03 Mar Moonlight, el Oscar en diferido
La película, en la que sus responsables, el realizador, Barry Jenkins, y el autor de la obra que inspira el film, Alvin McCraney, reconocen importantes rasgos autobiográficos, narra tres etapas de la vida (niñez, adolescencia y primera madurez) de un protagonista incómodo y nada convencional, un muchacho de raza negra y orientación homosexual, hijo de madre drogadicta y vecino de un barrio marcado por el tráfico de drogas. Un formato complicado, ya que implica unas amplias elipsis temporales que el espectador debe recomponer con los datos de salida y de entrada que unen cada episodio, que el cineasta sabe manejar con gran habilidad logrando así el primero de los muchos puntos a su favor que se anota.
Y lo anotamos como tanto a favor porque, a buen seguro, que muchos coincidiríamos en la historia imaginada a causa de la precisión de los datos que nos proporciona del personaje y su entorno en cada uno de esos momentos. Casi como si no tuviera otra opción que la de pasar fatalmente de una situación a otra, con la (acertada) excepción de ese final en la que nuestro chico, ya convertido en hombre, se aparta del camino marcado y quizás encuentre la puerta de salida hacia otra vida.
La sutileza y la delicadeza con que describe a los personajes y sus reacciones acaban constituyendo la esencia misma de la película, pues la historia recorre unos pasos que pueden ser comunes a otras muchas pero alcanza la gracia de la singularidad por esa precisión con que crea y maneja a sus personajes. Esa historia les pertenece a ellos y a nadie más. Puede que alguno resulte un tanto tosco o convencional, como el matón de la escuela, pero todo el resto se mueve dentro de la excelencia: el ambiguo dealer del principio, la madre del protagonista, el amigo de la infancia, la propia chica del primero, todos ellos desbordantes de humanidad y complejidad, tanto que no nos sorprendería encontrarlos sentados a nuestro lado en la butaca del cine. Y es que no hay que olvidar que sin unos personajes bien construidos y bien desarrollados (actores incluidos, por supuesto) nunca habrá una buena historia. Esta película es la prueba, tanto que los personajes terminan constituyendo la historia misma.
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