21 Jul Corazonadas: una historia de amor en la telebasura
Comentar la novela de un amigo siempre tiene su complicación, pero si, además, con ese amigo has escrito, juntos, muchas cosas —algunas que han visto la luz y muchas más que se han quedado en las tinieblas de los cajones digitales—, la cosa se complica un poco más, porque reconoces recursos que has compartido o recursos que hemos aprendido juntos. Y para que el lector vea hasta qué punto pueden «manifestarse» esas afinidades, voy a reseñar una que, al toparme con ella, me hizo sonreír:
Página 554 de la novela —sí, a Miguel le ha costado decidirse a escribir su primera novela, pero cuando lo ha hecho no ha reparado en gastos… perdón, páginas—, la protagonista pregunta a su interlocutor cómo sabe una cosa —que, realmente, no puede saber— y este le contesta: «Quizás es que he estado leyendo esta novela desde el principio», un guiño metalingüístico que dirían algunos, distanciamiento brechtiano que dirían otros o nos ha dado por ahí que diríamos nosotros… y no sigo por este camino porque se me está pegando el estilo de la novela. Pues bien, yo ando estos días con una nueva novela y hace apenas una semana escribía: «… intercambiaron una mirada de complicidad que ninguno de los otros podía descifrar. Para ello tendrían que haber leído esta novela y eso era imposible porque, en ese momento, todavía no estaba escrita».
Pero que sea complicado no significa que sea imposible —eso es algo que también aprendimos juntos, cuando la trama se nos atascaba en un movimiento difícil de justificar—, así que voy a hablarles en las próximas líneas de esta novela que lleva por título «Corazonadas». Lo primero es decirles que se trata de una buena novela que está muy bien escrita, no solo por la corrección de su prosa, que también —hay novelas de éxito actuales, con unas tramas que pueden enganchar (o no), que, sin embargo, exhiben una prosa muy deficiente—, sino por saber mantener el tono elegido en una historia que navega entre la farsa despiadada y el relato sentimental, un tono entre el humor negro y el nonsense (forma un tanto pija de referirse al absurdo… y se me sigue pegando el estilo de la novela, en este caso las notas a pie de página), que resulta relativamente sencillo en el primer apartado, pero que es bastante más difícil de manejar en el segundo. Miguel Peidro lo consigue y, con ello, proporciona a la novela una saludable unidad. También maneja con destreza ese narrador omnisciente que, si bien te facilita algunas cosas, hay momentos en que «sabe demasiado» y te complica la vida (yo tiendo a evitarlo). Todo esto se llama oficio y a Miguel le sobra.
Pero la novela es mucho más que esos (necesarios) rasgos formales, toda una carga de profundidad en el universo de la gran telebasura de nuestro tiempo, los realitys de diverso signo y condición, en este caso el cotilleo sangriento con la vida privada de famosos de cuarto de pelo. Un espacio que, seguro, Miguel conoce bien —aunque, por lo que yo sé, no haya trabajado directamente en ninguno de estos programas— y que nos describe con lujo de detalles y unas impagables notas a pie de página (genial la del McGuffin). El auténtico infierno de las miserias humanas —los que las representan, los que las mercadean y los que las consumen— que el autor desmenuza sin temblarle el pulso, pero también reservando un par de párrafos —desde el principio estaba convencido de que iba a hacerlo— para poner en boca de uno de los responsables las razones a favor de esta telebasura. Unos argumentos que no pretenden convencernos, pero que dotan al relato de esa complejidad y esos grises que son seña de identidad de la vida y del arte.
Con este universo de telón de fondo, la novela narra una historia de amor, una historia de chico busca chica (o viceversa) que mantiene en su esqueleto los pasos necesarios, con sus equívocos, sus disputas, sus separaciones y sus reconciliaciones, y que tiene su clímax en el espacio predestinado para ello —en el mismo escenario que hubiera elegido yo, el mismo concepto de escenario en el que juntos hemos resulto unas cuantas historias en un pasado ya bastante lejano—. Una historia de las de siempre con unos rasgos particulares y un telón de fondo intransferible que le proporcionan a la novela la necesaria singularidad. Comme il faut (esta vez sin nota a pie de página).
Finalmente, el estilo elegido es el del esperpento, el propio autor lo anuncia en el prólogo citando como espejo (cóncavo) en el que se ha mirado a Valle Inclán. No se puede negar, pero la prosa de Miguel bebe en otras muchas fuentes de signo cinéfilo, en las de los grandes comediantes de la pantalla, desde los Marx a Jerry Lewis, pasando por la screwball de los años treinta y algunos rasgos de la comedia negra nacional, con el maestro Berlanga a la cabeza. No solo eso, sino que se atreve a integrar algún recurso mágico sin que desentone en el conjunto —y esto era complicado en este tipo de relato—, como ese león marino amante de los salmonetes que interactúa con los personajes (espero no haberme equivocado de especie como el protagonista y sufrir la ira de Nereida).
Para contar todo esto, Miquel elige el modelo de las series diarias que conoce tan bien, dilatando la acción y creando derivaciones (más o menos dilatadas) en la línea argumental. Quizás desde la perspectiva de una novela este modelo sorprenda un poco, incluso resulte un tanto extraño al medio, pero también puede que sea el adecuado para hablar, precisamente, de ese mundo televisivo. En cualquier caso, es el modelo que ha elegido el autor y resulta inseparable de su obra: una buena novela que está muy bien escrita y nos abre un ventanal sobre un universo que para muchos, para la propia sociedad en la que vivimos, forma parte de la vida cotidiana.
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