The Midnight Sky: Viaje al interior de la desolación

27 Dic The Midnight Sky: Viaje al interior de la desolación

 

George Clooney, actor tremendamente popular y uno de los nombres de referencia de la cultura progresista de los Estados Unidos, posee una corta y relativamente interesante carrera como realizador, siete títulos, con «Buenas noches y buena suerte» (2005) como trabajo más interesante. Ahora, su última película se acaba de estrenar en esa modalidad salas / plataformas que ha acelerado la pandemia —ya estaba en la agenda de la industria— y que parece que ha llegado para quedarse. La plataforma es Netflix y las salas han sido pocas y por pocas semanas, en Valencia apenas un par de ellas en los Babel.


Se trata de un relato de anticipación —el rótulo inicial sitúa la acción en el año 2049— con un escenario apocalíptico —un suceso está convirtiendo en irrespirable el aire de la Tierra y los supervivientes deben buscar refugio en el subsuelo—, pero se equivocarán los que quieran contemplarla desde los supuestos de la ciencia ficción o del fantástico, porque la película no camina para nada en esta dirección. Es un cuento moral sobre la redención que sabe aprovechar muy bien las oportunidades que le ofrece el particular escenario elegido, pero que se podría haber contado en otros muchos espacios.


Una historia de última oportunidad de redención a cargo de un científico, aquejado de una grave enfermedad que le hace dependiente de una regeneración constante de su propia sangre, que ha sacrificado su vida personal y familiar por la ciencia. Un sacrificio que casi es como el de Abraham en la zarza, solo que en esta ocasión ha sido «consumado», pues ha supuesto el distanciamiento más completo con su hija, hasta el punto de que esta ni siquiera le conoce. Un conflicto de vínculos y relaciones familiares que se reproduce en la nave que viaja a la Tierra en una subtrama —dos, incluso, si incluimos la del capitán de la nave y su experta en transmisiones— complementaria de la que vive nuestro protagonista, un científico aislado voluntariamente en una base del Ártico que lo arriesga todo para evitar que una nave, que regresa de una lejana misión en el espacio exterior y que desconoce lo que ha sucedido en la Tierra, llegue hasta nuestro planeta.


Ambas tramas están muy bien vinculadas con el recurso de la niña que se ha quedado olvidada en la base —el guionista nos tiende, sabiamente, el cebo en la escena inicial—, y revelan lentamente la grandeza de ese postrero gesto con el que protagonista trata de redimir sus culpas. Una emotividad que la película «sepulta», acertadamente, en un escenario de desolación absoluta que la puesta en escena se encarga de destacar (la elección del Ártico no es casual), consiguiendo con esta oposición, desolación / redención, algunos momentos de alto voltaje. No es ninguna obra maestra, pero sí una estimable película, bastante original en sus planteamientos, que nos cuenta un conflicto de aliento universal con la suficiente intensidad y emoción.

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