Brooklyn: la trampa del hogar

02 Mar Brooklyn: la trampa del hogar

 

“Brooklyn” (John Crowley, 2015), estrenada esta misma semana en nuestras salas, es una de esas películas que simplemente se ven con agrado, aunque con cierta indiferencia, hasta que la última parte nos descubre las verdaderas intenciones del cineasta a la hora de elegir los sucesos que ha narrado y nos obliga a un replanteamiento de todo lo que hemos visto.
Hasta entonces sólo era una pequeña y agradable crónica de la emigración irlandesa a los Estados Unidos a principios del pasado siglo XX. Bien narrada y bien ambientada, con una estimable capacidad para observar los detalles y con un ejemplar primer minuto que sitúa perfectamente al personaje protagonista tanto en el plano individual como en el colectivo. Incluso se le pueden hacer algunos reparos formales si atendemos a la estructura clásica de la narración cinematográfica, con el plot point más importante situado justo a mitad de la película y además construido con demasiada proximidad a ese anatema del guionista conocido como Deus ex machina. Incluso, también, con poca sutileza a la hora de inventar el irrelevante suceso, incluido en la primera parte, que servirá para justificar la decisión de la protagonista en los últimos metros, un inserto al que se le ve demasiado el plumero, por utilizar una expresión suave.

POST 18.2
Todos estos reparos quedan, sin embargo, en segundo plano cuando, con esa decisión final de la joven, nos damos cuenta de que el cineasta ha conseguido meternos en la piel de la protagonista y nos ha hecho pensar con ella —o como ella, que viene a ser parecido—, de modo que, lo mismo que le sucede a la chica, ahora toca rebobinar y comprender lo que nos ha pasado, o lo que nos han contado, que también viene a ser parecido.
Debajo de esa historia de chica que, con la tutela de la iglesia católica, emigra de un pequeño pueblo de la costa irlandesa al cosmopolita Brooklyn, hay otra historia, más universal y más trascendente, que nos habla de la trampa que nos tienden esos sentimientos asociados al hogar, al terruño o a la patria, en detrimento del mundo y la humanidad. Esas ataduras derivadas de la creencia de que ha sido el mundo el que ha elegido nuestro lugar, en vez de ser nosotros los que elijamos nuestro lugar en el mundo.

POST 18.3

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