Sieranevada: la excepción de lo cotidiano.

03 Ago Sieranevada: la excepción de lo cotidiano.

 

El cine, las historias de ficción en general, se ocupan de lo extraordinario. Eso es lo que, habitualmente, espera el lector o el espectador cuando abre las páginas de un libro o entra a una sala de cine. Incluso películas completamente sumergidas en lo cotidiano exploran voluntariamente ese universo de lo excepcional en el que el héroe, el protagonista, se enfrenta a una empresa que desborda sus fuerzas y que le obligará a un esfuerzo sobrehumano para conseguir su objetivo.

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Sirva como ejemplo de esta aparente paradoja uno de los títulos insignia de este cine pegado a ras de suelo, el film de Vittorio de Sica Ladrón de bicicletas (1948). Su argumento es de sobra conocido del aficionado, a un obrero en paro le roban la bicicleta, que necesita para poder acceder al trabajo que ha encontrado y así poder dar de comer a su familia, y debe encontrarla contra reloj, pues bien esta minúscula bicicleta adquiere, gracias al «modo» en que sus autores cuentan la historia, idéntica dimensión mítica que la ballena blanca de Moby Dick. El «vulgar» Antonio de Ladri di bicicletti y el «legendario» capitán Ahab terminan adquiriendo idéntica grandeza al enfrentarse a una «misión» que se antoja completamente imposible.

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La segunda regla de la ficción se deriva, precisamente, de nuestra última frase: ¿Conseguirán su objetivo? Esa es la incógnita que mantiene atento al espectador… siempre, claro está, que el protagonista haya logrado establecer con él esa conexión emocional imprescindible para que, a nuestro espectador, le importe lo que le suceda. Es el abecé del arte de contar historias, aunque en muchas ocasiones los autores decidan saltárselo con mayor o menor convicción.
Sieranevada, película rumana actualmente en cartel en nuestras salas, se lo salta con la mayor de las convicciones, tanto que la única intriga que concede al espectador es saber si, finalmente, los protagonistas de esa amplia reunión familiar terminarán comenzando a comer o si toda la comida preparada para la ocasión acabará en el frigorífico. Algo que, si bien a los personajes les interesa de modo creciente a lo largo del largo —casi tres horas— metraje de la película ya que andan más muertos de hambre a cada fotograma que pasa, al espectador le importa más bien poco.

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Desprovistos, pues, de una misión que cumplir o de un objetivo o que conquistar, los protagonistas de esta singular película son, además, gente de lo más corriente, personas con las que uno se puede más o menos identificar, por sí mismo o por amigos, vecinos o familiares a los que pueda asimilar, pero siempre estableciendo con ellos una empatía un tanto incómoda porque uno piensa que para ver al vecino no ha venido al cine.

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Puede que a estas alturas el lector suponga que nos encontramos ante un auténtico tostón de película. Se equivocará porque se trata de una obra interesante que logra atraparnos en las redes de esa familia tan llena de grietas como de afectos. Buena parte de ese mérito —como no podía ser de otro modo— lo tiene la puesta en escena de su guionista y realizador, Christian Puiu, que logra «meter» al espectador en el espacio en el que suceden los hechos, la casa de los padres de la familia, proporcionándole un punto de vista incompleto, lleno de fueras de campo y con los personajes muchas veces dándonos la espalda. Como si realmente estuviera allí pero no se pudiera enterar de todo porque ni es el narrador omnisciente de la historia ni tiene el don de la ubicuidad, algo que en la ficción casi viene a ser lo mismo. Somos uno más, un invitado invisible, un voyeur que se ha colado en el domicilio de una familia rumana y termina conociéndola como si viviera en la puerta de enfrente y de paso comprendiendo algunas claves sociales, morales y políticas de la sociedad rumana del presente y de un pasado más o menos reciente. No es poco.

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En definitiva, una interesante película que he seguido con atención y que me atrevo a recomendar (espero no perder crédito, por ello, entre alguno de ustedes). Ahora bien… se trata de un caso singular, de un islote en el océano sometido a las reglas de la ficción, y puede que esa excepcionalidad, eso que nunca o casi nunca has visto antes, sea lo que me ha mantenido pegado a la butaca… y la pregunta entonces sería: ¿Qué pasaría si todas o casi todas las películas fueran así?
Me temo que me conozco la respuesta pero creo que no iba a quedar muy bien si la reprodujera… así que mejor me callo. De todos modos se trata de una hipótesis que (muy) difícilmente llegará a concretarse y, de momento, lo único que es una realidad es esta estimable película que, sin duda, vale la pena conocer.

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