27 Ago Erase una vez… Tarantino
Creo que he visto todas las películas de Quentin Tarantino, que tampoco son tantas (Kill Bill no estoy seguro de haberla soportado enteras las dos partes). La primera la vi en el festival de Cannes, cuando se presentó con gran expectación la película de un completo desconocido, Reservoir dogs (1992), y la última, Erase una vez en Hollywood (2019), la vi anoche en la Terraza de Verano de mi pueblo. En ambos casos, unas sesiones bastante tumultuosas.
Casi todas sus películas me han parecido muy flojitas —incluida la aclamada Pulp fiction—, cuando no directamente espantosas, como Malditos bastardos (2009). Artificiales, postizas y sin nada interesante que contar. Incluso su reconocida habilidad para los diálogos siempre me ha resultado un misterio —no sus diálogos que me parecen muy simples, sino lo que algunos se empeñaban en ver en ellos—, ya que estaba convencido de que se trataba de parlamentos que no avanzaban hacia ninguna parte y que su única utilidad era definir el estado neuronal plano de sus personajes. Algo que, desde luego, conseguían, aunque para eso hubiera bastado con tres líneas de diálogo y no hacían falta cincuenta.
Esta desgraciada «norma» tenía dos excepciones, Jackie Brown (1997), que algunos no considerarán como una película de Tarantino, y Death proof, su parte del programa doble Grindhouse (2007), que me pareció muy ajustada al universo que pretendía recrear / homenajear. En ambos casos sin echar las campanas al vuelo, pero reconociéndolas como buenas películas.
Ahora hay una tercera excepción —y ya son las suficientes como para ir cambiando mi opinión acerca del cineasta—, la película que se acaba de estrenar, Erase una vez en… Hollywood (2019), también si repicar campanas, pero con una valoración muy positiva. La película está concebida como un homenaje al Hollywood del que se nutrió el cineasta en su juventud, el Hollywood de finales de los sesenta y principios de los setenta que poco tenía que ver con el Hollywood de la época dorada —estamos en los tiempos de la televisión—, apenas el lujo y la fanfarria de sus oficiantes.
En este aspecto la película ofrece una mirada muy cómplice y muy desnuda, amando ese mundo pero observando sus miserias y decadencia, con una genial trayectoria del actor que interpreta Leonardo di Caprio y con algunas escenas maravillosas, como la de Sharon Tate viendo de incógnito en una sala de cine la película La mansión de los siete placeres (Phil Karlson, 1968), en la que había intervenido antes de su encuentro con Roman Polanski; o las dos de Di Caprio con la niña.
La película exhibe la particular visión de la violencia que tiene el cineasta, en este caso en unas descarnadas escenas finales puede que un pelo pasadas de rosca, pero bastante convincentes. Igualmente hace gala de su afición a contar las cosas tal como debieron haber sido y no como realmente fueron —que ya sorprendiera en Malditos bastardos—, al situar el desenlace de su película en la fecha en la que Sharon Tate y sus acompañantes fueron brutalmente asesinados por la familia Manson. Una licencia que también funciona y cumple la función de dejar claro al espectador de que está asistiendo a una ficción, a un cuento que cuentan los modernos cuentistas que son los cineastas. Ambas cosas podrán gustar más o menos, yo no sabría muy bien qué decir, pero lo cierto es que Tarantino sabe integrarlas muy bien en sus historias.
Siguiendo con el «suma», hay que destacar la poderosa puesta en escena de la que hace gala Tarantino, en esta ocasión con una planificación y unos movimientos de cámara de gran cineasta, lo mismo que la interpretación de su cotizada pareja protagonista, Leonardo di Caprio y Brad Pitt (habría que sumarles una espléndida y sorprendente Margaret Qualley). Lástima que sus personajes y sus relaciones, y entramos en un pequeño «resta», no anden a su altura, pues si bien la trayectoria del primero funciona bastante bien (más como metáfora de un momento que como personaje, aunque también tiene sus puntazos), el conjunto de ambos queda como una pareja de amigos machotes que acaban igual que empiezan… igual de planos.
Para finalizar, una curiosidad, el personaje de Brad Pitt, que genera evidente empatía con el espectador, es acusado en más de una ocasión de haber matado a su esposa, algo que no se confirma pero tampoco se desmiente… lo curioso es que la empatía parece no verse afectada por tan despreciable suceso. No cabe duda de que este Tarantino «incorrecto» es un rato.
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