Las series B y las series Z, un cine de otro tiempo.

17 Dic Las series B y las series Z, un cine de otro tiempo.

 

Muchas veces se invoca, erróneamente, el calificativo de película de serie B para referirse a una mala película. Esto no es así, la calificación de serie B viene determinada por su planteamiento de producción —por su presupuesto y algo más— y no tiene nada que ver con la calidad. Claro que hay películas de serie B que son malas películas, muchas e incluso muy malas, pero también las hay en el resto del cine.

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Y, del mismo modo, hay grandes películas dentro de esta modalidad de producción: obras maestras como Gun crazy (Joseph H. Lewis, 1950), o sagas tan memorables como los siete westerns que realizó Budd Boetticher con Randolph Scott, o los trabajos de Roger Corman sobre obras de Edgar Allan Poe.

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El concepto de serie B ha desaparecido de la industria desde hace mucho tiempo (el equivalente más aproximado, en la actualidad, serían ciertas producciones de segunda fila para la televisión), ya que se refiere a un modo de producción que floreció en los Estados Unidos entre los años cuarenta y sesenta, cuando la competencia de la televisión hizo que productores y exhibidores —durante un tiempo bastante revueltos y confundidos— idearan los programas dobles, dos películas por el precio de una, para combatir esta competencia. Pero no podía tratarse de dos películas en igualdad de condiciones de coste, así que una estaba producida con los márgenes presupuestarios habituales en la industria y la otra, la que iba a servir de complemento de la primera, con un presupuesto sensiblemente inferior.

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Esta limitación financiera, que se traducía, entre otras cosas, en menos días de rodaje y unos actores de más baja cotización, constituía, por supuesto, toda una adversidad, pero también tenía su lado positivo, ya que la libertad de la que disponía su realizador era mucho mayor, por la sencilla razón de que, como costaba mucho menos dinero, sus productores tenían mucho menos que perder y controlaban mucho menos el resultado final.

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Pues bien, la serie Z todavía se sitúa unos peldaños más abajo y sus presupuestos son directamente de risa, con lo que el rosario de chapuzas realizadas a su sombra daría para varios via crucis. Pero siempre hay luchadores que no se rinden e incluso que se crecen en la adversidad. Uno de ellos es Edgar G. Ulmer, un cineasta de origen vienés, afincado en los USA desde principios de los años treinta, con más de cien películas realizadas hasta principios de los sesenta, lo que significa una respetable media de producciones anual.

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Edgar G. Ulmer es el maestro indiscutible de la serie Z, con varios títulos que se sobreponen a las penosas condiciones de superproducción —The black cat, Bluebard, Ruthless o I pirati di Capri— y con la obra maestra de la serie: Detour (1945), un fascinante relato sobre la fatalidad que, sorprendentemente, parece aprovechar todas sus penurias en beneficio propio.

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Siempre he sentido cierta debilidad por este tipo de productos, un poco como si estuviera asistiendo en directo a las dificultades a las que se enfrentaron cineastas de talento —como todos los citados, Ulmer, Boetticher, Joseph H. Lewis, Corman—, casi como si estuviera viendo esa otra película, la que sucedía al otro lado del objetivo de la cámara. Esa otra película no la podremos ver nunca porque no existe pero las que realizaron han permanecido para siempre, así que, si tienen ocasión, vean alguno de los films citados en este artículo, seguro que no se arrepentirán.

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