Solaris

08 Mar Solaris

 

Stanislaw Lem es un escritor polaco que formaría parte de cualquier lista de autores imprescindibles de la ciencia ficción, por reducida que ésta sea. Solaris (1961) está considerada por muchos como su obra maestra. Apenas he leído algún otro título de este autor (El invencible) y no puedo, pues, realizar ninguna comparación con el resto de su obra, pero sí que puedo afirmar que se trata de una gran novela perteneciente a un género que muchas veces ha sido menospreciado por ser excesivamente imaginativo o popular, pero que en esa libertad de fabulación que concede la anticipación encuentra, precisamente, una de sus mejores llaves para abrir el cofre de la gran literatura.

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Y la sitúo dentro del género de ciencia ficción del mismo modo que podría situarla dentro del fantástico, aunque probablemente no acertaría plenamente en ninguna de las dos clasificaciones, pues, en la mayoría de las ocasiones, la novela anda bastante más cerca de un tratado de ética o de un relato filosófico de aliento existencial que de cualquier camino conocido de la ficción. Sus recursos de anticipación científica apenas son los justos para soportar la anécdota que sirve de entrada a su indagación acerca de la vida (la existencia) como concepto abstracto y de la vida (la existencia) en la única aplicación concreta que le conocemos. La nuestra, la humana.

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De la primera de ellas da cuenta un océano ectoplásmico que se asemeja al cerebro de ese planeta con dos soles que parece tener vida propia y cuya relación con los seres vivos que se posan sobre su superficie se limita a una especie de replicación cuyas intenciones o motivaciones nunca terminamos de comprender. Y es con esa replicación de las criaturas que los personajes mantienen (dolorosamente) en su interior como la obra se interna en su vertiente más apasionante, la que habla del ser humano desde unas posiciones influidas por el existencialismo. Su protagonista tiene, como ser humano, la capacidad de decidir lo que quiere ser. Él elige pero sabe a ciencia cierta que la alternativa que el océano le ofrece es mentira, aunque sea capaz de proporcionarle una felicidad que la realidad nunca podrá darle porque hace tiempo que se la arrebató. Unas criaturas frágiles que no son pero que quieren ser y que expresan, como pocas veces he visto en la ficción, esa angustia existencial que la filosofía divulgó en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.

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Esta obra ha sido llevada a la pantalla en diversas ocasiones, la primera vez en 1968, por la industria soviética y con destino a la televisión, en un título que desconozco. Cuatro años más tarde, en 1972, llegaría su adaptación más reconocida, la realizada por el ruso Andrei Tarkovski y que se trató de vender como la réplica soviética al film de Kubrick 2001, una odisea del espacio, aunque poco tienen que ver ambas películas, pues los componentes de ciencia ficción en el film de Tarkowski son mínimos y sus aspiraciones de meditación sobre el interior del ser humano son, en cambio, máximas. Muchos años más tarde, en 2002, Steven Soderbergh, un cineasta fiable donde los haya, realizó una versión para la industria norteamericana protagonizada por George Clooney que, a pesar de situarse dentro de las coordenadas narrativas y de género del cine USA, resultaba muy digna y, probablemente, incluso más fiel al gran original literario de Stanislaw Lem.

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1Comment
  • Carlos Baiget
    Publicado a las 07:34h, 09 marzo Responder

    Vi la versión rusa allá por nuestra juventud y con posterioridad la americana. La primera me produjo una sensación inquietante. Cuando vi la de Cloney me dio la sensación de película incompleta, superficial.
    Las volveré a visionar y te volveré a dar mi opinión.
    Los años perturban el recuerdo.

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