16 Sep Wim Wenders: el amigo alemán
La última película —siempre con el esperanzador añadido de hasta la fecha— del alemán Wim Wenders, Submergence / Inmersión, inaugurará, el viernes 22 de septiembre, la próxima edición del festival de San Sebastián, la número 65. Una proyección que además —y también por obligación según las normas del certamen— constituirá su estreno europeo.
Para los cinéfilos de mi generación Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) es uno de esos cineastas que nos han acompañado toda una vida. Un compañero agradable o molesto, eso ya depende de cada uno, pero del que era imposible despegarse. El primer contacto, su presentación entre nosotros, sería a través de los circuitos de exhibición alternativos de los últimos años del franquismo y primeros de la transición. Títulos como Summer in the city / Verano en la ciudad (1971), su debut en el largometraje y con diversos temas de The Kinks en la banda sonora, Alice in den städten / Alicia en las ciudades (1974) o Falsche bewegung / El movimiento falso (1975), entre otros, se proyectaron en los cine clubs de la época.
Recuerdo la proyección de uno de estos títulos, no sería capaz de decir cuál, en una sala de una localidad cercana a Valencia, tampoco sería capaz de precisarla, a la que acudí en compañía de un amigo y dos amigas, a estos sí que los recuerdo pero no vienen al caso. Al poco de comenzar la proyección una de nuestras acompañantes manifestó su intención de pegar una cabezada invitándonos a los demás a hacer lo mismo. Yo le aseguré que no me estaba durmiendo y ella, con una de esas sonrisas que desarman a cualquiera, me preguntó si es que no podía. La noche fue larga y los cuatro acabamos sin dar una cabezada hasta el amanecer pero esto tampoco viene al caso.
Lo que sí que viene al caso con la anécdota es esa sensación que seguro que algunos de estos cinéfilos, los de mi generación, reconocerán, la de tragarse una película que nos estaba aburriendo bastante poniendo cara de que nos interesaba profundamente. La verdad es que a mí eso nunca me ha pasado con Wim Wenders, sus películas siempre me han interesado y me han mantenido en un placentero estado de alerta (aunque sí que me ha sucedido con otros autores, por ejemplo el húngaro Miklos Jancso, no vayan a creer que uno es el repelente niño Vicente). La reconciliación con esa pequeña masa de cinéfilos somnolientos llegó con Der amerikanische freund / El amigo americano (1977), un thriller basado en una novela de Patricia Highsmith que ofrecía el consuelo de los recursos del género, por más que anduvieran un tanto distorsionados por la poderosa mirada del autor, además de incluir en su reparto a dos mitos del cine norteamericano como Nicholas Ray y Sam Fuller, este último, fiel a las «constantes» de su filmografía, terminaba sus días, como personaje, rodando escaleras abajo.
Sería precisamente Nicholas Ray el protagonista del primero de sus portentosos trabajos documentales, Lightning over water / Relámpago sobre el agua (1980), un emocionante film que filma, literalmente, los últimos días del genial cineasta. A continuación realizaría su primera experiencia norteamericana, Hammett / El hombre de Chinatown (1982), un buen film que fantasea sobre el famoso escritor de serie negra y que fue recibido como una especie de claudicación por parte de algunos de sus incondicionales —no sé si se trataba de los somnolientos—, una errónea percepción que el cineasta se encargo de despejar con su siguiente trabajo Der stand der dinge / El estado de las cosas (1982), con el protagonista, un realizador de cine, tratando, en la escena final, de responder con una cámara a los disparos de un francotirador y de nuevo con Sam Fuller como actor afirmando que la vida es en color pero el blanco y negro es más realista.
Su siguiente película, Paris Texas (1984), un desolador melodrama, supuso su definitiva consagración internacional y amplió su espectro de espectadores con un público menos cinéfilo pero sensible al buen cine y a las buenas historias. Tan asentado estaba en su firmamento cinematográfico que en su siguiente película, otro éxito de público —siempre dentro de un orden—, Der himmel über Berlin / Cielo sobre Berlín (1987), el protagonista es un ángel, con alas y todo, una licencia que difícilmente le hubiéramos permitido en nuestra época, ni los somnolientos ni los otros. Hermosos prejuicios de la bendita juventud.
Desde entonces, hasta hoy y seguro que también hasta mañana, su carrera ha seguido una trayectoria perfectamente instalada dentro de los márgenes de la industria que le es propicia —nunca ha sido un cineasta de la confianza del gran Hollywood— y algo más irregular en lo que se refiere al interés de las películas en cuestión, pero con algunos excelentes trabajos y siempre manteniendo una dignidad que ya quisieran para sí muchos otros.
Como ya habrán adivinado por el tono empleado, no es la intención de este texto analizar la obra de Wenders, sólo se trataba de una evocación en clave personal de esta larga relación mantenida con el amigo alemán, así que voy a concluir, continuando con esa mirada un poco íntima que he elegido, con uno de los documentales más fascinantes que he visto —en realidad el que más—, The soul of a man (2003), absolutamente ejemplar en su recreación (documental) de la realidad desde la ficción, una de las cosas más difíciles de conseguir que conozco, y en la implicación del autor en la obra, con unas emotivas y significativas referencias a su primera película, Summer in the city.
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