Berlanga en su centenario (y II)

11 Nov Berlanga en su centenario (y II)

 

Resurrección: la trilogía de los Leguineche
El siguiente punto de inflexión en la carrera de Luis García Berlanga llega, pues, con la democracia, con una trilogía articulada en torno a la familia de los Leguineche (el marqués, su criada, su hijo, su nuera, su cura de cámara y su fiel sirviente), aunque no ejercieron de primeros protagonistas en la primera película de la serie, sino que tomaron esas riendas con las dos secuelas que se realizaron a raíz del gran éxito de esta primera película, un poco el ajuste de cuentas que necesitaba la sociedad española con el final del franquismo. En esta trilogía, Berlanga aplica la mirada que ya había ensayado en «Plácido», pero añade un punto de escepticismo, pues si en aquella todavía quedaba el ciudadano corriente que soportaba el peso de los poderosos, ahora todos forman parte de la misma tropa de cínicos que solo pretenden prosperar o mantener sus privilegios.


Esta primera película de la saga, «La escopeta nacional» (1978), sitúa su acción a finales de 1972 y está conducida por un industrial catalán, fabricante de porteros electrónicos, que paga una cacería en la finca madrileña de unos marqueses con la intención de codearse con las fuerzas vivas del régimen y obtener algún contrato para su negocio. Toda una radiografía de los últimos momentos del régimen franquista, con una amalgama de nobles decadentes, una iglesia ultramontana, dictadores sudamericanos exiliados, ministros y ministrables de uno u otro color, antiguas divas del espectáculo convertidas en respetables señoras…


En la segunda, «Patrimonio nacional» (1981), la familia Leguineche asume el protagonismo y decide regresar a Madrid, tras la muerte de Franco y la reinstauración de la monarquía, creyendo que van a regresar los fastos de la casa real y la aristocracia. Y, finalmente, en la tercera entrega, «Nacional III» (1982), nuestros Leguineche, tras el fracaso del golpe de estado del coronel Tejero y temiendo la llegada de los socialistas, deciden vender todas sus propiedades y evadir el capital obtenido a Francia a través de un viaje a Lourdes, haciéndose pasar por enfermos incurables bajo una aparatosa escayola que oculta dineros y joyas. Claro que allí les está esperando la llegada al poder de François Mitterand.


Esta saga pudo tener una cuarta parte titulada «Viva Rusia» que, según algunas referencias, no se pudo rodar por la muerte de Luis Escobar, aunque su productor, Alfredo Matas, en una entrevista concedida, años más tarde, a la Mostra de Valencia hablaba del agotamiento de la serie tras «Nacional III». En 2008, dos años antes de su muerte, Berlanga nos dejó un sobre en una caja del Instituto Cervantes que debía ser abierta en el centenario de su nacimiento y cuyo contenido conocimos este mismo año: una biografía sobre el cineasta, una revista cinematográfica francesa con referencias a «El verdugo» y este guion que, además de Berlanga, aparecía firmado por Rafael Azcona, Manuel Hidalgo y Jorge Berlanga.


Consolidación de la democracia
Con la llegada del PSOE al poder y siendo ministra Pilar Miró, Berlanga es cesado como director de la Filmoteca Nacional (según algunas referencias por no querer ajustarse a las exigencias de un horario), dando lugar a una anécdota memorable, pues esa misma noche coincidió en un estreno con Pilar Miró y el ministro de Cultura, Javier Solana, que tras darle un abrazo comentó despistado: «Hoy he firmado algo tuyo, ¿qué ha sido, Pilar?» A lo que directora general de cinematografía respondió: «El cese». Berlanga recrearía esta situación, años más tarde, en su película «Todos a la cárcel».


Pequeños disgustos aparte, lo cierto es que los nuevos aires de la sociedad española con la histórica llegada del PSOE al gobierno le permitieron realizar una película sobre la guerra civil española, «La vaquilla» (1985), un viejo proyecto que nunca pensó que pudiera llegar a realizar, pues en la entrevista incluida en el libro «El cine español en el banquillo», publicado en 1974, su autor, Antonio Castro, ya le preguntaba por ese proyecto que, inicialmente, iba a llamarse «Los aficionados»: «La guerra civil es un tema que me vuelve una y otra vez, y me da mucha lástima que esa historia de la vaca no se pueda hacer. Pienso que es una historia preciosa y que podía dar origen a un gran film, sobre todo acerca de una época de nuestra historia que no ha dado origen, precisamente, a grandes films».
Durante la guerra civil española, en el Frente de Aragón, desde las trincheras republicanas escuchan el bando del pueblo vecino, en manos del ejército nacional, anunciando las fiestas patronales y una corrida de toros con motivo de las mismas, entonces deciden infiltrar un comando con el objetivo de apoderarse de la vaquilla que va a ser toreada y así, además de fastidiarles las fiestas a sus enemigos, tendrán suministro de carne para la tropa. La película, que se rodó en Sos del Rey Católico, fue una superproducción de costoso rodaje que contemplaba la guerra civil española desde la perspectiva de la comedia y con un tono marcadamente antiheroico, poco militante tanto en su condena a los sublevados como en su apoyo a la causa republicana, lo que hizo que algunos sectores de la crítica y de la opinión pública no se mostraran muy entusiastas con ella.


Última etapa. Fin de su colaboración con Rafael Azcona.
Sus tres últimas películas se sitúan decididamente dentro del terreno del esperpento y se sitúan por primera vez próximas a las tradiciones culturales de su tierra valenciana, incluido el aliento fallero que las caracteriza. La primera, «Moros y cristianos» (1987), con una familia de turroneros valencianos viajando a Madrid dispuestos a promocionar su producto, es la más floja de las tres y constituye su última colaboración con su inseparable Rafael Azcona, presente en los créditos de guionista, a pesar de la deficiente y dispersa estructura como relato que presenta la película.


Mucho más conseguida, al nivel del resto de su carrera, es «Todos a la cárcel» (1993), una delirante historia en la que, con motivo de la celebración del Día del Preso de Conciencia en la cárcel Modelo de Valencia, reúne un amplio abanico de personajes de la política, la economía, la cultura y los medios de comunicación que participan en ese acto pasando una noche en las celdas que albergaron a los presos políticos de la dictadura y dejan al descubierto todas sus miserias y su exclusiva ambición por medrar en la política o los negocios. La mirada descreída y transgresora que Berlanga había aplicado sobre la sociedad española del franquismo, el tardo franquismo y la transición, ahora la aplica sobre la España democrática con un gobierno socialista, con un modelo de narración paralelo a «La escopeta nacional», incluso con el mismo actor, el genial Saza, interpretando un personaje de corte similar y ejerciendo de punto de anclaje de una narración decididamente coral. Un camino que el cineasta ya no tendría tiempo de continuar y, de este modo, convertirse en el cronista de esta nueva etapa de la sociedad española, como ya lo había sido de etapas anteriores.


En 1997 realiza una miniserie (dos episodios) sobre Blasco Ibáñez para Canal 9 que no supera el listón de la corrección que se le reclama a este tipo de productos y dos años más tarde realiza su último largometraje, «París Tombuctú» (1999), un relato particularmente pesimista protagonizado por un prestigioso dentista parisino que, al constatar que se ha vuelto impotente, duda entre el suicidio y la huida a ninguna parte, llegando a un pueblo mediterráneo poblado de una serie de delirantes personajes que tratan de comerse la vida desde posiciones nada convencionales. Un film absolutamente caótico, con diversas referencias a anteriores películas suyas, en el que abre el grifo de sus reconocidas inclinaciones eróticas y fetichistas, y que se cierra con un extraño plano final en el que el cineasta nos transmite un inquietante «tengo miedo».


Todavía rodaría un cortometraje, «El sueño de la maestra» (2002), un trabajo absolutamente salvaje en su mirada sobre la pena de muerte que evoca el sueño de la maestra que no pudo filmar en «Bienvenido Mr. Marshall», a través de diversas referencias: la aparición inicial de Franco con el «os debo una explicación…» de Pepe Isbert, la ayuda americana que trae el personaje que interpreta Santiago Segura y los planos finales de Elvira Quintillá en «Bienvenido Mr. Marshall».

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