Shakespeare en Berlín

11 Feb Shakespeare en Berlín

 

Ayer, domingo 10 de febrero, un pequeño grupo del Taller de Historia del Arte de L’Eliana estuvimos en la sala Russafa de Valencia —un espacio teatral muy acogedor— viendo la obra de Arden y Chema Cardeña «Shakespeare en Berlín», que está teniendo una estupenda acogida de público —han colgado varios agotadas las localidades— y que permanecerá en cartel, dentro de los horarios programados, hasta el próximo fin de semana, el domingo 17 de febrero.


Lo primero que quiero destacar de esta excelente producción es la sabiduría de su texto —la materia imprescindible de la que se hacen los sueños en escena—, una sucesión de cuadros, cinco creo recordar, que ilustran otros tantos momentos del periodo nazi de la Alemania antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, a través de la evolución de un trío de personajes, una pareja y su mejor amigo, todos ellos vinculados al arte de la escena o de la imagen. Una desoladora trayectoria moral que el texto contempla con precisión, resolviendo brillantemente esa ecuación que comienza con los ideales y termina con la decepción, con una serie de pasos intermedios —la verdadera dificultad de este tipo de arcos dramáticos de los personajes— plenos de sutileza y humanidad.


El siguiente suma y sigue en el texto es la complejidad, el espectador comprende los comportamientos de los personajes —incluso los más miserables— porque conoce sus motivaciones y sabe que, al menos por alguno de sus extremos, le pueden alcanzar a él también. Los personajes no toman esas decisiones tan cuestionables moralmente por maldad, sino por razones más humanas —y por lo tanto más aterradoras—, tales como el miedo, la ambición, el simple deseo de vivir de su profesión o el sentimiento de pertenencia a una determinada colectividad escondida tras la bandera que se quiera.


Y este segundo suma y sigue nos conduce, inevitablemente, a la tercera pata de toda obra grande, la trascendencia. Superar la anécdota concreta, por poderosa que sea —y la elegida no hay duda de que lo es—, para plantear un dilema, una emoción o un proceso de alcance universal, tanto en el espacio como en el tiempo. La obra genera sin duda esa reflexión, esa inquietud, en los espectadores, ya sea la que nos proponen en el programa de mano los propios autores «Y tú… ¿Qué hubieras hecho?», perfectamente válida y oportuna, como cualquier otra asociada a un proceso de radicalización / complicidad de la sociedad marcado por la desconfianza y odio al distinto.


La puesta en escena resuelve las propuestas y conflictos del texto con extrema funcionalidad y sobriedad. Puede que falte alguna cosa (yo creo que no), pero lo que es seguro es que no sobra nada, con unos actores dominando en todo momento el espacio escénico y transmitiendo proximidad al espectador —algo decisivo en una obra de un calado psicológico como la presente—, tanto esos viejos rockeros de la escena que son Juan Carlos Garés y el propio Chema Cardeña, como Iria Márquez, una actriz que desconocía (mea culpa) y que también está estupenda.


Y para que todo no sean parabienes —y el lector piense que me han comprado—, concluyo con un pequeño desacuerdo: la última acción del personaje que interpreta Chema Cardeña —me la callo por eso del spoiler— me parece sobreactuada, una concesión incluso. Con el sensacional tango que se han marcado unos momentos antes creo que estaba todo dicho y que se hubiera cerrado mejor la obra. Claro que, después de tanto despliegue de talento, el autor tiene todo el derecho de concluir la obra como quiera y este apunte final no pasa de ser una simple anécdota —muy personal y cuestionable, por otra parte— en un océano de grandes aciertos. Enhorabuena.

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