CODA: La convención alcanza la perfección

19 Feb CODA: La convención alcanza la perfección

 

El cine es, con toda seguridad, la ficción que cuenta con el mayor arsenal de códigos y recursos para armar sus historias y muchas películas echan mano de este catálogo para hacerlo, tratando, en sus mejores ejemplos, de simular un relato novedoso, a pesar de utilizar herramientas comunes con otros muchos títulos. El método para lograrlo es variado y va desde la singularidad del espacio / ambiente elegido hasta las artimañas concretas con las que se ejecutan los movimientos de la trama de siempre, pasando por alguna que otra transgresión ocasional del código para reintegrarse a renglón seguido dentro de camino «correcto». Son relatos, pues, con un fuerte componente convencional en su esqueleto que, sin embargo, en muchos casos funcionan como obras aparentemente novedosas.


La película que estamos comentando, CODA (acrónimo de Child Of Deaf Adults, hijo de padres sordos) es una de ellas, incluso se podría decir que alcanza la perfección dentro de ese modelo, ayudada en buena parte por el ambiente elegido para una historia que combina, con gran destreza, los recursos del chico busca chica (viceversa en este caso) con los del melodrama familiar apartado abandono del nido. Se trata de una familia de sordomudos, con la excepción de la joven protagonista, la hija menor del matrimonio, lo que proporciona a la película una atractiva dimensión de mirada y reivindicación de este grupo social enfrentado a unas evidentes dificultades de aceptación / integración dentro de la sociedad. Un apartado que la película resuelve con sobresaliente, por más que recurra en sus metros finales a esos «caramelos» elaborados a base de buenos sentimientos que impone el modelo.


Y eso que ni siquiera en este aspecto esta producción es original, ya que se trata de una versión norteamericana de un (relativamente) reciente éxito del cine francés, «La familia Bélier» (Eric Lartigau, 2014), un modus operandi habitual del cine USA que, cuando le gusta una película extranjera, en lugar de distribuirla en salas produce otra igual trasladando su acción a suelo norteamericano. Pero cada película es cada película y la valoración de la anterior —que además no llegué a ver en su momento— no tiene nada que ver con la presente, son obras independientes y la que ahora se estrena es un emotivo relato, bien realizado y bien interpretado, en el que el cinéfilo avezado reconocerá muchos recursos de acción y de personajes, pero que, a pesar de ello, se ve con agrado y nos abre los ojos a un mundo, el de los sordomudos, con el que muchos no tenemos contacto. Incluso, si uno se deja llevar, se puede deslizar alguna que otra lagrimita.


A destacar la significativa presencia en su reparto de Marlee Matlin, cineasta y escritora sorda que ganó un Oscar por su papel en «Hijos de un dios menor» (Randa Haines, 1986) y abrió la pantalla a todos estos profesionales marcados por la ausencia de capacidad auditiva.

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