El Síndrome de Herodes

22 Oct El Síndrome de Herodes

 

Escribir una novela cuesta mucho tiempo —ya sea en solitario o a cuatro manos con mi amigo Daniel—, pero muchas veces publicarla todavía cuesta más tiempo. Esta vez la ecuación se ha quebrado en su segundo apartado. «El Síndrome de Herodes» nos ha costado un par de años de escribir —entre unas cosas y otras, y entre unas ocupaciones y otras (incluidos algunos viajes en busca de las localizaciones en las que sucede la acción: París, Ginebra, Bruselas, Akureyri… algunas de cuyas imágenes acompañan este texto)—, pero en esta ocasión publicarla ha costado bastante menos porque a la primera hemos dado en la diana.


Hemos obtenido el primer premio en el II Certamen de Novela Policíaca convocado por la Policía Nacional y sostenido por ediciones Algaida, una marca del grupo Anaya. No es uno de los certámenes estrella de la narrativa nacional pero tampoco es, ni mucho menos, un concurso menor. Con apuntar que en el jurado había escritores tan reconocidos como Antonio Soler, Espido Freire, Jerónimo Tristante y Lorenzo Silva, está casi todo dicho. Pero lo más importante es que este premio nos ha asegurado una edición de primera división y que, además, nos permite contar con el aval de un premio para abrir algunas puertas. Porque las puertas hay que abrirlas para poder entrar.


La entrega del premio fue el pasado lunes 21 de octubre en Málaga, en un acto que para nosotros resultó particularmente emotivo, y ahora comienza la última parte de esa aventura apasionante que es escribir ficción: llegar al lector.


Hemos escrito una novela que a nosotros nos gustaría leer, un thriller biotecnológico con unos personajes que se encuentran sometidos a unos poderosos conflictos y tratan de redimirlos a través de la investigación de un caso que tiene todo el aspecto de ser un complot de Occidente contra ese Tercer Mundo que llama a sus puertas:


Una extraña epidemia conocida como «El Síndrome de Herodes» está exterminando niños menores de dos años de edad en diversas zonas del Tercer Mundo. Ya hay 25.000 víctimas y los científicos de la OMS no logran encontrar el origen. La epidemia aparece y desaparece en zonas muy distantes. Parece como si estuviera dirigida por la mano del hombre y eso ha provocado una cadena de atentados yihadistas en suelo europeo que han hecho que la población adopte posturas cada vez más xenófobas. Europa se encuentra al borde del enfrentamiento. Un científico de la OMS que tiene su última oportunidad de llegar a la cima, una inspectora de policía de convicciones xenófobas y una bióloga en paro vinculada a movimientos alternativos que piensa que ya va siendo hora de encontrar su lugar en la ciencia oficial serán los encargados de combatir esta epidemia. Ninguno de ellos sospecha a lo que se están enfrentando.


Esto es «El síndrome de Herodes». Nosotros, los autores, ya hemos recorrido todo el camino y ya nos hemos despedido de nuestros personajes. Ya no los volveremos a ver nunca más. Ahora es vuestro turno, el de los lectores… Así comienza nuestra historia:
El niño que le mantenía agarrado el pulgar se llamaba Abdel y tenía poco más de un año de edad. Sean Mackenzie lo sabía porque le había visto nacer. Ahora, dentro de unas horas, un día a lo sumo, le vería morir. Como había pasado con todos los demás desde que comenzó aquella pesadilla. Sean sabía que ese gesto era un simple reflejo, casi como el parpadeo de una planta que atrapa una mosca, porque ese niño llevaba un tiempo sumido en el letargo que precede a la muerte por deshidratación. Los ojos hundidos y las visibles fontanelas de su cráneo ya le proporcionaban el rictus de un cadáver y sólo la intensa dermatitis, que convertía su rostro en una lacerante máscara roja, advertía que todavía estaba vivo.

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