Sorrentino, la mano de Dios

30 Dic Sorrentino, la mano de Dios

 

Una excelente película en la que Paolo Sorrentino, uno de los mejores cineastas actuales, dirige una mirada —con verdades o con mentiras, eso no importa porque estamos en la ficción que, en definitiva, es el arte de decir la verdad contando mentiras— a su juventud napolitana que, expresamente, se contempla en el referente del «Amarcord» de Fellini, con algunas secuencias en las que el aficionado puede establecer sencillas correspondencias con aquella: el descubrimiento, por parte del protagonista, de la «grieta» con la señora del piso superior y la icónica escena de la tendera de senos gigantescos del film de Fellini. Pero estas concordancias cinéfilas no pasan de eso, de ilusiones de rata de pantalla, por más que el propio cineasta las alimente sacando a escena a un director napolitano, todavía en activo en el presente, que está interpretado, en su pasado, por un actor. En cualquier caso, la película, como todas las películas, funciona por sí misma al margen de estas anécdotas.


Como sucede con tantas otras historias de todos los tiempos y todos los espacios, «Fue la mano de Dios» es la historia de un tránsito universal, el de la adolescencia a la madurez, esa línea de sombra que decía Joseph Conrad en la que se despierta sexualmente y en la que se decide el destino, el lugar que cada uno quiere ocupar en este mundo. Un tránsito, narrado con una gran precisión y sensibilidad, que alcanza la (imprescindible) singularidad a través de dos ejes fundamentales en cualquier historia, cómo se narra y el espacio, el ambiente, en el que tiene lugar la historia. En ambos apartados la película alcanza el sobresaliente.


En la narración porque el cineasta consigue dotar a todo el relato de un suave aliento mágico, como si todo sucediera unos centímetros por encima de la realidad —brutal la aparición final de esa hermana que siempre está ocupando el servicio del la casa—, como si en cada uno de los sucesos que jalonan la evolución del joven protagonista se estuviera buscando una esencia que fuera válida para cualquiera de nosotros, aunque esas etapas estuvieran escritas con una anécdota diferente en cada caso. Una condición «mágica» que siempre está presente y que estalla en algunos momentos, como la prodigiosa secuencia de nuestro protagonista con el mencionado cineasta napolitano Antonio Capuano, en la que los viejos conceptos de realidad saltan por los aires y en la que los protagonistas, el cineasta del futuro, el cineasta de hoy y el cineasta del pasado afirman la verdad suprema de la ficción: contar una historia. Fuera de la historia no hay nada.


Y en el ambiente porque la película se revela como el gran fresco de un Nápoles muy concreto, el Nápoles de Maradona, desde su llegada en 1984 —sensacional la réplica del joven protagonista prefiriendo el fichaje del astro argentino a un polvo con su sensual tía— hasta la histórica consecución en 1987 del primer scudetto italiano por ese modesto club del (siempre humillado) sur, pasando por el Mundial de México 86 y los dos goles con los que Maradona doblegó a la selección inglesa —uno para la historia y el otro con una mano (la de Dios) que el árbitro no vio, el maestro y el canchero, todo en un encuentro—, para muchos una suerte de revancha por la (también) humillante derrota en la guerra de las Malvinas que tuvo lugar unos años antes.


Una película exquisita que mantiene un perfecto equilibrio entre la tradición del género —la commedia all’italiana— y la modernidad, entre la comedia y el drama, la tragedia incluso, y que sabe elevar una realidad que nunca se pierde vista hasta los territorios de la fantasía, de la ficción, a través de unos personajes llenos de matices que, si bien en un principio esconden el alma de Nápoles, también sirven para evocar esas muchas otras almas que cada espectador guarda en sus recuerdos: la animosa madre, el padre con sus devaneos amorosos, el hermano que nunca será nadie, la carnal tía que no encaja en ese mundo, el joven contrabandista, la matriarca malhablada que esconde una mujer que no conocen, o ese combinado de tipos que integran la familia a mitad camino entre el museo de los horrores y el de los afectos… Gran película.

Tags:
No hay comentarios

Publica un comentario