Extraterrestres en L’Eliana

12 Jun Extraterrestres en L’Eliana

 

El pasado 9 de junio, dentro del programa cultural “Al voltant de la ciencia”, que presentamos Luis Andrés y yo, y que coordinan los científicos —y vecinos de L’Eliana— Jesús Navarro y Daniel Ramón, estuvimos hablando —en realidad, hablaron ellos, porque el resto de integrantes de la mesa nos limitamos a hacer un poco el ganso— de la vida extraterrestre, una fuente inagotable de especulaciones que ha servido a los más diversos intereses emocionales, desde los puramente místicos hasta combativas paranoias conspirativas, pasando por intermedios de todos los pelajes explotados por vividores de los misterios sin resolver.

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Nada de esto último sucedió en L’Eliana, a pesar de la simpática intervención de un espontáneo en el turno de coloquio que aseguró haber conectado en diversas ocasiones con entes del espacio exterior. Todo lo contrario, el físico Jesús Navarro y el bioquímico Juli Peretó se emplearon a fondo para dejar claro que, hasta la fecha, la ciencia no había encontrado ninguna evidencia de vida —en cualquier forma, incluso la más simple y primitiva— en esa mínima parte del universo a la que ha tenido acceso el hombre. Eso no quiere decir que no sea posible —que haya sucedido o suceda en algún momento del tiempo y el espacio, ambos infinitos, un concepto que nunca he sido capaz de asimilar de forma directa, aunque sí indirecta ya que no tengo respuesta para qué hay antes del principio o después del final—, la ciencia tampoco puede afirmarlo porque se basa en evidencias y no tiene ninguna que lo descarte de manera taxativa.

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Jesús, desde su condición de físico, y Juli, desde la de bioquímico, nos explicaron con un lenguaje accesible —lo que no deja de tener su mérito— los avances, en sus respectivos campos, en lo que se refiere a la búsqueda de vida extraterrestre. Los planetas localizados en los que podrían darse, en el presente, en el pasado o en el futuro, condiciones para la vida; los esfuerzos realizados por el hombre para comunicarse con estos hipotéticos y esquivos vecinos del universo; la frontera entre la geoquímica y la bioquímica; la química universal cuyas leyes rigen en todo el universo conocido; la necesidad del carbono para generar moléculas que finalmente puedan derivar en vida…

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Entre los ejemplos citados por Jesús referidos a esos esfuerzos humanos por “contactar” hubo uno que me tocó el corazoncito, la nave Voyager que los Estados Unidos… mejor copio y pego una cita textual cuya procedencia desvelaré más tarde: En el verano de 1977, la NASA envía al espacio una nave muy particular, el Voyager. Iba a explorar los planetas superiores del sistema solar y luego continuar su viaje hacia el espacio profundo. Para nunca volver. La Voyager sigue su camino después de un cuarto de siglo y en el caso de que fuese interceptada por otros habitantes del universo transporta un archivo de imágenes y sonidos de la Tierra y un mensaje en cincuenta idiomas: Este es un regalo de un pequeño mundo lejano, una huella de nuestros sonidos y de nuestra ciencia. Entre todos estos sonidos de nuestro planeta también hay música que viaja por el espacio en la Voyager representando el espíritu humano de diversas culturas y periodos
Y aquí interrumpo, momentáneamente, la cita para indicar que se trata del off inicial de la extraordinaria película de Wim Wenders “The soul of a man”, que está recitado sobre imágenes del espacio profundo. Un texto que continúa y concluye con un sorpresivo cambio a la primera persona: Y, lo creáis o no, mi voz está allí fuera, en el espacio. Una de mis canciones fue elegida para representar la música americana del siglo XX. Un disco que grabé para la Columbia en 1927, Dark was the night. Soy Blind Willie Johnson.

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En la película, el cineasta alemán confronta, en clave poética, esa canción que vaga por el espacio en busca de una inteligencia que la escuchara con los destinos de su protagonista, un músico ciego de raza negra, en unos tiempos de salvaje discriminación racial, que cantaba en las esquinas o en las iglesias por unos centavos que, ocasionalmente, le arrojaban en su platillo. La relación entre el autor y su obra, entre la vida del autor y la de su obra, la eternidad insospechada de una obra de arte que permanece oculta para su propio autor… y otras cuantas reflexiones más sobre el proceso creativo, la memoria y todo eso.

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Pues bien, Jesús enterró, con toda la razón, mi ilusión en un pozo, ya que no solo era prácticamente imposible que alguien encontrara esa nave errante por el espacio, primero porque no había nadie y segundo porque si lo hubiera, y sigo utilizando uno de sus afortunados ejemplos, sería como si un día decidiéramos sentarnos en la orilla de la playa a la espera de que llegara una botella con un mensaje… con toda seguridad se agotaría nuestra vida en esa orilla sin que hubiéramos tenido ningún mensaje que leer. Pero en el caso de la nave Voyager todavía era peor, porque si el humano sentado en la orilla recibiera al fin esa botella podría leer el mensaje que guardaba en su interior, aunque se lo tuvieran que traducir de otro idioma, pero el extraterrestre que se topara con la Voyager difícilmente podría leer el disco con todos esos sonidos… eso suponiendo que supiera lo que es un disco.

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Entonces pensé que la ciencia y la ficción artística comparten el espacio de lo desconocido como materia prima de sus investigaciones o de sus sueños, pero mientras que la segunda navega por ellos sin tratar de revelarlos nunca, la ciencia se empeña en explicarlos de modo que dejen de ser desconocidos. Recortando cada vez más ese espacio, aunque me figuraba, y los dos ponentes me lo confirmaron, que a cada respuesta que encontraban se generaba al menos otra nueva pregunta, cuando no varias, de modo que ese desconocido que pretendían acotar no hacía más que ensancharse.

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Espoleado por esa perspectiva decidí buscar en las palabras de mis compañeros de mesa un personaje o un concepto que me reintegrara el que me habían birlado —el de la película de Wenders— y la verdad es que no me resultó muy difícil encontrarlo, pues Juli, al retroceder hasta el origen de la vida citó tres organismos primigenios, las bacterias, las arqueas y las ecuariotas (en estas últimas nos encuadramos los humanos, lo mismo que los champiñones, por seguir citando los ejemplos concretos que utilizaron los ponentes), pero añadió uno anterior del que procederían esos tres y que todavía era un desconocido para la ciencia. Lo habían bautizado con el nombre de Luca (acrónimo de Last Universal Commun Ancestor). Aquí tenía un magnífico personaje que la ciencia todavía no había robado a la ficción.

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Protagonista ideal para una novela que relatara la soledad de esta primigenia forma de vida hasta que fuera descubierta y pudiera especular sobre lo que sucedería en el momento en que alguna de sus consecuencias o descendientes la encontrara. Podría titularla “Luca frente a Luca” y su primer párrafo —esas primeras líneas tan decisivas en cualquier novela— podría ser más o menos así: Mi nombre es Luca y aseguran que estoy vivo. Es más, me sitúan en el inicio de la cadena de la vida. Eso me adjudicaría la oportunidad de decidir cuál será la próxima reacción química en la que participaré. La responsabilidad de elegir cómo será la vida que vendrá después. Claro que todo eso sería si realmente existiera, porque, aunque estoy vivo, no existo ya que todavía no me han descubierto. Eso sucederá mañana, cuatro horas y treinta y dos minutos después de que llegue a su laboratorio una joven científica que se llama como yo, Luca. Esta es, pues, la última noche que habito en el universo de lo desconocido y, por lo tanto, aún puedo inventar mi historia antes de que la ciencia la escriba para siempre. La historia de cómo comenzó todo y de cómo, millones de años después, esa misma vida que yo había decidido crear consiguió descubrirme. Lo que sucederá cuando el principio y el final se encuentren cara a cara. Eso es lo que os voy a contar, pero no olvidéis que, como todavía no existo, aún puedo mentir.

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Dos momentos de la existencia, el principio y su consecuencia, el creador y su criatura, que convergen hasta encontrarse en un clímax que nos deja dos alternativas, el salto evolutivo o el colapso. No estaba mal, aunque presenta algunas dificultades ya que, si bien la científica humana podría tener unos cincuenta años y su vida ser condensada en las páginas de un libro, la Luca original tiene miles de millones de años y el relato de su vida iba a necesitar unas elipsis nunca vistas para poder completar un tomo que el lector pudiera comprar sin necesidad de una carretilla para llevárselo a casa.
Bueno, nada es sencillo, ni en la ciencia ni en la ficción, y además, en este caso, se cuenta con la ventaja de que no parece muy probable que la ciencia encuentre a ese lost universal commun ancestor en unos cuantos años, así que creo disponer de tiempo suficiente para escribirlo… y vamos a dejarlo aquí pues, como bien les advertí al principio, en este encuentro que tuvo lugar en L’Eliana los científicos dijeron cosas sensatas y los demás, como pueden comprobar, hicimos un poco el ganso.

Fotos: Inma Fernández

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