The Sisters Brothers

21 May The Sisters Brothers

 

El western, el género norteamericano por excelencia —de hecho sólo puede «suceder» en territorio USA—, conoció su época dorada en los años de gloria de Hollywood y el sistema de estudios, hasta la crisis provocada por la llegada de la televisión a principios de los sesenta que se llevó por delante el cine de géneros. A partir de entonces siempre ha llegado con algún adjetivo añadido: el súper western («Los profesionales»), el western sucio («Coraje, sudor y pólvora»), el western crepuscular («La balada de Cable Hogue») o el propio spaghetti western.


En «The Sisters Brothers» también habría que añadir algún adjetivo al genérico del western, aunque no sé muy bien cuál. Maneja muchos de los recursos del género, pero no agota su definición en la palabra western, incluso puede que ni siquiera sea conveniente referirse a ella. Aunque está protagonizada por actores norteamericanos —un solvente trío formado por John C. Reilly, Joaquin Phoenix y Jake Gyllenhaal—, la película está rodada en escenarios naturales españoles —los Pirineos y Almería— y realizada por un cineasta francés de fuerte personalidad y muy alejado del concepto de género en cualquiera de sus variantes: Jacques Audiard («Un profeta», «De óxido y hueso»).


Para que todo resulte todavía más extraño, la película desembarca en nuestras pantallas con una publicidad propia de las grandes producciones del cine comercial —una página en El País—, cuando se trata de un producto en apariencia bastante esquivo con el gran público. En consonancia con todas estas rarezas, la película provoca una sensación extraña, al menos en mi caso y en alguna gente con la que la he comentado. Es una buena película, de eso no hay ninguna duda, pero nunca acabas de entrar en ella, como si durante toda la proyección estuviera bailando en la cabeza la pregunta ¿pero esto qué es?


Yo creo que el eje profundo que sostiene la película es el amor fraternal y por extensión los vínculos familiares —un poco como sucedía con «Rocco y sus hermanos», la obra maestra de Visconti—, un espacio de amores, rivalidades, deudas, decepciones y odios que se encuentra muy presente durante todo el relato y que, además, sirve para dar las puntadas finales. El problema que le veo a la película es una cierta descoordinación entre los diversos episodios que componen la trama, algunos muy poderosos como toda la parte de esa comunidad socialmente utópica a la que pretenden llegar los personajes. Unos episodios que, en su elección, transmiten cierta sensación de arbitrariedad, reforzada por el hecho de que se resuelvan con soluciones de argumento demasiado «convenientes»: los personajes del cazador y el quimérico buscador de oro, el personaje del Comodoro, o el propio destino de nuestros hermanos…


Una sensación que me deja la película que, no obstante, tampoco acaba de sedimentar, como si me estuviera equivocando y no fuera capaz de abarcar la historia en toda su dimensión… un poco la estrella de esta extraña, fascinante y, a ratos, irritante película.

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