Satán Café

20 Abr Satán Café

 

Entre los meses de marzo y abril la marca valenciana Musamovies, en colaboración con el Centre Octubre de Cultura Contemporànea, está programando un ciclo de cine valenciano, más o menos independiente y más o menos maldito, que ayer proyectó mi película “Satán Café” —merecedora, al menos, de esos dos calificativos— y que se cerrará la semana próxima con “La camisa de la serp”, de Toni Canet, sin duda la más profesional de todas las producciones exhibidas.

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Ya hace más de veinte años que realicé “Satán Café” y no soy capaz de recrear con exactitud cómo eran las cosas y cómo era yo en aquellos tiempos, por lo que me resulta casi imposible valorar la conveniencia de aquella aventura que, si entonces ya aparecía como algo descabellada, hoy me lo parece por completo. Esto no significa que me arrepienta de haberla hecho, todo lo contrario, la vida carecería de interés sin esas aventuras insensatas que emprendemos mientras somos jóvenes y que dicen que se abandonan con la madurez. Una etapa en la que, de ser cierta esa afirmación, todavía no debo haber entrado por completo.

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La película se realizó con una pretensión profesional pero desde unas condiciones de producción propias de la marginalidad, prácticamente un oxímoron que, al menos en el aspecto financiero, dibujaba negros nubarrones en el horizonte. Casi todos ellos acabaron en tormenta, eléctrica en ocasiones, pero la película se hizo, que es lo que al final queda porque lo demás son anécdotas más o menos desgraciadas. La peor de todas, por supuesto, la económica, pues se partía de un plan financiero con tres patas que, a duras penas, aguantaban el coste previsto para el proyecto. La primera de estas patas era segura, la ayuda recibida de Generalitat, que no llegaba al 20% del presupuesto; la segunda, los fondos propios, también era segura… seguro que se perdían, claro está; y la tercera, la compra de los derechos de emisión por la televisión autonómica, era incierta… tanto que nunca se produjo y nos sumió en un doloroso viacrucis financiero.

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En la película intervinieron algunos actores valencianos a los que el tiempo ha situado en primera línea de nuestra ficción, como María José Peris y Berna Llobell; otros también valencianos que ya han desaparecido, como el gran Germán Montaner y el dramaturgo Carles Pons; y contaba, como estrellas internacionales, con el vasco Patxi Bisquert y el catalán Mario Pardo. El rodaje fue en la ciudad de Valencia, en 1994, con la actual cineasta Giovanna Ribes trabajando conmigo en la dirección y con Enrique Pallás batiéndose el cobre primero en una producción prácticamente imposible y después siendo uno de los dos responsables —el otro soy yo— de que la película se lograra concluir.

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En ella quise reflexionar sobre algunos temas profundos del cine negro, como la amistad, la lealtad, el poder del dinero, el pasado que vuelve, la mujer con peligro pero dueña de su destino, la fatalidad, la traición, los momentos en los que uno se juega la dignidad de toda una vida… Me interesaban más esos conceptos que la anécdota concreta, o dicho de otro modo —y posiblemente más exacto—, la historia estaba al servicio de esa meditación. El reto era conseguir que ambas líneas se sostuvieran, la historia como historia y la reflexión como un universo lo suficientemente abierto para el espectador. No me toca a mí responder a esa pregunta, al menos en público (en privado lo he hecho varias veces en mi vida y no siempre con la misma respuesta), eso siempre queda para los espectadores. Como los que asistieron ayer a la proyección del Centro Octubre de Valencia, un placer compartir con ellos esa tarde en la que estuve acompañado por dos veteranos profesionales del cine valenciano como Antonio Fontales y mi amigo Antonio Lloréns.

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Fotos: Inma Fernández

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