07 Mar Un héroe: Asghar Farhadi vuelve a filmar en Irán
El cineasta iraní Asghar Farhadi, uno de los grandes autores contemporáneos, vuelve a rodar en su país, donde realizó obras tan apasionantes como «Nader y Simi, una separación» (2011) o «El viajante» (2016), tras su paso por algunos escenarios europeos —«El pasado» (2015), en Francia, o «Todos lo saben» (2018) en España—, con esta compleja cinta plena de dilemas éticos y morales para el espectador, que obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes (una especie de segundo premio del festival que, en esa edición, ganó la rompedora cinta francesa «Titane»).
La gran riqueza del cine de Farhadi en general y de esta película en particular es la gran capacidad que tiene el cineasta para generar incertidumbres en el espectador, a partir de unos personajes llenos de aristas y matices que transitan entre el cielo de los héroes, por utilizar el término que sirve de título al film, hasta el infierno de los villanos, sin dejar de ser en ningún momento ellos mismos, esos personajes que hemos amado o detestado en escenas anteriores y que ahora nos abren el precipicio de las dudas. A este respecto resulta absolutamente ejemplar el vaivén emocional que la película crea con sus dos personajes principales, el hombre que cumple pena en prisión por una deuda y su acreedor que se niega a retirar la acusación, dentro del específico sistema legal iraní. Y el hecho de comprender las razones contrapuestas de cada uno de ellos es la llave que abre la puerta a la reflexión del espectador sobre esos dilemas éticos o morales que subyacen en el fondo de todas las historias de este cineasta.
Como hemos dicho, la película sucede en Irán y atiende plenamente todas sus singularidades, con un paisaje humano y social perfectamente retratado, pero su alcance es universal, ya que los sentimientos y las decisiones que mueven a los personajes —con el concepto de la dignidad como motor fundamental— nos alcanzan a todos y el espectador es empujado a reflexionar junto con el personaje, qué debe hacer o qué haría él en esa ocasión. La esencia misma de un arte que entretiene y enriquece, de la mano de una precisa puesta en escena que sabe llevar las trabajadas líneas del guion a una pantalla habitada por unos actores perfectamente ajustados a sus personajes y construida con unos encuadres de exquisita precisión que concluyen en un plano final —en el que, si quiere, el cinéfilo obsesivo podrá encontrar ecos de los Searchers de John Ford— que constituye todo un máster de sabiduría cinematográfica. Gran película.
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