El peral salvaje: una película de Nuri Bilge Ceylan

10 Ago El peral salvaje: una película de Nuri Bilge Ceylan

 

El crítico y teórico norteamericano Robert McKee cuenta, en su obra «El guión cinematográfico», un supuesto chiste que circulaba por el Hollywood de la época dorada al respecto de las diferencias entre las cinematografías europea y norteamericana: Empieza una típica película europea con imágenes de nubes doradas, iluminadas por el sol. Corte a nubes todavía más espléndidas y rubicundas. Nuevo corte a nubes aún más magníficas y henchidas. Una película de Hollywood empieza con nubes doradas y henchidas. En la siguiente toma sale un Jumbo 747 de entre las nubes. En la tercera explota.
Como sucede en todas las caricaturas hay algo de verdad en esas palabras, pero incluso la mayoría de esas películas europeas que se quedan enganchadas a las nubes en sus primeras escenas adoptan una estructura narrativa compartida con sus colegas norteamericanos y directamente heredada de los preceptos de la poética de Aristóteles. Un clásico del cine europeo como «Los proscritos» (Victor Sjöstrom, 1918) tiene su primer punto de giro en el tiempo que le corresponde y aún faltaban muchos años, hasta la década de los setenta, para que Syd Field formulara las condiciones de su famoso paradigma del guion cinematográfico.


Sin embargo, hay algunas películas, también norteamericanas, que no sólo se encantan con las nubes de la imaginación sino que no respetan esa estructura cinematográfica que muchos asocian con el modo de contar norteamericano, pero que, en realidad, es patrimonio universal. Se trata de películas y cineastas, también norteamericanos, que no se sienten afectados por la estructura clásica ni por otras reglas del arte de contar historias de ficción. Uno de estos realizadores es el turco Nuri Bilge Ceylan, del que conocí hace unos años la extraordinaria «Erase una vez en Anatolia» (2011), un hipnótico relato situado en el corazón de las estepas de Anatolia, con un asesino que trata de guiar a un equipo de policías hasta el lugar donde enterró al cuerpo de su víctima. Posteriormente se estrenó «Winter sleep» y ahora se encuentra en cartel «El peral salvaje», todas ellas con las tres horas de duración como metraje «normal» sobre el que sumar o restar algunos minutos.

«El peral salvaje» sitúa su acción en la provincia de Canakkale, con Estambul la única provincia turca que tiene territorio en ambos continentes, Europa y Asia. Se trata de una provincia situada en el estrecho de los Dardanelos cuya capital, llamada igualmente Canakkale, es la ciudad más próxima a la legendaria Troya, de hecho exhibe en una de sus plazas, tal como podemos ver en la película, el gigantesco caballo de madera construido para la película «Troya» (2004), protagonizada por Brad Pitt.


La película sigue la vida de un joven turco —un protagonista con unas sombras tan humanas como miserables (la reacción ante el aparente suicidio o la terrible historia del perro de su padre)— que regresa a su pueblo tras terminar sus estudios en la capital y se enfrenta al futuro incierto y sombrío de toda su generación. La película podría haber recorrido, simplemente, el clásico itinerario de ese proceso de maduración, de atravesar la «línea de sombra» que diría Joseph Conrad, que ha alentado tantas obras en el papel o en la pantalla. Y puede que en cierto modo lo haga, pero el espectador tiene la impresión de estar asistiendo más bien a la historia de una prolongada e inevitable decepción. Un desolador proceso que concluye en un extraordinario plano final, de apenas unos segundos, que si, en una primera lectura, puede proporcionarnos un aliento de esperanza, en una segunda mirada se torna algo más agrio. La dualidad de los grandes momentos de las grandes historias de todos los tiempos.


Un deambular del protagonista que no resulta tan arbitrario como puede parecer en primera instancia —y esta sensación es un logro de la película, como sucede en todas aquellas historias «inevitables» de la ficción que parecen ser «naturales»—, ya que las piezas están cuidadosamente colocadas para proporcionarnos una intencionada mirada sobre la sociedad turca del momento (los imanes, el ejército, los maestros, las ciudades perdidas del este, los maestros excedentes, demasiados, que terminan en el ejército o en la policía, las estructuras sociales y familiares).


La película añade un episodio con un reconocido escritor que le sirve al cineasta para reflexionar sobre el proceso de creación en esa sociedad. Nuestro protagonista lo empeña todo, hasta parte de su dignidad, para publicar el libro que ha escrito, una metanovela sobre la cultura de la vida en su región, pero nunca llegamos a saber si se trata de un texto sublime o de un completo desastre. El espectador es libre para apostar por una u otra opción, eso no cambiará en nada la personalidad y la trayectoria del personaje, ni tampoco el aliento de vida que la película nos ha transmitido, tanto la concreta de la sociedad turca de ahora mismo como de esa vida de todos los tiempos y todos los lugares que a todos nos alcanza. Gran película.

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