaban sobre el paisaje, evocaban el espejismo de la libertad.

ALTO DE ARPEGI

Fotos: Inma Fernández

 

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