14 Ago Zhang Yimou regresa a casa
Aunque los títulos originales no guardan ninguna correspondencia (Wo de fu qin mu qin / Gui lai), sí que lo hacen, en cambio, los títulos para su distribución en España, ya que la primera fue estrenada como El camino a casa (1999) y la segunda, la que ahora comentamos, lo ha hecho como Regreso a casa, ambas realizadas por Zhang Yimou, uno de los cineastas chinos con más proyección internacional y una de las cabezas visibles de la conocida como quinta generación del cine chino, el conjunto de cineastas que entraron en escena en los años ochenta, coincidiendo con el fin de la Revolución Cultural, y que alumbrarían el cine chino moderno.
Sin embargo, esta relación entre ambas películas que, de manera casual, establecen los títulos de distribución en nuestro país, no puede resultar más oportuna ya que el cineasta chino recupera aquí las mejores esencias de aquel cine —relatos en clave intimista con unos poderosos personajes y conflictos que se encuentran dialécticamente encajados en un momento histórico concreto—, tras sus rentables incursiones en un sublimado, y un tanto hueco, cine histórico o de artes marciales: Héroe, La casa de las dagas voladoras, La maldición de la flor dorada.
Y también resulta oportuna la cita inicial a los nefastos tiempos de la Revolución Cultural, como frontera de esa renovación del cine chino, porque ése es el momento en que la película sitúa su acción, con una primera media hora, la ambientada en pleno delirio del maoísmo, absolutamente sensacional y desde luego modélica en lo que se refiere a contar un drama personal dentro de un drama colectivo. La segunda parte comienza unos años más tarde, cuando la Revolución Cultural ya ha pasado la historia y su legión de damnificados debe enfrentarse a la imposible tarea de reconstruir unas vidas rotas.
Esta segunda parte, en realidad la principal de la película, al menos en metraje, sigue tratando de trascender el drama personal de sus protagonistas, un matrimonio y su hija adolescente, para proporcionarnos una lectura mucho más amplia: primero acerca de un momento histórico y en segunda instancia como meditación sobre la (secuestrada) memoria colectiva de un pueblo. Una lectura que tiene una proyección universal y que nosotros, los españoles del siglo XXI, casi nos la podríamos aplicar tal cual.
En mi opinión, la película termina decantándose en exceso por las claves melodramáticas de la historia —una mujer que, por el trauma sufrido, no es capaz de reconocer a su esposo, a pesar de estar aguardándole con toda su alma—, pero esa relativa limitación apenas le resta atractivo e interés porque la narración sabe atender exquisitamente las necesidades de los personajes y, al mismo tiempo, nunca deja de mirar, aunque en ocasiones sea un poco de reojo, a ese universo de memorias robadas que a todos nos alcanza.
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